ENSAYO DE LITERATURA ARGENTINA
SOBRE EL LENGUAJE
SOBRE EL LENGUAJE
Los escritores no sólo son lucidos y precisos, sino
que también extremadamente sensibles a lo problemático de su tarea, y urgidos por
la necesidad de teorizar. Hay que pensar como Angelus Silesius, que la rosa tiene
su porque y que, si el ejercicio de las letras es la sumatoria de toda una
vida, sería vergonzoso no poner plenamente la inteligencia al servicio de la
pasión. Los motivos tenía Amado Alonso cuando, al publicar en mil novecientos
treinta y cinco El problema del lenguaje en América, lo dedico a Jorge Luis
Borges compañero en estas preocupaciones.
LA BÚSQUEDA DE LO ARGENTINO
Con la independencia política de las colonias hispanoamericanas,
nació el deseo y el programa de independencia literaria, que cada generación renovó.
Los escritores argentinos, en busca de un arte expresivo que reflejara más
fielmente a lo que es la identidad, fueron elaborando dos grandes temas: la
pampa y Buenos Aires. Primero surgió la llanura creación del paisajismo
romántico y, más tardia-mente, Buenos Aires. En poesía, los modernistas
abrieron el camino del sentir urbano, y Evaristo Carriero, un post-modernista,
nos mostró el perfil de la ciudad. Borges ha insistido a menudo en los tópicos: la
pampa, ya fijada literalmente por Ascasubi, Del Campo, Hernández, Hudson,
Guiraldes, la ciudad que espera a sus dioses.
Nuestra
realidad vital es grandiosa y nuestra realidad pensada es mendiga. Aquí no se
ha engendrado ninguna idea que se parezca a Buenos Aires… Ya esta conjunción de nombres y
de calles, más que una ciudad, es un país y hay que encontrarle la poesía, la
música, la pintura y la metafísica que con su grandeza se avienen, ese es el
tamaño de nuestra esperanza que a todos nos invita a ser dioses y a trabajar en
su encarnación.
Borges se aplicó a la labor, y con sus versos
construyen una perdurable visión poética de Buenos Aires, por otra parte dedico
varios ensayos a dilu-cidar lo esencial en el criollo: fatalismo
(Inquisiciones páginas 82, 132-134), socarronería (Inquisiciones, pp.132, 135;
Tamaño, pp. 75sgs), descreimiento( Tamaño pp. 10 y 35) coraje estoico (Tamaño,
p. 77), radical individualismo (Otras inquisiciones, páginas 43, y uno de los
relatos de Aleph, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, que es una fabulación del
tema); también a proclamar la actitud ante la imaginación y su esperanza de
poder alcanzar a expresar las más hondas experiencias metafísicas( Idioma, p.
182; Discusión, pp 11-17. En Borges esto es su primera época, a la sola
preocupación de lo argentino. Desde el comienzo lo solicitan muy diversas
cuestiones estéticas y filosóficas, y en él no se excluyen el ser argentino y ser ampliamente humano.
EL IDIOMA DE LOS ARGENTINOS
De Echevarría en adelante, las cuestiones idioma-ticas
han apasionado a la Argentina. El libro de Luciano Abeille, idioma nacional de
los argen-tinos(1899), marco en su época el límite extremo a que llegaron los
defensores de un idioma exclusivo. Otros oscilaron entre el sometimiento a las
reglas académicas y la mayor libertad entre la estructura tradicional del
español, también Borges ha dicho cuál debe ser la posición de los escritores
argentinos ante la lengua. Dos artículos resultan reveladores en ese sentido,
Inventiva contra el arrebalero y El idioma de los argentinos, especialmente el
último. Borges distingue el arrabalero del lunfardo. Este último la lengua del
delito es pobre en presentaciones y rico en palabras, cuya renovación explica
Borges atendiendo más al propósito de ocultación que impulso a la fantasía o a
la rebelión contra un orden establecido. La jerga arrabalera deriva de él y lo
divulga. Los sainetes, los tangos y cierto periodismo han contribuido a su
difusión, y el porteño lo ha adoptado a veces, según variables incitaciones de
ambiente y de la época. En su inventiva contra el arrebalero, Borges lo
denuncia como contaminador del habla corriente, aunque sin concederle gravedad
para el porvenir de la lengua. En el idioma de los argentinos, restringe la
importancia de su uso. No hay un dialecto general de las clases pobres del
´país: el arrebalero no lo es. El criollo no lo usa, la mujer lo habla sin
ninguna frecuencia, el propio compadrito lo exhibe con evidente y descarada
farolería, para gallear (Idioma, p. 166-167). Allí y en Otras inquisiciones (p.
35), observa que las creaciones idiomáticas de sainetes y tangos son
memorablemente caricaturescas. Borges considera al arrebalero, por su misma
inteligencia, como inepto para las grandes aventuras del espíritu: jerga que
desconoce el campo, que jamás miró las estrellas y donde son silencio decidor
los apasiona-mientos del espíritu y ausencias de palabras lo fundamental el
espíritu, es barro quebradizo que solo un milagro alfarero podrá amasar en
vasija de eternidad. Y lo rechaza en nombre de una lengua más rica en
representaciones, el mismo argumento con que arremete contra el culteranismo,
la metáfora baldía, la mera sorpresa verbal, la estrechez purista, el gusto
hispano por las simetrías y, en general, la busca del solo halago externo
ornamental. Han hecho el caso preciso del arrebalero, su rechazo se expresa así
(Idioma, pp. 167-168): el vocabulario es misérrimo de representaciones lo
informa y una viciosa turbamulta de sinónimos lo aplica… el arrabalero, por lo
demás, es cosa tan sin espíritu y fortuita que las dos clásicas figuraciones
literarias de los suburbios pudieron llevarse a cabo si él…Lo cierto es que
entre los dos (Carriego y Fray Mocho) opinaron que ni para diabluras de la
gracia criolla ni para recatada piedad, el lunfardo es bueno). Por eso repudia
también lo gauchesco que se ampara en un hablar postizo buscador del color
local, en algunos trastos criollos o en las lastimas de los proverbios diferenciales
de Ascasub. Hernández y Estanislao del Campo, advierte al mismo tiempo de ese
mundo poético (nos propone un orbe limita-dísimo, el orbe rudimental de los
gauchos) y propugna literatura universal. Lo cierto es que, años antes de
formular esa general objeción a la literatura gauchesca, Borges había señalado
la presencia del interés metafísico en Hernández, en ese contrapunto larguísimo
del Martín Fierro en que un gaucho y un negro defendieron el amor y la ley, y
el contar el tiempo y la eternidad. La posición de Borges como escritor aparece
claramente fijada en estas palabras de elogio a Eduardo Wilde: pertenece a esa
especie ya casi mítica de los prosistas criollos, hombres de finura y de fuerza,
que manifestaron hondo criollismo sin dragonear jamás de paisanos ni de
compadres, sin amalevarse ni gaucharse, sin añadirse ni una pompa ni un comité,
fue todavía más: fue un gran imaginador de realidades experienciales y hasta
fantásticas.
Si a propósito de los conflictos entre la antigua
colonia y la metrópoli puede polemizar a veces con cierta crueldad (Otras
inquisiciones), paginas 35-40), no deja de ver la unidad idiomática del mundo
hispánico, aunque recabe, dentro de ella, la expresión del matiz criollo
(Idioma, p.187; también p.169): Muchos, con intención de desconfianza,
interrogan: ¿Qué zanja insuperable hay entre el español de los españoles y el
de la conversación argentina? Puede ser que ninguna, venturosamente para
entendibilidad general de ese decir, un matiz de diferenciación si lo hay:
matiz que es lo bastante discreto para no entorpecer la circulación total del
idioma y lo bastante nítido para que en él oigamos lo que somos como nación.
Adviértase que Borges busca lo argentino, no tanto
en las expresiones formalmente distintas, si no en la resonancia afectiva
especial que ciertas voces españolas han adquirido en el río de la Plata: No
pienso aquí en algunas miles de palabras privativas que intercalamos y que los
peninsulares no entien-den. Pienso en el ambiente distinto de nuestra voz, en
la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras, en su
temperatura no igual. No hemos variado el sentido intrínseco de las palabras.
Pero si su connotación. Esa divergencia, nula en la prosa argumentativa en la
didáctica, es grande en lo que mira a las emisiones.
Y cosa poca corriente en quienes parten de esa
posición y se detienen especialmente en lo diferen-cial, Borges denuncia de
cierta manera como enga-ñosa y pedantesca esa posición localista: lo también
español no es menos argentino que lo gauchesco y, a veces, más: tan argentina
es la palabra llovizna como la palabra garúa, más nuestra es la de todos
conocida palabra pozo que la dicción cambiante jaguel.
Lunfardismo, gauchismo, galicismo, son los
fantas-mas caseros que Borges combate. En algunos autores argentinos alaba la
expresión suelta y genuina que se apoya en la buena lengua oral: Mejor lo
hicieron nuestros mayores. El tono de su escritura fue el de su voz, su boca no
fue la contradicción de su mano. Pienso en esteban Echeverría, en Domingo
Faustino Sarmiento, en Vicente Fidel López, en LucioV. Mancilla, en Eduardo
Wilde. Dejaron bien en argentino: cosas en desuso. No precisaron disfra-zarse
de otros ni dragonear de recién venidos, para escribir. Hoy, esa naturalidad se
gastó.
Preconiza, así un manejo natural del lenguaje,
veamos como las lleva Borges a la práctica. Alguna vez debió de juzgar que el
voseo, tratamiento del habla familiar argentina, hasta de la más oculta,
merecía ascender a la categoría literaria, y lo utilizó, no solo en prosa, para
reproducir la conversación, si no en la poesía y en el ensayo. Para la poesía,
contaba con el antecedente de la literatura gau-chesca, aunque la lírica de
Borges muchas veces de tema ciudadano, pocas rural, no entroncaba en esa
tradición: Así aclaro en su prefacio a Luna de enfrente, que muchos de sus
poemas estaban escritos en criollo, no es gauchesco y arrabalero, sino en la
heterogénea vernácula de la charla porteña. Su pasión de Buenos Aires encontró
alguna vez , para manifestarse, formas que evoca las que podría utilizar un
porteño para hablar con la mujer querida, y combino el énfasis con la nota
típicamente coloquial del voseo: y solo a vos el corazón te ha sentido, calle
dura y rosada./ No he mirado los ríos ni la mar ni la tierra,/ pero infinito
conmigo la luz de Buenos Aires/ y yo amaso los versos de mi vida y mi muerte/ con
esa luz de calle./ Calle grande y sufrida,/ sos el único verso de que sabe mi
vida. Pero lo que más contrariaba los hábitos de la
literatura anterior era el uso del voseo en el ensayo, en temas de crítica
literaria o filosófica, junto a la razón racionalmente o a Jorge Federico
Guillermo Hegel. A una particular tención emocional se añade aquí, claro está,
mucho de jugueteo y de buena sorna criolla, como lo muestra la pedantería de la
primera expresión o pomposa manera de nombrar a Hegel, en choque con vos, tan
de todos los días. Desde discusión en adelante, Borges lo ha usado sólo en
dialogo, coincidiendo con el gusto general.
También llaman la atención algunas peculiaridades en
el nivel fónico de la lengua. La supresión de la d final responde a su deseo de
que la escritura refleje pronunciación rioplatense. Practicada abundante-mente
en Luna de enfrente y el Tamaño.
Con almacén rosado (poemas, p.78, donde corrige eres
en lugar de sos en el v.20, peor mantiene vos en el verso final, sin aparentes
motivos métricos, salvo en el último caso), y en una de cuadernos (poemas p.
124). Equidistante de sus copias, el no escrito idioma argentino sigue
diciéndonos, el de nuestra pasión, el de nuestra casa, el de la confianza, el
de la conversa amistad (Idioma, p. 176). Poemas, p. 78. Este experimento
idiomático no se difundió entre los poetas argentinos hasta más tarde, ni el propio
Borges insistió en él. Tamaño pp, 14 y 107. También Inquisiciones p. 138. En
Historia universal de la infamia, pp. 105 y 108, en El Aleph, p. 35. El
mexicano Pedro Henríquez Ureña se lo critico en RFE. XII, 1926, p. 79, al
reseñar Inquisiciones. La pérdida de la d al final es corriente en España y en
América salvo escasas regiones (véase BHD, I, pp. 231 y 232, nota.1), la
practican también las personas cultas, con asociaciones que dependen de las
cir-cunstancias y del tipo de palabras (T. Navarro Tomás, manual de
pronunciación española). En la Argentina algunos pasan, cuando quieren
esmerarse, de mi esperanza, aparece solo una vez en Cuaderno de San Martín y
después es abonada del todo. Nunca la utilizo Borges con sistema. Aun en los
libros que más a menudo figuraba, son igualmente frecuentes las voces con d
conservada. Tampoco elige guiado por el uso, pues escribe una misma palabra
(ciudad, realidad, amistad, felicidad, verdad, ect.) en ambas formas o mantiene
la d en veces corrientes (casualidad, habilidad) mientras que la suprime en
otras tan insólitas como bostezabilidá, proceridá, forasteridá, ect. Habría que
ligar la actitud de Borges con la de Unamuno o de la Juan Ramón Jiménez, que
escriben reló porque así se pronuncia, y con su afán de mostrarse alerta contra
el arrastre de las convenciones, pero Borges acabó con abandonar está, como
otras curiosidades relativas al nivel léxico (leyenda, escribidor).
En cualquier análisis de vocabulario que intentemos,
no será fácil marcar el límite entre el lunfardo y el habla vulgar, cosa común
a todos los argots; entre el lunfardo y el gauchesco, por naturaleza del
arrabal porteño, que se diluía en la pampa, como lo ha descrito el mismo Borges
(Carriero, pp. 25 y 90); ni entre el gauchesco y la lengua familiar de Buenos Aires, dada la simpatía vital que el
campo despierta en el hombre de nuestra ciudad, por lo demás, es claro con
frecuencia las palabras pasan de un círculo a otro. De las que emplea Borges
cuando nos habla del arrabal, muy pocas son verdaderos lunfar-dismos (atorrar,
atorrante, reo, furca, canflinflero, farra y quizá peringundín; en el Hombre de
la esquina rosada: quilombo, legue, biaba, y quizá finyigo) se hablan en el
habla familiar y en la literatura, otras voces recuerdan el contacto del campo
con el arrabal, del gaucho con el orillero: malevo, malevaje, amalevado, taita,
guapo, cuchillero, compadre, compadrón, compadraje, compatronamente, ventajero,
boliche, canchar, hachazo. Las formas cauchescas y las del habla familiar
argentina entre las que hay palabras originalmente rurales y voces hispánicas
con distinta connotación abundan mucho más. Pero lo importante es ver cómo
Borges ha recurrido en cierta época al uso deliberado de los americanismos como
refuerzo del ambiente que deseaba evocar, a- ños ha utilizado fuera de su
órbita propia con intenciones estilísticas de contraste. Así dice los primeros
versos de El general Quiroga va en coche al muere: El madrejón desnudo ya sin
una sé de agua/ y la luna atorrando por el frío del alba/ y el campo muerto de
hambre, pobre como una araña.
SOBRE LA OBRA DE FACUNDO
En 1845, los lectores del Progreso pudieron empezar
a leer en sus páginas una obra escrita por Sarmiento. Se titulaba Facundo
civilización y barbarie, que desde esos tiempos se considera un clásico de la
literatura argentina. Ese mismo año, inició varios viajes a Europa, África y
Norte Amé-rica, pues el gobierno de Chile le había encargado estudiar, los
sistemas educativos que había en aquellas regiones.
Tras regresar a la Argentina en mil ochocientos
cincuenta y uno, se unió al gobernador de la provincia de Entre Ríos, Justo
José de Urquiza, para intentar poner in al gobierno de Rosas y al poder de
Buenos Aires, y avanzar en el proyecto de una constitución nacional. Sarmiento
lucho en febrero de mil ochocientos cincuenta y dos, en la batalla de Caseros,
que provoco la caída del dictador Rosas. En mil ochocientos cincuenta y cinco,
se instaló en la capital, allí fue redactor, jefe del periódico La nación y
profesor de derecho de la universidad.
Comenzó entonces su carrera política: fue gobernador de la provincia de San
Juan (entre 1922 y 1964) y embajador argentino en U.S,A. Durante su
administración como gobernador, decretó la ley de la enseñanza primaria
obligatoria, hasta que por fin, en mil ochocientos sesenta y ocho, fue elegido
por unanimidad presidente de la nación, en aquellas elecciones derroto nada
menos que a Bartolomé mitre que había sido presidente hasta ese entonces.
Muchos historiadores creen que durante el gobierno de Sarmiento comenzó a construirse la Argentina contemporánea, como
presidente sentó las bases para un futuro progreso en la educación, lo mismo
estimulo el crecimiento del comercio y la agricultura, e impulso los trasportes
rápidos y las comunicaciones. En mil ochocientos setenta y cuatro en el momento
que acabo su mandato, paso a ser el presidente Nicolás Avellaneda a partir de
mil ochocientos setenta y nueve, se dedicó sobre todo al periodismo y a
escribir dos de sus últimos libros, fueron Conflictos y Armonías de las razas
en América (1883), y La vida de Dominguito (1888). En Asunción del Paraguay,
donde había ido a preparar un proyecto educativo.
Sobre la obra de Facundo civilización y barbarie,
analiza el carácter de Facundo Quiroga, caudillo de la provincia de la Rioja,
reflexiona sobre los rasgos del paisaje argentino, además es un apasionado
contra el régimen de Rosas, se le considera a esta obra cumbre del romanticismo
hispanoamericano.
SOBRE MARTÍN FIERRO
Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigueta,
que al hombre que lo desvela
una pena extraordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.
Hay quienes promulgan que todavía puede verse la
sombra de Martín Fierro cruzando la pampa; otros aseguran que aún puede oírse
en el campo alguna guitarra que lo recuerda; para muchos la vida del gaucho no
está solo en las bibliotecas sino en la memoria de otros marginados. Quizá así
sea. Tal vez por eso su nombre evoque no sólo una obra literaria punto
culminante de la literatura gauchesca, o uno de los mitos en que se funda la “argentinidad”,
sino también a un hombre condenado a una vida de injusticias, a un trasgresor
por la palabra. “Poema épico lo llamaron algunos o canto novelado. El Martín
Fierro es una mezcla de todo esto y muchas otras cosas que se nos escapan;
aquello que lo hace estar en los libros, pero también más allá de ellos
convertido en nuestro semejante;” No menos igno-rante que nosotros/ No menos
solitario entró en la muerte, escribió Jorge Luis Borges en su poema El gaucho.
Estaba el gaucho en su pago/ con toda seguridad,/
pero aura…¡barbaridad!/ la cosa anda tan fruncida,/ que gasta el pobre la vida/
en fluir de la autoridad.
Seducidos por ese personaje o por una imagen tal vez
más mítica que real que vive libre, enemigo de todo aquello que pusiera límites
a su cabalgar por las pampas, diestro el manejo de la guitarra, los escritores
urbanos, cultos, crearon un género que buscó retratarlo. Nació así la
literatura gauchesca, de la cual el Martín Fierro es el representante máximo.
Por supuesto, lo que los hombres de las letras hicieron no fue imitarlo, sino
someter el habla y la cultura gaucha a una reelaboración. El gaucho se
convirtió así en personaje y, muchas veces, también en destinatario de estas
obras. Se sabe que estos habitantes de las pampas cultivaban una poesía oral
que se expresaba preferentemente en canciones, o en esos duelos verbales
conocidos como payadas en los cuales los contrincantes, guitarra en mano,
improvisaban composiciones de versos octosilábicos. Todos sus refranes, sus
dichos agudos, sus proverbios comunes son expresados en dos octosílabos
perfectamente medidos, escribió José Hernández. Esa poesía que conjugaba lo
lírico con lo narrativo fue la base del trabajo de los poetas gauchescos. En su
momento, estas composiciones que hacían en uso letrado de la cultura popular,
fueron consideradas el letrado más bajo de producción literaria, por el hecho
que trataban de comunicarse con un público casi analfabeto y ajeno a la cultura
dominante, utilizando sus formas expresivas y tratando sus problemas.
Como antecedente de José Hernández en esta bús-queda
de una nueva voz literaria, suele ubicarse a Bartolome Hidalgo (1788-1822), que
propuso una división fundamental dentro del generó: por un lado los”cielitos”en
los que el gaucho celebraba triunfos militares de los patriotas o replicaba con
sorna a las intenciones españolas, por otro lado, los diálogos en los que dos
gauchos evocaban con matices de que ja de decepción las primeras luchas
emancipadoras. Sus sucesores, Hilario Ascasubi (1807-1875) y Estnislao del
Campo (1834-1880), escribieron una poesía gauchesca cada vez más satírica. Un
amigo de Hernández, el uruguayo Antonio Lussich (1848-1928), publico sus tres
gauchos orientales poco antes de que apareciera una obra con la que tiene
fuertes relaciones: el Martín Fierro.
Una característica fundamental de la gauchesca es su
relación con la oralidad, de una manera que podríamos llamar doble: por un
lado, busca recrear la cultura de los habitantes rurales rioplatenses,
básicamente oral, por otra parte, el eco encuentra entre ese público es muy
importante, tanto que muchos de estos textos han sido incorporados a la
tradición de los gauchos, de modo que se convierten en relatos orales aun
cuando su origen haya sido el libro. Es decir, hay un ciclo que parte del material
oral y llega, en última instancia, a esta misma fuente. En el caso de Martín
Fierro, a la difusión que tuvo el libro, once ediciones que se sucedieron
durante los primeros seis años (José Hernández habla de cuarenta mil
ejemplares) más ediciones clandestinas, y hay que sumarle el éxito que
significó su propagación de boca en boca. Los recitadores ofrecían de memoria
fragmentos del poema con los que el público se entusiasmaba.
Quienes formaban ese público? ¿Quiénes eran esos
gauchos que se conmovían e identificaban con el relato de otras vidas tan
miserables como la suya? Hoy sabemos más del gaucho creado por la litera-tura
que del real. Fue tantos otros y hoy es una quieta/ pieza que mueve
literatura/, dice Borges. Los especialistas aun discuten acerca de los orígenes
de estos habitantes del campo rioplatense. Quizá descendientes de españoles o,
más probablemente, mestizos, diestros en el manejo del caballo y de la
guitarra, eran marginales que sufrían los embates del autoritarismo que
caracterizaba al proyecto de organización del mismo estado argentino.
Los gauchos participaron en las luchas por la
independencia contra los españoles, y, posterior-mente, en los enfrentamientos
de los unitarios (partidarios de un gobierno centralista en Buenos Aires) y federales
(defensores de las autonomías provinciales) que ensangrentaron al país durante
gran parte del siglo XIX. Sin embargo, una vez encaminado el proceso de
organización interna, se convirtieron en personajes incomodos para los
gobiernos; su destino fue entonces el de convertirse en mano de obra barata
para los grandes hacendados, propietarios de la pampa, o en soldados del
ejército. Por ser poco que nómadas, sin un trabajo regular, libres y pobres,
portadores de características como propias de la” barbarie”, fueron expulsados
por la sociedad. Entre los modelos en que los gobiernos pretendieron
controlarlos se encuentra la llamada Ley de la Vagancia (promulgada en 1815),
que obligaba a todos los habitantes del campo que no fueran propietarios a
demostrar su condición de trabajadores dependi-entes. A los que no podían
hacerlo, se les consi-deraba vagos y se los enrolaba en el ejército para
defender las fronteras de los ataques de los indígenas. Aquí está el comienzo
de la historia de Martín Fierro.
111 Tuve en mi pago en un tiempo
Hijos, hacienda y mujer,
Pero empecé a padecer.
Me echaron a la frontera
¿y que hallar al volver1
Tan sólo halle la tapadera.
En 1872 aparece la primera parte de la obra, llamada
El gaucho Martín Fierro. Su autor José Hernández (1834-1886), se había dedicado
hasta entonces fundamentalmente al periodismo, y como tantos otros hombres de
letras de su época, acompañaba tal oficio con una actividad política
importante, ejercía en diferentes cargos públicos, y un desempeño militar
reconocido. Aunque era hombre de ciudad, se había creado en el campo, porque su
padre era administrador de haciendas. Este contacto íntimo con el mundo del
gaucho es la base de su obra. Como el mismo lo explica en el prólogo de la
novela.
El éxito de esta obra, que presentaba de manera tan
descarnada y a la vez con una importante elaboración lírica, las injusticias a
las que vivían sometidos los gauchos, tuvo un éxito inmediato, sobre todo entre
los propios habitantes de la pampa, quienes se vieron representados por el
héroe del libro. En la primera parte del libro, que tiene un desarrollo lineal,
el gaucho Martín Fierro narra su vida pobre y sencilla pero feliz hasta que es
enviado a defender la frontera de los indígenas (en el momento que tiene la
historia contada, el gobierno estaba llevando a cabo una cruel campaña de
exterminio de la población amerindia asentada en el centro y sur del país), a
partir de allí, narra los abusos de los de arriba, las penurias que marca su
vida. La autoridad lo persi-gue sin razón y lo envía a la frontera; allí es
explotado y lo despojan hasta de su mísera paga, por todo lo cual Martín
Fierro decide desertar, huye del fortín, pero en el momento que llega a su
hogar solo encuentra desolación, el rancho ha sido comple-tamente destruido y
su mujer e hijos han desaparecido. Son las circunstancias las que lo obligan a
asumir el papel de gaucho malo”. Su
enojo contra el destino es volcado en la pelea con un negro, a guíen termina
asesinando, por lo que se ve obligado a huir. En el camino lo encuentra una
partida de policía. Durante el enfrentamiento que con esta sostiene, se pone de
su lado el sargento Cruz, personaje que funcionará como complemento y
contrapeso de la figura de Fierro; ambos deciden de huir juntos hacia el
territorio de los amerindios, porque sienten que muy mal que allí estén, van a
estar mejor que entre cristianos. Esta primera parte tiene un perfil casi épico
que realza la figura del gaucho rebelde, víctima de los abusos del gobierno.
Frente a la moral idealista que Fierro busca
tras-mitirles a sus hijos, se levanta la moral oportunista del viejo vizcacha.
Personaje fundamental de la vuelta, aparece como una personificación de la astucia,
el engaño y disimulo, característica fundamental de la picaresca criolla,
pariente de la española, pero nacionalizada argentina. Finalmente a través del
personaje, del hermano del que Fierro asesinara en la primera parte, se
incorpora la payada como juego de contrastes. El duelo a cuchillo se ha
trasformado aquí en duelo verbal, canto dentro del canto. En esta exhibición
del ingenio del poeta gaucho, los dos cantores insisten en el sufrimiento y en
las luchas del hombre, dándole a la cuestión un planteamiento universal. A la
vez la lengua de Martín Fierro, uno de los rasgos más notables y valorados de
la obra, se apoya tanto en la realidad del gaucho como en su trasformación en
material literari; vulgarismos, arcaísmos, formas cultas, indigenismos,
neologismos, muestran la incorporación de la oralidad a términos y formas que
son producto de la cultura y lecturas del autor, y expresan a través de
diversas formas estróficas. La hibridación entre lo oculto y lo popular en
términos lingüísticos da lugar a un universo de gran fuerza y dinamismo como
tal, en uno de los secretos de la permanente vigencia de estos versos.
SOBRE LEOPOLDO LUGONES
Este escritor, por ese entonces era un hombre
consagrado íntegramente a la literatura. Es innegable su rigor, su amor por las
palabras, por el innumerable juego de ellas. Un escritor puede ser un obrero
metódico de sus obsesiones: Lugones lo fue. En su libro de ensayos El payador,
escribió sobre los temas que lo apasionaron y que van a decantarse en su
poesía, como el gusto en sí del poema épico y el espíritu gaucho en el cual
siempre reenvido la rebeldía y sus pasajes de libertad:” El gaucho fue el héroe
y el civilizador de la pampa. En ese mar de hierba, indivisa comarcas de tribus
bravía, la conquista española fracaso… solamente con la pampa no pudo la
conquista. Ni sus elementos nobles, el soldado y el misionero, ni la cizaña
vagabunda, el gitano lograron establecerse allá”.
Borges hace la mejor definición de su carácter
lite-rario; “Para Lugones, el ejercicio literario fue siempre la honesta y
aplicada ejecución de un deber preciso, el riguroso cumplimiento de una tarea
que excluía los adjetivos triviales, las imágenes previsibles y la construcción
azarosa. La ventaja de esa conducta son evidentes; su peligro es que el
sistemático rechazo de lugares comunes conduzca a meras irregularidades que
pueden ser oscuras o ineficaces. Esta antología abarca momentos cruciales de su obra
poética. Allí sondeamos las atmosféricas predilectas del poeta, sus fragancias
sus suspiros y los lienzos que pintan atardeceres grises con la ela-boración
luminosa de su lenguaje. En el solterón”, observamos sentimientos en su voz
particular. Las huellas frescas del romanticismo y del simbolismo:” Largas
brumas violetas/ flotan sobre el cielo gris/ y allá en las dársenas quietas/
sueñan oscuras goletas/ con un lejano país”. La muerte es una sombra de la vida
y en un repentino verso expresa con asombro”… que cercana esta la muerte/ del
silencio del reloj”.
La galantería romántica aparece también en El
solterón”, en el que la caballerosidad
es sinónimo de estética y valentía, y le
procura un aire soñador ingenuo del poema: “ Y al dar a la niña inquita/ la reconquista flor/ en la
persiana discreta/ sintiéndose héroe y poeta/ por gracia del amor.
Su origen provinciano rodea su calibrada inspira-ción.
En emoción aldeana” surge el campo con esplendor y ternura, y el perfume de las
boñigas se eleva entre praderas pálidas y cielos azules, y una aparición
femenina le produce una nostalgia paradi-siaca; y aquella joven con su traje
blanco/ al borde de esa visionaria
cuenca. / Daba al fugas paisaje/ un aire de antigua ingenua flamenca”. La mujer
de Lugones es centro de su poesía, y más
a donde ella conduce. La naturaleza tiene la misma textura del deseo
femenino, y se prolonga mutuamente en la inmensidad de la pampa. Por su dramatismo y calidad artística, encontramos
en El libro fiel (1912) uno de sus más bellos poemas: La blanca soledad,
construyen en una vibrante melodía. El ritmo es pausado, pero ascendemos
lentamente a las alturas insospechadas, a sentimientos profundos que forman un
imponente oleó nocturno que develan el intenso recorrido espiritual del poeta:
la noche; nos dice. Es el blanco cuerpo del silenció, es el espejo de la mujer
porque desata su cabellera, / en prodigioso follaje de alamedas. Y el tiempo es
volumen de nuestro precario devenir; en un lado está el presente fugaz: nada vive sino en el ojo/ del reloj en
la torre tétrica, y el pensamiento inútil del infinito “como un agujero abierto
en la arena./ El infinito humano está marcado en el minutero, pero en la noche
descubrimos el absurdo de tenerlo,/ de alcanzarlo. Y en una lúcida metáfora
Lugones lo vislumbra, lo define: el infinito/ rodado por las ruedas/ de los
relojes/ como un carro que nunca llega. Las sombras viven como ideas, nos
recuerda el poeta, y la nostalgia lo hace decir que el mundo es hermoso como la
antigüedad de la luna llena. En ese tránsito poético siente el ansia tristísima
de ser amado; la soledad cava fosas en nuestra vida, y de la ausencia nace la
mujer llenando de esperanza el dolor del poema: es una ciudad o un buque/ en
que fuésemos abandonando a la tierra/ y solo permanece en la noche aciaga/ la
certidumbre de la ausencia”.
Leopoldo Lugones nace en Villa Maria, un pequeño
pueblo de la provincia de Córdoba, en 1874 y pasado el tiempo el 18 de febrero
de 1938 se suicida en el Recreo. “El tropezón del tigre. El escritor argentino
tuvo una vida plena llena de acontecimientos. Luego de haber cursado los
estudios secundarios, se marchó a Córdoba capital, en esa ciudad inició su
vida literaria y periodística. Empezó a escribir en la Nación en mil ochocientos
noventa y cinco, promovido por su amigo Rubén Darío. A partir de mil
novecientos uno se desempeñó en diversos cargos de índole educativa. Viajo a
París antes de la primera guerra mundial. Se devolvió a la Argentina, en ese
entonces dirigió el suplemento literario de la Nación y más tarde fue
bibliotecario del Consejo de educación. Lugones practico diversos géneros, como
poeta se inició en mil ochocientos noventa y siete, con su libro de poesía La
montaña de oro, con veros medios y libres y prosa poética, en plena eclosión
del modernismo. La atmosfera decadente y simbolista se prolonga en Los crepúsculos
del jardín (1905), y Lunario sentimental (1909), que recibió una crítica feroz,
siempre bajo la influencia del poeta nicaragüense. Su registro poético cambia
luego en Las odas seculares (1910), exaltación de las proezas inspiradas en
Virgilio. Al trascurrir el tiempo su poesía se vuelve intimista y cotidiana en
el Libro fiel (1912) su última manera en la poesía narrativa: Poemas Solariegos
(1927) y el póstumo Romances del río Seco.
Como cuentista se le debe Las fuerzas extrañas
(1906) y cuentos Frontales (1926) que desarrollaron la literatura fantástica
que se liga con Horacio Quiroga y a la vez ya anuncia a otros grandes
cuentistas. El relato histórico sobre la Guerra de independencia anida la
guerra gaucha y las mediaciones exotéricas de teosofía, una inolvidable novela
El ángel de la sombra (1926). En el campo de la historia Cuentos del imperio
jesuítico (1904) y el Payador (1916), una conferencia sobre el Martín Fierro de
José Hernández.
Lugones tradujo pasajes de la Ilíada de Homero y a
la vez realizo un estudio impecable sobre la Grecia clásica en las Limaduras de
Hephaetos (1924 y 1938). La evolución de su pensamiento político puede seguirse
en los libros como Mi beligerancia, La patria fuerte y La grande Argentina.
Lugones contribuyo con sus opiniones, se le considera una de las figuras
capitales de la literatura argentina.
EL HOMBRE DE LA SELVA
Según Ezequiel Martínez Estrada, en el año de mil
novecientos veinte ocho vivía yo en Lomas de Zamora y mi amigo Horacio Quiroga
en Vicente Lopez, en esos calurosos días habíamos iniciado nuestra amistad poco
antes, al encontrarnos en la vivienda de Norah Lange. Los encuentros anteriores
fueron completamente ocasionales, con muchas otras personas, en comidas o
cocteles bulliciosos; excepto a las tardes, en el café Paulista de la calle
Corrientes, donde preferíamos encontrarnos los días de la semana él, Espinosa
y yo. A veces de ahí salíamos al bar Helvético para encontrarnos con Lugones y
gente de la Nación, que yo no conocía. Por azar participábamos de esas
tertulias, como La peña de Gamines, a la que asistían Pardos, Sirio, otros
pintores y escritores entre quienes se sentía foras-tero. Quiroga iba a sorber
su cucharada de bicarbonato.
Gran importancia para nuestra amistad tuvo ciertas
tarde de indeleble en casa de Norah Lange, con Sanín Cano, Espinosa, Mom y
alguien más. La saludable alegría de Norah y las hermanas se hicieron comunicativas
y disfrutamos de la jovial juventud
hasta la noche, desbordante, locuaz como nunca lo oí. El patio parecía un
jardín de infantes. Allí lo conocí como era realmente.
Lo seguí viendo siempre, incluso por años. En otra ocasión,
durante su internación en el hospital de Clinicas, sólo dos veces, Quiroga fue
almorzar a casa. La segunda ocasión lo esperábamos y yo llegue algo tarde de la
oficina. Me acuerdo que era un hermoso sábado de nov. Al entrar, encontré a su
mujer y a la mía llorando- Que pasa, pregunte..- Horacio esta hecho una fiera,
hace una hora que se ha pegado al vidrio de la ventana sin hablar- Insistí,
acaso que ha ocurrido- pregunto que había de comer, y le dijimos que le
habíamos preparado arroz que a él tanto le gustaba. Contesto enojada que él no
quería arroz y ahí está contra la ventana. Colgué mi sombrero, con tristes
pronósticos y fui a verlo. Despego la frente del vidrio, avanzo hacia mí y me
puso la mano en el hombro- Hermano(como si me dijera: Hermano Francisco, no te
acerques mucho)- ¿Que dice Quiroga? Se reanimo, como en sus mejores momentos.
Se trajo del mercado próximo algo para prepararle un menú especial. El almuerzo
demoro un tanto y, al fin nos sentamos a la mesa. Quiroga tomo su habitual
cucharada de bicarbonato, poniéndose el polvo sobre la lengua y sorbiendo
enseguida unos tragos de agua. Para nosotros, el arroz; para ´el, no sé qué
vianda para dispépticos. Luego le sirvieron como a nosotros arroz a la
parmesana con champiñones y repitió. Estuvimos todos muy animados y Quiroga se inspiró contán-donos
relatos, anécdotas de su viaje a París, siendo adolecente, y prometió
regalarnos las libretas con el diario de ese viaje, además se refirió a su
vocación de fotógrafo de ciclista; luego conto una anécdota del viaje de
Lugones a Montevideo.
La vida a veces exige renuncias y estrategias. La
mirada con que describe el viaje de regreso de su mujer y de su hijo, ese
sentirse solo como un gato en medio de la lluvia incesante, no es más que el
cierre de la eclipse, en desbocar en ese espacio particular en que llega a
morar un escritor: una geografía que viene desde la imaginación alucinada
buscando el resto empapándose de los mitos, del polvo contrariado de la leyenda
aún el hombre guardaba una armonía con el universo, donde aún se hablaba la
lengua del paraíso.
El camino que Quiroga recorrió, sin embargo tuvo las
escaramuzas y trastabilleos propios del aluci-nado que penetra en la tierra de
paganos y necesita, para llevar a delante, disfrazarse el rosto de lo
convencional, en el ropaje de la vida cotidiana: el Quiroga que nace bajo el
magisterio de Lugones, el citadino mundano desplegando una inusitada actividad
como articulista y como defensor de una particular idea de modernidad. Pero
también se puede ver al Quiroga de los cuentos de la selva, de los cuentos de
terror que son una definición cabal de un género literario al encontrarse con
un escritor que solo a través de él podría dar validez y dimensión estética a
su experiencia. Ya que el hilo secreto lo iba conduciendo durante la duración
de su existencia a ese azar a través de los diferentes rostros que fue adoptado
y lo consumió hacia el encuentro definitivo.
Horacio Quiroga nació en Salto Uruguay, el once de
dic. De mil ochocientos setenta y ocho, cuando nada más contaba con tres meses
de vida quedó huérfano de padre. Su infancia transcurrió en su tierra natal, y
en las sierras cordobesas de Argentina, A los cinco años asistió a la escuela
de Hiram y posteriormente al Instituto Politécnico, donde aprendió el latín y
francés, historia literaria e historia nacional argen-tina, filosofía e
historia americana. En el momento que tuvo trece años su madre contrajo
matrimonio Ascencio Barcos, por quien el joven llego a sentir un sincero
afecto. Con el pasar de los años la familia se trasladó a Montevideo y allí
Quiroga asistió al Colegio Nacional.
Cinco años más tarde, por mil ochocientos noventa y seis, su padrastro se
suicidó; desde hace unos años había quedado inválido y afásico a causa de una
hemo-rragia cerebral. Tres años más tarde revivió este suceso en un cuento que
tituló Para una noche de insomnio. En este relato revelo sobre todo el horror
del espectáculo concreto de la muerte, la experiencia física de lo macabro, la
angustia casi histeria que le provoco la sangre derramada. En mil ochocientos
noventa y siete de gran producción literaria Quiroga incursiono en el
periodismo con el seudónimo de Guillermo Eynhardt, e hizo amistad con Leopoldo
Lugones y fundo la revista del Salto como también el semanario de Literatura y
Ciencias Sociales, en ellos publico sus primeros ensayos cuentisticos: Fantasía
nerviosa, Para una noche de insomnio, donde se nota muy bien la influencia de
Poe.
Por esa misma época viajo a París cuyo viaje duro
cuatro meses, en esa ciudad sufrió toda clase de restricciones. A su regreso a
Montevideo cristalizo el viaje en relatos que conforman los libros Los
arrecifes de coral y El crimen del otro, luego se volvió a reunir con sus
amigos los mosqueteros (Federico Fernando, Alberto J, Brignole, Julio J.
Jaureche, Asdrúbal E. Delgado y José María Fernández) con los cuales y otros
más fundara el consistorio del Gay Saber. Al pasar el siglo accidentalmente
Quiroga dio muerte a su amigo Federico Fernando, de tal forma le sobrevino un
corto proceso por suerte para él quedo exonerado de toda culpa, ese
acontecimiento y otros más hicieron que se fuera a vivir a Buenos Aires a la
casa de su hermana y solo volvió a su patria en pocas ocasiones. Luego de emprender una expedición con su amigo
Lugones por San Ignacio (Misiones), se metió en lo más profundo de la selva y
adquirió un pequeño terreno en el Chaco donde se dedicó al cultivo del algodón;
esa aventura lo dejo en la ruina. Al volver a San Ignacio con la ayuda de
Lugones logro ser profesor de literatura y castellano, a la vez conoció a Ana
María Cires, una de sus bellas alumnas, con quien formo una relación
sentimental, dada la edad de Quiroga empezaron ciertas dificultades con los
padres de ella, a pesar de eso logro casarse con la mujer de sus sueños con la
cual tuvo varios hijos.
Con el trascurrir del tiempo su vida tomo un rumbo
diferente. Los pequeños quedaron a su cuidado, les impartió una educación que
los habituó a vivir en la selva, en esas circunstancias escribió relatos
infantiles, que más tarde fueron publicados bajo el título Cuentos de la selva
para niños. A finales del dieciséis regresó a Buenos Aires, aun
así le fue imposible dejar de lado sus inclinaciones aventureras, por lo que
construyo una embarcación llamada la Gaviota, se arriesgó con locos paseos por
el Paraná, al sufrir tanto por esas extrañas travesías, desiste de sus
propósitos concentrándose en escribir por esa época publico cinco libros, entre
ellos Anaconda uno de los que más popularidad le dio, despertó en él una
afición por el cine y se convirtió en crítico cinematográfico.
Como no logro olvidarse del todo de sus andanzas por
la selva, volvió a Misiones con sus hijos, en esas circunstancias conoció a una
joven de diecisiete años también de nombre Ana María, de quien se enamoró
perdidamente pero esta vez no tuvo las fuerzas suficientes para convencer a la
familia y al tener problemas se vio obligado a regresar a Buenos Aires donde
publico Los desterrados. Es sin duda su obra cumbre, más compleja y equilibrada
ya que tiene el espejo de su madures. Ese triunfo figurativo cautivo a María Elena Bravo, amiga de Eglé y a pesar de
las marcadas diferencia de edades se casaron un año más tarde, su felicidad
duro muy poco debido ya que la enfermedad en él resulto ser fatal, al
abandonarlo ella y su hija quedo sumido en la más profundad soledad. La
enfermedad lo hiso padecer que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente, al no
quedar nada bien su esperanzas se diluyeron y al tener el cáncer que lo
consumió, a los pocos días de esa operación lo encontraron muerto en su propia
cama.
SOBRE LEOPOLDO MARECHAL
A este autor,
tanto de poesía como de novela se le considera un padre tardío de la literatura
argentina. Leopoldo Lugones (1900-1970)
fue maestro de infantes y luego más tarde director de Bellas artes en la
universidad de Buenos Aires, durante esa misma época realizo un par de viajes a
Europa, antes y después de la segunda guerra mundial. Colaboro con las revista
literarias de vanguardia en la década de mil novecientos veinte, manifestando
siempre su integra escritura y en favor de los más vulnerables y a la vez
simpatizando con el movimiento político de Juan Domingo Perón.
Su poesía se inició con el ultraísmo, cultivando el
verso libre en poemarios como: Los aguiluchos (1922) y Días como flechas
(1926). Luego evoluciono hacia una forma de clasicismo, volviendo a los
modelos del siglo de oro español: Odas para el hombre y la mujer (1929), Cinco
poemas australes (1937) y sobre todo en Laberinto de amor (1936), El centauro (1940),
Soneto a Sophia (1940) y Hertá-meron (1966). Marechal expuso sus posiciones estéticas
y políticas que provienen escolasticismo, en descenso y ascenso del alma por la
belleza (1939) y en Autopsia de Creso (1965).
También desarrollo obras de teatro dondo trata los
mitos clásicos en clave moderna: Antígona Vélez (1951). Su obra más singular es
una extensa novela, Adan Buenosayres (1948), que ocurre en pocos días en Buenos
Aires cotidiana que se convierte en un infierno, donde se encuentran huellas de
Dante Alighieri y James Joyce, el uso del habla callejero, las figuras clásicas
y la poética de vanguardia le dan un perfume muy siniestro y a la vez
particular. Otras novelas de menos envergadura son El banquete de Severo Arcángelo
(1965), Metafón y la guerra (1970) También se insertan en su mitología
bonaerense, según palabras de Julio Cortázar.
De Adán Buenosayres: ¿Es absurdo! Uno está
navegando en ciertas aguas oscuras, y de repente se da cuenta que ha mordido un
azulejo invisible ¿Comprenden? (Los tambores redoblan en un crescendo
ensordecedor)¡ Y uno se resiste, forcejea, trata de agarrarse al fondo! Es
inútil:¿ el pescador invisible tironea desde arriba! (Se han desfondado los
tambores. Adán Buenosaures deja caer su frente sobre la mesa y al hacerlo
derriba con estrépito el vaso único (p. 273).
El petizo Bernini lo miro con asombro. Después,
haciendo gala de una riqueza estadística agobiadora se defirió a la falange de
hombres extranjeros que no habían traído, no solo su trabajo útil, sino también
su peligrosa soledad o soltería (p. 295).
El vocabulario de Frantino provoca nueve risas; pero
el orador clava en los reidores sus helados ojos de tornillo, y un gesto
desdeñoso quiebra la línea impecable de su boca. Entonces Adán, inesperada-mente,
hunde sus dos índices en las costillas de Tarzian, el actor.- arriba las manos-
Le dice.
LA ARQUITECTURA DE LA PALABRA
En tanto algún asunto induce a la escritura, todo
escritor es un recién llegado al mundo de la ficción. Debería suspender en la
escritura el motivo del hecho fundamental del escribir: el motivo como lector,
clama por el sentido. La escritura de Macedonio Fernández, descubre una
valorada tác-tica: distraer. Si el lector y el motivo logran íntegramente
entretenerse en una mutua y visualizada expectativa de que advenga un sentido.
La escritura puede constituirse como una promesa como el diferir de una
respuesta que en algún momento en especial, como se dice vendrá a poner las
cosas en su lugar.
El placer consiste en hacer que otros se asistan en
esas letras, mientras creen que las están leyendo, que otros desplieguen el tiempo plegado en las palabras bajo el
pretexto de un sentido, de alguna significa-ción propicia a los grandes
misterios de la vida. El escritor quiere ser aquel origen, diferente persona
notada enseguida por todos, que llega a tiempo a un país de la clase de los
diferentes, mantiene el aire digno de un hombre que no sabe ponerse los
pantalones al revés. Escribe Macedonio para poder inscribirse en la
trascendencia, en el juego solemne de la escritura, o el sombrero derecho en la
cabeza izquierda, y trasmuta del desperfecto del público, sí que se concentra
en una meditación sobre eclipses, ceguera de los transeúntes, huelga de los reparti-dores
de luz, invisibilidad de los átomos y de malogrado dinero papal, y así logra
ser visto. Diferente de un desperfecto, el escritor cautiva la mirada del
lector para no ser visto, la vista es especulativa, la mirada es encantatoria.
Ser mirado para no ser interrogado. ¿No les hace padecer Macedonio a los
lectores los efectos de una escena. La escritura, alguna vez padecida por él,
en el teatro de algunas acciones? El lector a la medida que va leyendo se hace
cómplice. Freud nos alerta contra el deseo de los biógrafos, idealizar por un
lado, hacer-car por el otro. El biografiado se aleja mediante un recorte ideal
de su figura, se acerca por los rasgos “humanos”. Hay una retórica de la
distancia óptima. Los críticos modernos creen escapar a esta disyun-tiva puesto
que no se ocupan de “autores” pueden ser caracterizados tanto como los autores.
La metafórica de la crítica moderna cuando habla de máquinas, de corpus,
muestra los efectos imagina-rios de cierto descubrimiento. Al descubrimiento de
la anticipación del significante, de la constante articulación inconsciente del
lenguaje le sique cierta fantasmagoría donde el texto empieza a comportarse
como un autómata… La crítica literaria funciona como el lugar donde los restos
teóricos se organizan según cierta necesidad restitutiva: una reactivación de
la herida produce una reactivación de los blaso-nes. El crítico, confundido con
su objeto, da a la resistencia una nueva poética en cuyos hallazgos es
necesario no extraviarse: que el deseo se nombre en la extravagancia no
significa que mostrará su verdad cuando la mirada se deja capturar por la
fascina-ción. El crítico moderno (hay que leerlo en Barthes) identificado con
el artista se trasforma en su cómplice impotente. Ninguna anterioridad del
saber crítico, solo el plegado seductor en el ruedo material de las palabras.
El poder no es del texto, ni del crítico, sino de
esa otra escena, que hacen posible la existencia de los críticos y artistas, es
decir, de la cultura especifica.
Matar al padre es renunciar por igual, nos dice
Sarah Kofman, a la idealización teológica y a la identificación narcisista. La
sustracción es la cultura, de la que el padre histórico es un soporte pero no
es un fundador. El trabajo no consiste en acercar o alejar a Macedonio Fernández,
sino producir un texto evocando relaciones que el texto macedoniano hace
posibles, pero que no contiene en realidad. El texto de Macedonio dice lo que
quiere (quien lee). Este texto habla por sí solo en ese querer según las
razones de una lectura que toma la intertextualidad como red de relaciones que
pueden ser efectivamente realizadas en otro texto que se sumara a la red, sin
intentar convertirse en su ombligo.
Si la vocación es una llamada. Macedonio es un pretexto
que hace posible producir un texto que es, a la vez una interrogación sobre esa
llamada y una respuesta particular entorno a sus determinaciones.
Para Macedonio la bio y la grafía se excluyen: la
grafía es la huella de la ausencia, la vida es una serie casual de
sustituciones ilusorias, de recurren-cias misteriosas. Se vive viviendo
íntegramente, se escribe con pasión.
Hay biografías, las huellas que alguien deja
inscritas en la memoria de los otros, en cartas y acciones registradas, son
como el material de un texto.Hablar de Macedonio Fernández es entrar en lo que
constituye la literatura, su influencia fue sobre todo oral y epistolar (se
escribió largamente con William James y ramón Gómez de la serna) a parte de
proponer un ejemplo de contraliteratura, basado en el desmontaje y la perdida
de los grandes géneros. Escritores de la talla de Borges, Leopoldo Marechal,
Julio Cortázar han reconocido la importancia de sus ideas, sus formulaciones
sorprendentes y sobre todo de su ruptura con los lugares comunes, y la sole-mnidad
a través del humor. En sus ensayos se advierte una buena lectura de Henri
Bengson y Sigmund Freud. Su obra no es muy numerosa pero si de un ímpetu
profundo, se conoció póstumamente, en virtud que dejo papeles sueltos y
colaboraciones dispersas que, gracias a labor quijotesca de su hijo Adolfo de
Obieta y de otros estudios de su literatura, acabaron reunidas en un grueso
tomo.
Escribió: No todo es una vigilia la de los ojos
abiertos (1928), Papeles de recienvenido (1929), Una novela que comienza
(1940), Poemas (1953), Museo de la novela de la eterna (1967), Cuadernos de
todo y nada (1972), Teorías (1974), Adriana Buenos Aires (1974), Epistolario
(1976), y Papeles antiguos (1981).
SOBRE RICARDO PIGLIA
El tiempo no es nada más que es un cumulo de actos,
por eso la referencia es Ricardo Piglia (Adrogué 1940) con el pasar del tiempo
se ha convertido en uno de los escritores más elogiados por la crítica y
algunos de sus libros se reeditan con una frecuencia inusual. En 1967 apareció
en la Habana (tras haber obtenido mención en el premio Casa de las américas) su
primer volumen de cuentos, Jaulario, publicado poco después en Buenos Aires con
el título La invasión. 1975 se revelo como un actor de prime-ra línea con la
aparición de Nombre Falso, cuyo último texto, una novela titulada entonces
“Homenaje a Roberto Arlt, ha suscitado un interesante reconocimiento por parte
de la crítica, ha sido la novela Respiración artificial (1980), la que ha
provocado los mayores elogios con una sorprendente unanimidad. Desde entonces
Pligia ha publicado, entre otros libros una recopilación de entrevistas
(crítica y ficción, 1989, con una edición ampliada en 1990); un volumen de cuentos
(Prisión perpetua, 1988) y una colección de ensayos breves (La Argentina en
pedazos, 1993). Si Respiración artifi-cial ha sido considerado por varios
críticos una de las diez mejores novelas de la historia de la litera-tura
argentina, el mismo Piglia resultó, en otra encuesta, el sexto entre los
mejores autores vivos de su país. Lo interesante no radica tanto ahí como en el
giro que él ha impreso, a través de toda su obra, a la manera de leer la
tradición literaria argentina, y sobre todo, a dos autores: de la talla de
Jorge Luis Borges y Robero Arlt. O sea que Pligia no es uno de los narradores
más prestigiosos de su país y de nuestra lengua, sino que también, como
teórico, ha impulsado con éxito una lectura bastante particular de la tradición
literaria argentina, a la que ha incorporado, además, algunos otros nombres.
Pero sin duda, el escritor cuya percepción más ha influido, como casi decir
que Pligia es Arlt. No puede negarse que una buena dosis del enorme reconocimiento
alcanzado por este, así como su entrada tempestuosa e incondicional en el canón
de la literatura argentina, se debe, en gran medida, aquel. En resumidas
cuentas, Pligia ha ejercido, dentro del campo intelectual argentino, un papel
de primer orden. Sus textos y opiniones, con frecuencia provo-cativos,
exagerados y cuestionables, pero siempre lúcido, han encontrado un espacio y un
reconocimiento inusual. Su voz legítimamente ha bastado para perfilar ciertos
cauces, privilegiar ciertos modos de leer la tradición, redefinir los cánones.
Mientras Respiración artificial, por ejemplo, ha
merecido decenas y decenas de estudios, las reflexi-ones en torno a La ciudad
ausente, novela más reciente y difícil, han seguido otros derroteros. Todos los
trabajos u opiniones seleccionados estaban editados.
En una ocasión le dijera este autor a Osvaldo
Ferrari: no sé si volveré a escribir un ensayo en mi vida, posiblemente no, o
lo hare de una manera indirecta, como lo estamos haciendo ahora los dos. Por
una razón semejante, Pligia, tan prolífico y profundo en sus ideas, no ha
escrito libros de ensayo. Ni siguiera apreció nunca, por ejemplo su anunciado
volumen entre Arlt y Borges, ensayos sobre literatura argentina, en el cual
incluirá reflexiones escritas a lo largo de quince años. En ese sentido estricto,
el único volumen de ese tipo es La Argentina en peda-zos, en el cual se
insertan brevísimos ensayos aparecidos por primera vez en la revista Fierro,
acompañados, cada uno, de una historieta, lo cual, obviamente, aleja el libro
del paradigma ensayístico. En realidad, su libro de ensayos por excelencia es
una recopilación de entrevistas (cuya edición incluye también otros textos) que
responde al elocuente título de Crítica y ficción.
Casi por lo que he leído, puedo decir que estoy
convencido, que eso hace particularmente interesante la conversación con
Ricardo Pligia que dilucida en este bello volumen. Debo comenzar advirtiendo
que dicha conversación es una recopilación de veinticinco entrevistas, diálogos
e incluso un ensayo, estoy seguro que modifico en algunos casos las preguntas y
las respuestas con el fin, simplemente, de ocultar ciertas costuras. De
cualquier modo intente imaginar esas conversaciones, claramente respetando el
espíritu del escritor, que el dialogo imaginario no traicionara las opiniones
reales. En fin. Como las propias entrevistas recogidas en Crítica y ficción,
esta pareciera que fuera una conversación ficticia ya que los interlocutores
prácticamente al estar conscientes han inventado algo que nunca se había hecho
antes.
Una de las preguntas de esta contrapartida es la
siguiente: ¿Cuáles son los rasgos definitorios del estilo? La ambición de escribir contra todos los estilos. (para
escribir hay que saber lo que no se quiere hacer; en mi caso no quiero el
estilo canchero y elegante que define la medida de la ex literatura argentina
desde que se murió Roberto Arlt; ni el tono semipararódico y “popular” en los discípulos
involuntarios de Butos Domécq; ni las jergas de clase media de los guetos
parasicológicos. Podría-mos seguir todo el día definiendo lo que quiere hacer y
ese sería mi estilo, yo creo que uno tiene que avanzar en contra de los
estereotipos, y los lugares de polémica que suscita un libro, que son a menudo
un signo de que uno se mueve en buena dirección. Justamente aquello que produce
resistencia puede ser el índice de que no acata los lugares comunes. Un
escritor, para mí, es alguien que deja una huella, que construye un mundo
propio, que no se confunde en la maraña monótona de los libros que circulan.
Después vienen los que dicen que me gusto poco o mucho lo que hace ese tipo,
pero eso es otra discu-sión. Por eso hay luchas, porque imponer un tipo de
valorización es imponer una poética. Un escritor siempre tiene enemigos, porque
su obra anula y cuestiona otras poéticas, impone sus propias jerarquías, su
propio sistema de valores. La literatura es una sociedad sin estado. No existe
ningún poder que medie en los conflictos o que pueda imponer algo
coercitivamente. Sobre ese vacío se construyen las grandes batallas privadas y
las mejores ideologías literarias. Nobokok puede decir que Faukner es un
escritor nacionalista y Gombrowicz puede decir que Nabokov escribe como una tía
solterona. Nadie garantiza el valor, nadie lo puede imponer, la literatura
asemeja a una economía donde cada uno fabrica su propio dinero. No hay banco
central, los billetes son privados, circulan, cada uno les imprime su propia cara.
Al final, algunos se exhiben en una vitrina y eso es un clásico. Por mi parte,
creo que me muevo ahí, buscando la narración algo así como fuera de la
literatura, fuera del relato literario establecido, que ha quedado muy
circunscrito; entonces, creó que hay formas de narración en la historia, formas
de narración que están presentes en la payada popular, o en la novela policial;
yo uso mucho de esas fórmulas de investí-gación. Al mismo tiempo considero que
el lector es mejor que uno; no que el lector es un estúpido, como creen
algunos; que el lector es un boludo y, entonces, ténes que escribir fácil
debido a que el lector es un oligofrénico. Yo estoy seguro que el escritor
tiene que pensar que el lector es mejor, más culto, mas piola, más inteligente.
Entonces la crisis que pasamos es la crisis de la cultura literaria no va
quedar reducida a la universidad, ni a la academia, ni mucho menos va a quedar
reducida a nosotros, los escritores, a los críticos, y si la cultura viva va
estar medida entre las manos de los medios: ése es el punto, me parece, que
pasa a todos por la cabeza ahora.
En Cuanto a la crítica sobre Plata quemada, apenas
incipiente, habrá que esperar nuevas ocasiones. Si bien es cierto que, como
regla, los prólogos de esa colección no ejercen la crítica ellos mismos, me detendré
un momento en esta novela. Si las anteriores Respiración artificial, (1980), y
la Ciudad ausente, (1992) son, grosso modo, novelas celébrales, teóricas, con
personajes que mueven en un ámbito intelectual, con infinidad de historias
paralelas que exigen una lectura ardua, la última es una historia de estructura
bastante lineal, suerte de thriller protagonizada por delincuentes y por
policías sanguinarios y corruptos, dueños de un lenguaje agresivo y marginal.
Muchos de los textos de Pligia, y en especial aquellas dos novelas, se
caracterizan por mencionar y hacer entrar en circulación a escritores y obras
diversas, tanto argentinos como extranjeros, algunas de las escenas más
memorables de su obra, de hecho, giran alrededor de ellos. Plata quemada, por
el contrario, se abstiene de mencionar autoridades. Aparecen aquí, eso sí ávidos lectores, sino de
litera-tura muy particular: malito es un lector voraz de las páginas policiales
de los periódicos, mientras el Gaucho Dorba es aficionado a la lectura de la
Mecánica popular. A pesar de las notorias diferencias entre Plata Quemada y las
anteriores novelas de Pligía, ella hereda unas constantes. La más evidente es
el personaje Emilio Renzi, suerte de alterego de Pligia que aparece en todas
sus novelas. Lo curioso que el Renzi de esta última novela es, puesto que ella
se desarrolla en 1965, el primero en términos biográficos: más joven incluso
que aquel Renzi apareció en el cuento La invasión (1967) y mucho más, por su
puesto, que el también periodista del Mundo en La loca y el relato del crimen
(1975). Dos temas Artinianos caros a Plligia: La traición y la locura
reaparecen aquí y ocupan un espacio importante. La recurrencia en la obra de
este escritor a la ubicación de algunos personajes en situaciones de encierro o
claustrofóbicas, presente también desde sus cuentos iniciales, alcanza en estas
obras un punto climático. Plata quemada tiene un común como las otras dos
novelas, además, cierta incertidumbre con relación con la autoría del texto. En
respiración artificial, por ejemplo queda abierta la posibilidad de que todo lo
leído no sea sino la anunciada segunda novela de Renzi, o incluso el relato
utópico de Enrique Osorio, escrito para
los lectores del futuro. En La ciudad ausente no sabemos a ciencia cierta si la
historia de Junior corre paralela a los relatos de la Maquina o si ella misma
es un relato más: mientras que tal vez la narración de Plata quemada no sea
otra cosa que la crónica escrita por el joven reportero Emilio Renzi al fragor
de los hechos. La trama policial, relevante en las novelas y en algunos relatos
anteriores, adquieren en Plata quemada carácter protagónico. Por si todo fuera
poco, el homenaje que Pligia tributa a la literatura norteamericana en varios
de estos textos (muy especialmente en Prisión perpetua) reaparece aquí en tanto
en el género de la novela (inscrita dentro de la serie negra de la nom-fiction
tipo a sangre fría) como en descripciones, situaciones o pequeños detalles que
hacen recordar momentos célebres de aquella literatura. Baste mencionar tres:
la descripción de los mellizos Borda y
Brignone, casi al comienzo del libro, recuerda a Al y Max, los matones del
cuento de Hemigway “los asesinatos”, relatos que para Pligia anuncian las
formas del género negro, casi al final, por otro lado, el Gaucho Dorda,
repitiendo la última escena de ¿ Acaso no matan a los caballos, de Horace McCoy, mata a la Rusita porque ella,
para evitar su sufrimiento, se lo pide. Elegir, además, al propio Dorda como
protagonista, personaje a medio camino entre la locura y el retraso mental, es
continuar una tradición que ya Faulkner había explotado con eficacia. Entre los
tópicos recurrentes de Pligia que asomaban también en Plata quemada se
encuentran las relaciones económicas y la presencia e importancia del dinero.
De ahí que él tome una cita de Brecht que en homenaje a Roberto Arlt aparecía
disfrazada y la convierta en epígrafe de esta novela: ¿Qué es robar un banco,
comparado con fundarlo? Pero lo que aquella novela era una metáfora de las
relaciones de propiedad en el plano literario(es decir, cómo un escritor
utiliza, se apropia de la literatura prece-dente), aquí, al asumir su literalidad,
adquiere una función distinta. El epígrafe brechitano anuncia en este caso una
metáfora de otro tipo, relacionado con el género de la novela, pues para Pligia
en esa pregunta está, si no me engaño, ese verso altamente subversivo, que
cuestiona una manera cristalizada de entender la sociedad e interviene en el
orden de causalidades, echa por tierra sin proponérselo aquellos crímenes exquisitos del policía clásico.
Pero en materia de géneros literarios, Pligia prefiere no quedar encasillado.
El epígrafe nos incita a leer el texto en clave de novela dura, el epígrafe
desvía ese tipo de lectura al poner en primer plano la condición factográfica
del texto. El mismo Pligia ha reconocido que
el medio de la novela de enigma, los hechos reales. Plata quemada se
ajusta a esta última vertiente, presente y en el Poe de El misterio de Marie
Roget, que encontrara discípulos aventajados, un siglo después, en Truman
Capote y Rodolfo Walsh. Plata quemada es un golpe de audacia entre la
novelística de su autor. Pligia, que ya nos había acostumbrados a propuestas
tan renovadoras y originales como Respiración artificial y La ciudad ausente
(precisamente una de las apuestas más audaces de la narrativa contemporánea.
Las referencias de aquellos fragmentos o cuentos
aparecidos en publicaciones periodísticas antolo-gías, si bien también están recogidas
en los libros del autor, lo mismo sucede con las entrevistas y ensayos
aparecidos luego en Crítica y ficción y La argentina en pedazos. Por otro lado,
decidí prescindir de la tesis, cada vez más numerosas, que abordan la obra de
Pligia, si no estuvieran publicadas en libros, así como las traducciones tanto
las realizadas por él como las de su obra a otras lenguas. Hay libros que, de tanto en tanto, permiten hablar
de la grandeza y dimensión de la literatura argentina: Respiración artificial,
es uno de ellos. Porque desenvuelve la fastuosidad de una novelística mayor,
en este caso, y al mismo tiempo pone en cuestión de alerta todas las
articulaciones de un pensamiento nacional, libre de folklorismo y de titulares
preceptos de cualquier tipo, a través de la ficción o, mejor dicho, de una
metáfora de una ficción que rescata, fractura, repone, invalida y certifica lo
mejor de una literatura.
Al margen de las páginas antológicas que nos propone
respiración artificial, como las del ex Senador radical o de las cartas que
descifra el censor Arocena, o el intercambio del profesor Marcelo Maggi (un
estudioso de la historia argen-tina) con su sobrino Emilio Renzi, además de la
correspondencia de Enrique Osorio y de la digresión alocada y delirante del
polaco Tardewski, hay un manejo de conocimientos tan bien asimilados como descurtidos
y reelaborados por el autor. Allí se muestra el síntoma de un época: eso le
otorga a Respiración artificial originalidad contemporánea, compromiso
histórico y responsabilidad intelectual. Por eso, no es casual que respiración
artificial se despliegue, en su primera parte, como una continuidad novelesca
altisonante, y después se prolongue en su tonalidad dispar, con todo el
esplendor de una discreción fugitiva de un pensamiento que se va haciendo y
deshaciendo en una espiral respuesta como ficción. Será la destellante puesta
en escena del libro, su gran presentación. Si de una literatura argentina se ha comentado, como
tantas veces lo señalara con elogios Juan Rulfo, por los narradores de este
inmenso país, Ricardo Piglia viene a responder a este espacio donde solamente
las grandes obras, como Respiración artificial, pueden plantear, cuestiones o
definir el auténtico patrimonio de la literatura argentina.
SOBRE UNA GRAN ESCRITORA
Desde por lo menos un cuarto de siglo. La obra
literaria iniciada por Luisa Valenzuela no cesa de producir lecturas críticas,
traducciones y elogios en el exterior, mientras en la Argentina goza de la
oblicua indiferencia que suele dedicarse a los profetas nativos. Esa falta de
ubicuidad tan inexplicable si esa obra trabajara materiales ajenos a la
realidad, social o literaria de los argentinos. Pero lo curioso es que la
escritura de Valenzuela se empeña, desde hace seis décadas, en proponer
versiones diferentes, personales y muchas veces revulsivas de los conflictos,
sueños y pesadillas de los habitantes de estas latitudes. Y lo hacen
fuertemente inscriptos en una tradición
cultural que es indudablemente argentina.
Escrita a la luz de sus intuiciones personales, La
obra de esta mujer ilumina, acaso sin quererlo, la crónica de los años más
terribles de la Argentina. La escala de la violencia de la primera mitad de la
década de mil novecientos setenta, el breve y feroz apogeo de José Lopez Rega,
la inconmensurable iniquidad de la dictadura más sangrienta de la historia y
las diversas reflexiones de un proceso democrático hasta hoy frustrado, primero
por el fantasma de un nuevo golpe militar y, desde siempre, por la falta de
interés o la incapacidad de sus clases dirigentes para garantizar tanto una distribución
más equitativa de la riqueza como las libertades individuales y el derecho a la
diferencia.
En esa banquina peligrosa de una posible crónica de
la realidad Argentina, que esta obra narrativa configura al mismo tiempo que la
transita, se verifica bastante más que un seguimiento testimonial, en ese
territorio liminar en que las ficciones de Valenzuela construyen sus sentidos,
hay un trabajo verdadera-mente literario de reinterpretación de los hechos
históricos y de sus protagonistas, esa formulación tiene cabida, ante todo,
porque la agenda explícita o implícita de los cuentos, las novelas y los ensayos de Luisa Valenzuela, además de
la incisiva y dolorosa materia de industria nacional, pone en juego de modo
relevante la irrupción de la sexualidad como catalizador elemental de los
mecanismos del deseo. Esa puesta en escena suele privilegiar los
enfrentamientos de género entre una masculinidad dominante y una feminidad lo
bastante lúcida y fuerte como intentar sobreponerse al sometimiento. Pero se trata,
conviene aclarar, de una mera reivin-dicación de los derechos de la mujer. Se
busca, más bien, en esta obra, una aproximación crítica a las relaciones entre
los sexos. No solo para aclararlas o enunciarlas sus iniquidades y
desencuentros históricos o de carácter eminentemente cultural de las
identidades sexuales sino también, y sobre todo, porque ellas son una medida
ejemplar de todas las formas de dominación y una clave central de los modos en
que se organiza lo social y se identifican los sueños individuales y
colectivos.
En la variada narrativa de Valenzuela se registra,
pues una reubicación de los elementos en juego en las relaciones humanas
contemporáneas, una descripción erotizada, por así decirlo, del campo donde se
liberan las batallas ínfimas, las guerras privadas y los enfrentamientos
públicos. Esas confron-taciones suelen ser cruentas pero, según parece
insinuarlo esta obra, inevitables, y comprometen la búsqueda de una instancia
superadora ya que, como dice Alexandre Kojeve en la cita tomada de sus célebres
clases sobre Hegel, para que el rebaño devenga una sociedad, la sola multiplicidad de deseos no basta, es
necesario aún que los deseos de cada de los miembros del rebaño conduzcan a los
deseos de los otros miembros.
A Valenzuela le interesa particularmente las
instancias sexuales y políticas del relato porque ambas, cargadas de una
teatralidad hecha de máscaras, seducción y simulacro, son zonas de alta
concentración de sentidos y, a la vez, testimonio visible, si así puede
decirse, de los agujeros negros de la razón.
Ese escenario se ha ido configurando en la obra de
esta escritora en manera gradual pero constante: desde la parábola de
reminiscencias neorrealistas trazada por Clara, la provinciana de origen
humilde, en Hay que sonreír (1966), hasta la periferia al filo de la
posmodernidad experimentada por la protago-nista de clase media de La travesía
(2002), las ficciones de Valenzuela se piensan en la tensa intersección de la
sexualidad y lo relativo al poder, logrando resinificar ambos conceptos. En las
dos novelas aparece la figura de la
prostitución femenina (también presente en otros textos fundamentales de la
autora, por ejemplo, la novela Como en la guerra). En hay que sonreír, es un
recurso de supervivencia, pero también una metáfora de la Propia Argentina; en
La travesía, es algo que se ve desde afuera con cierta frívola curiosidad, pero
a la vez la puerta para acceder a la compresión del universo masculino, y un
modo de disputarle su hegemonía.
Con esa marcada actitud, la escritura de esta autora
se acerca en muchos casos al juego, pero entendido como algo que se inventa con
esa misma seriedad y análoga sensación de vértigo. El resultado es muchas veces
cómico, irónico, o grotesco, pero siempre revelador. Los usos lúdicos del
lenguaje no constituyen, en esa obra, malabarismo en el circo de las
representaciones. Tantos en los planos amplios que apelan a la ironía con que
se despliega la historia en novelas como Hay que sonreír, realidad nacional
desde la cama, Novela negra con argen-tinos o La travesía, como en los planos
cortos y veloces, cargados de la potencia destructiva de la poesía, que
conforma El gato eficaz o los relatos epigráficos de Libro que no muerde, los
gestos de la escritura surgen como una necesidad de los materiales y, al mismo
tiempo, le imprimen a estos una consistencia que no habrían podido alcanzar sin
el lenguaje.
Tan alejada de la ingenuidad como el afán progra-mático,
la obra de Valenzuela es hija de su siglo y esta fermentada con los avatares
del pensamiento contemporáneo. En este sentido, no se ocultarán a quien recorra
la escritura de un aparato teórico que ha determinado los modos de pensar de
los últimos ciento cuarenta años; de Nietzsche a Foucault, pasado por Bataille;
de Freud a Judith Burler, con una importancia en Lacan; de Jarry a Cortázar,
pasando por Silvina Ocampo y Clarice Lispector, sin olvidar a la llave de los
sueños que el surrealismo postuló para abrir los cerrojos de la razón. Tales
referencias alimentan la escritura de la autora, al Igual que otras tradiciones
de la literatura y el pensamiento, pero no la constriñen. Por el contrario, son
el punto de partida de una libertad creadora que se abre a nuestros sentidos. El nombre genérico de sus tres mejores novelas, responde
otra vez a un hábito que se remonta a sus precisas descripciones tenebrosas y
apacibles bajo el título Trilogía de los bajos fondos. La sola mención del
“fondo bajo” remite a ciertos artífices de la literatura noir a la que la
autora ha querido sumar-se. Dashiell Hammett confeso una vez que uno de sus
secretos: cuando no sabía cómo seguir hacia que un personaje sacara un
revólver. La fuerza de esta presencia es poderosa que por lo general el solo
hecho de desenfundarlo permite al portador obtener lo que uno quiere. Se trata
nada más de un mero recurso: a esa altura es un momento de confrontación y
reflexión literaria. A tantos revólveres se ha echado mano, en la novela negra
que ese mínimo gesto requiere a esa altura, y cada vez más, que el autor eche
mano a su vez a recursos nuevos, si lo que quiere es que ese gesto mínimo sea
diferente y brille con luz propia en medio de ese gran arsenal que ha hecho
desenfundar tanta y tanta literatura.
Todavía estaba vestido cuando sucedió aquello.
Totalmente vestido. Solo se había quitado el imper-meable, que atino a manotear
a la salida. Ya había llegado eso sí al dormitorio, cuando sucedió aquello, y
él estaba a punto de sacarse el saco pero en cam-bio metió la mano en el
bolsillo derecho, encontró el revólver que tenía olvidado, lo empuño y
entonces. Todo lo anterior con Edwina había sido un dulce ir reconociéndose,
primero con la voz y después con las manos y largos silencios frente a la chimenea
y esa maravillosa percepción en la yema de los dedos, y de golpe ella sin
pronunciar palabra se había puesto de pie y se había encaminado al dormitorio y
la siguió, lamentando fugazmente que dejar su lugar calentito y plácido. Fue
más que nada la abierta sonrisa de ella al darse la vuelta en medio del
dormitorio lo que invito a Agustín a acercarse, muy cerca. Y cuando ya estaba a
punto de tomarla entre sus brazos metió la mano entre el bolsillo e hizo lo que hizo sin
siquiera poder imaginarlo, quedándose después clavado en el asombro de un
estampido sordo y de una acción que parecía pertenecerle a otro.
“¿Cómo escapar entonces a la identifica-toria? Eso se
pregunta Ava Taurel en Novela negra con argentinos (1991), a la que pertenece
la cita de poco más arriba (Ava Taurel, la valkiria dominadora, volverá
aparecer en otra novela, La travesía, casi diez años después, igualmente
entregada a su profesionalismo, a su servicio social positivo) En esta novela
Luisa Valenzuela hace pasar el género negro por el tamiz de su estilo.
En Escritura y secreto (2002) Valenzuela da cuenta
de esa otra micro novela (mejor novela río) que significo la aparición en
Argentina de eso Como en la guerra. Escrita entre mil novecientos setenta y
tres y en mil novecientos setenta y cinco, entre Barcelona y Buenos Aires, su
publicación en Argentina estaba prevista para principios de mil novecientos
setenta y siete, en plena dictadura militar. Ya desde el título mismo la cosa
se volvió ominosa. Editores y autora, entonces tomaron asiento y en vez de
jugar una (otra) partida de póker se pusieron a jugar a la censura, un juego
muy en boga en aquellos años. Para una visión de fondo, el Background adecuado,
recuérdese que el año anterior Valenzuela había titulado un libro de cuentos
titulado Aquí pasan cosas raras, este libro de increíbles relatos trasciende
más allá de cualquier inquietud.
LA POETA DE LOS TRABAJOS Y LAS NOCHES
En el momento que pienso sobre Alejandra Pizarnik,
la veo pasar, solitaria y unánime, como si estuviera con su desnudes en una
pintura de alguno de los pintores surrealistas. Esta increíble que con sus
escritos nos cautivó, maga, con esa poesía que hacía que se consumiera ella
misma, que con sus manos desbarataba al mundo para volverlo hacer. Ebria y a la
vez tierna a su manera, que iluminaba su rostro de infante con una sonrisa
cruel inanimada por su propia luz, que asomaba con cierto candor, de sitios
desolados por esa alquimia solo tan suya. Que se atrevía a navegar en sueños,
siendo una extrajera de sí misma, en la suma de los momentos se interrogaba con
preguntas más desgarradoras, naciendo y a la vez muriendo con sus mismos
enigmas, en el misterio de todo lo concerniente al amor. Ya que Alejandra
siempre estuvo en el otro lado del río, cuyo soplo voló más allá de todo
principio.
Ella nació en
capital federal en mil novecientos cuarenta y seis. Aunque fue una gran poeta,
escribió ensayos de gran envergadura, crónicas, y narrativa desafiante y
bellamente anarca. Vivió en Estados Unidos gracias a una vega de una fundación,
pero nunca logro acomodarse a ese mundo de consumo y de confort, por eso
desistió viajando a París donde realizo gran parte de su obra. Su obra El infierno
musical: título irónico y aun cruel, pero si firme. Decir que ya en él estaba
prefigurando su suicidio, por la presencia constante de la muerte. En la
mayoría de su obra anterior ese es también el tema dominante. Su obra ensayista
es amplia y de una profundidad inminente. Escribió ensayos de escri-tores
ensoñadores como Michaux, de poetas como Molinari, de cuentistas como el propio
Cortázar, con una fuerza y acertando con virtuosismo. Por Ejemplo:
Paisajes de Michaux
El último libro de Henri Michaux es la rendición,
aumentada y corregida, de Passaages. Consta de veinte textos que podríamos
llamar ensayos si bien participan de la más alta poesía. En Passages, Michaux
convoca tantos aspectos de su persona que podría hablar por separado del
Michaux pintor, músico, enamorado, viajero, frío y paciente observador,
desproporcionado exorcizador, etc. Pero aun así incurriéramos en esa escisión
habría que discernir con más profundidad. Un ejemplo de ello: si pensamos en el
Michaux humorista (el humor es uno de los rasgos fundamentales)), descubrimos
que se trata del humor posible de definir de una vez por todas. A veces se
manifiesta dueño de un humor delicioso y sumamente directo (ejemplo de ello:
sería siatriba feroz y divertida que infringe a los cisnes). Pero en otras ocasiones
su risa es muy parecida a la de su compañero Lautréamont, la escuchamos en este
libro cuando, con paciencia de entomólogo, acumula ejemplos que atestiguan el
horror y el delirio propios de nuestra época y, en particular, del hombre
occidental.
En cuanto a los temas de Passages, son tantos y tan
variados que en su enumeración puede hacer pensar en un poema surrealista: el
canto de las sirenas; el caso de dos niñitas hindúes educadas por una loba; un
nuevo modelo de hostia; caballos que se drogan; texto de un joven del año
cuatro mil (de nuestra era); la crueldad del viento Mistral; la poesía y el
viaje; las maldiciones; el espacio y la pintura; las líneas de Paul Klee; las
experiencias del propio Michaux con sus dibujos, pinturas y también sus
experiencias o experimentos de compositor; las moscas, las hadas del Rhin, el
origen de su famoso personaje “Plume; las abejas; las tigresas; la vida
prenatal; etc, etc.
El título del libro, Passages, podría muy bien ser
el título de toda su obra de Michaux pues ella es sinónima de buscar un pasaje,
abrir una brecha, formar un claro de lo oscuro. ¿No se ha dicho que “el poeta
es un gran terapeuta”? Michaux lo viene demostrando mejor que ninguno. Su
insaciable apetito de conocimiento solo es igual a su afán de liberación. Por
eso, en el espacio del poema o de la pintura, Michaux combate, grita, persigue,
y es perseguido, gime, revela, ilumina…
Sus poemas no son solamente testimonios de mejor poesía de nuestro siglo sino
también ejercicios de liberación y modos de conocimiento. Y lo extraordinario
es que, al ser tentativas individuales del hombre Michaux para exorcizar sus
propios sufrimientos y sus propias obsesiones, ayudan y consuelan más al lector
que tantos otros colmados de bondadosos sentimos de fraternidad humana.
Michaux replantea todas las cosas con mirada de
recién llegado. Y es hermoso comprobar que su vas-tima cultura no ha
ensombrecido esa mirada de primer día de Creación. Por eso no es razón de asombro
que los numerosos temas de Passages sean objeto de consideraciones
insospechadas, de pensa-mientos que no visitaron a nadie. Es que Michaux no
teme ver el infinito de un grano de arena ( su valentía, en ese sentido, es
equivalente a la de Rimbaud, de Dostoievski o de Artaud.
Por mi parte, he leído y releído con fervor especial
los capítulos en que el poeta se refiere a la pintura, a la música y a la
infancia. He de presentar, pues, un breve resumen de esas relecturas que
alternaré con la mayor cantidad posible de fragmentos del propio Michaux.
Sobre Artaud dijo: aquella afirmación de Holderlin,
de que la poesía es un juego peligroso, tiene su equivalente real en algunos
sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el
precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de Lautréamont, la
vida y la obra de Srtaud…
Artaud no ha entrado aún en la normalidad de los
exámenes universitarios, como es el caso de Baudelaire. De modo que es
conveniente en esta precaria nota, a pelar a un mediador de la calidad de André
Gide, cuyo testimonio da buena cuenta del genio convulsivo de Artaud y de su
obra, Gide escribió ese texto después de la memorable velada del trece de enero
de mil novecientos cuarenta y sieteen Vieux Colombier, en donde Artaud
recientemente salido del hospicio de Rodez, quiso explicarse con, pero no pudo
ser” con” sino “antes”, los demás. Este es el testimonio de André Gide: Había
allí, hacia el fondo de la sala, de esa querida y vieja sala del Vieux Colomber
que podía contener alrededor de trescientas personas, una media docena de
graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear. ¡Oh! Ya lo creó
que hubiera recogido los insultos de amigos fervientes de Artaud distribuidos
por toda la sala. Pero no: después de una muy tímida tentativa de alboroto ya
no hubo que intervenir… asistimos a ese espectáculo provente memorable, pero sí
ofrece un interés muy grande porque se trata de una de las claves de la
aventura laberíntica vivida por Breton y Nadja… El tiempo es quisquilloso ya
que es necesario de que todo llegue a su hora. ¿Qué cosa no llego? (si no
sucedió) a la hora que debía llegar (o
suceder), el encuentro de Nadja y Breton. Encuentro en que no tuvo lugar a
causa de que Nadja llegó demasiado tarde. Nadja con un retraso…, no el día en
que Breton lo anota sino cuando, deslumbrado por sus ojos de helecho, se acercó
a ella y se conocieron (ella había sonreído como alguien que sabe).
Antes de la aparición de Nadja en su vida, y en su libro,
Breton declara, dentro de la bella inquietante serie de observaciones, un deseo
suyo, el más profundo y el más inseparable de ardiente espera de consumación.
Tan alto deseo ha perdido vigencia para quien lo transcribe. Ya no es más que
una sombra, ni amable ni hostil: el recuerdo de un deseo.
En una nota que hace Alejandra sobre un cuento de
Julio Cortázar. El otro cielo: En el otro cielo las discontinuidades de tiempo
y espacio son afrontadas por un solo personaje. De esa suerte aparecen el tema
del doble y tema del confinado a un etilo imaginario que, al convertirse en
espacio híbrido, decidirá el ingreso definitivo del errante en un tercer exilio
real.
El otro cielo consta de dos historias entreveradas
cuyo personaje central es el yo que las va contando. La probabilidad (incluso
la incertidumbre) de que una de las historias consista en situaciones
imaginarias del narrador protagonista, no compromete su autonomía literaria.
El protagonista reside, alternativamente, bajo los cielos: el uno se cierne sobre
Buenos Aires, alterada por las postrimerías de la Segunda guerra mundial; el
otro es el cielo de las galerías y los pasajes del Paris del siglo antepasado.
Desaparecidos limites, maltratado el yo soy, resulta
simple como una frase musical deambular de una época a otra, de uno a otro
país. Cuando el traslado sobreviene a mitad de la frase, esta adquiere la
función de una escena giratoria. De ahí derivan periodos tan extensos, los que
enlazan variadas y numerosas oraciones: espacios gramaticales en movimiento
donde coexisten el lugar y el instante presente de narrador, sus aventuras de
viaje mental a París, a Buenos Aires, su alegría o su decepción al llegar o al
volver, las descripciones de lugares, personas, de sus propios sentimientos y
hasta de sus impresiones primarias. El esquema de la narración participa de la
singular estructura del laberinto.
El otro cielo consta de dos partes registradas cada
uno por sus epígrafes originarios de les chants de Maldoror. El contexto del
primero alude a la despersonalización, al temor de perder la memoria o la
identidad, y al doble. Cortázar transcribe la terrible acusación de Lautréamont
a la sombra intrusa en su cuarto: estos ojos no te perte-necen…¿de dónde los
has tomado?
Lautrémont destina a la intrusa su violencia
inadjetinable. Esto no lo exime de tener que reconocer en ella la más alta perfeccionen
materia de perversidad. Nadie sino la sombra merece el máximo galardón: la
palma del mal. Lautrémont manifiesta su deseo ambiguo de besar los pies de la
vencedora; más si se prosternara lo rechazaría vapor trasparente. Muy pronto
comprueba que el otro( la sombra) quien es el irónico, no él.
En la busca, de verdadera cacería del cuerpo de la
sombra, el otro simula colaborar con el poeta para mejor traicionarlo. Apenas
este le exige. Mediante una señal, va moverse, la sombra imita el ademán. De
ese modo descubre el secreto de la sombra y la consecuente necesidad de romper
el espejo de su buhardilla. Concluye que no es la primera vez que me sucede
encontrarme contra el desconocimiento de mi propia imagen.
Al evocar al Pasaje Guemes de su adolescencia, el
narrador presenta una mixtura que alía un interés por los caramelos de menta
con amores a precio fijo con diarios que anuncian las ediciones vespertinas con
crímenes a toda página. Las correspondencias extremas que incluye en su
narración no bastan para volver visibles a los prestigios y el poder de hechizo
que el tierno paseante que atribuía a pasajes y galerías. Pienso, entonces, en
virtudes más secretas: galerías y pasajes serían recintos donde encarna lo
imposible. Al menos, así se le revelarían al adolescente enamorado de lugar
donde sólo y siempre es de noche, noches artificiosas e ilusorias, pero que
ignoran la estupidez del día y del sol ahí afuera. Y puesto que lo imposible es
sinónimo de lo vedado, el Pasaje Gueemes se manifiesta como el lugar prohibido,
que se desea y a la vez se teme franquear.
Años después, el misterioso adolescente alienta en
el interior de un adulto que ejerce la profesión de corredor
de bolsa. Identifica su atracción por galerías y pasajes, elige como espacio
predilecto a la Galeria Vivienne, pequeño mundo de hermosura inocente, que se
halla en París en el año antepasado. Ahí conoce a Josiane, una prostituta
encantadora. Poco importa como realiza la mudanza; lo esencial es que un deseo
imposible ha sido elevado a un plano absoluto en el que alguien se conduce con
maravillosa soltura. En cuanto a Josiane, la probabilidad de que sea un
fantasma emanada de un visionario no impide sentirla más viviente, amable y
persuasiva que la Irma real.
La doble existencia de corredor de bolsa muestra
diferencias radicales e insolubles. Su deseo más profundo reclama el allá en
tanto aquí lo sujetan y solicitan su madre y su novia, llamada nada más que
Irma. A más de esto, el conflicto se multiplica pues el soñador teme
abandonarse individualmente a su íntimo llamamiento. Es verdad que su
llamamiento o reclama incluye meras fantasías, pero en cambio son muy reales la
soledad y el sentimiento de exilio de estas criaturas que exigen de lo
imaginario aquello mismo que un poeta del lenguaje, esto es: que sea su
verdadera patria. Por otro lado el viaje al puerto de reposo significa
padecimientos extremos. Baste mencionar el desdoblamiento de si o la incertidumbre
(y el terror) de ser dos, o el miedo de perder la identidad, o el desconsuelo
ulterior o la proyección de criaturas psíquicas maravillosas en el mundo real.
No obstante, el soñador entra en la noche interna o, lo que es igual, sale de
sí mismo, se emancipa del propio personaje, y se pierde en el encuentro.
SOBRE
LA ESCRITURA DE MANUEL PUIG
Una realidad eje de dos mitologías conexas (forjadas
de los códigos sociales y en sus espejismos ideológicos) sostienen siempre la
narrativa de Manuel Puig; la realidad que subyace en la fabulación es la
diferencia de los sexos; las mitologías irrisorias, imposibles, que tejen los
personajes son lo masculino en sí, el hombre ideal, y el eterno femenino la
esencia de la feminidad.
Un hombre, Molina es el principio de lo mujeril, la
belleza masculina relumbra en el donjuanismo pueblerino de Juan Carlos (y se
repite en el proletario de Josemar); un vacío primitivo, producido por la
figura del padre, se colma mediante una conversación paterno-filial en la que se
trata de aclarar los misterios del poder masculino y de la ley como tal. El
pensamiento acerca de sus diferencias se revela esencial para los presupuestos
que rigen la génesis de su universo narrativo
De la voz a la
escritura
La tradición de Rita Hoywroth en su disposición
misma indica el proceso que ha de narrar: voces indiferenciadas en los
capítulos iniciales, escritura en los finales Buidungsgsroman, muestra a través
de las peripecias, malentendidos y circunstanciales previas a alguien se hace
escritor; maldición eterna a quien lea estas páginas (novela de reiniciación)
vuelve sobre el mismo tema, contando cómo un hombre, pasado sus treinta años,
y ya a punto de perderse, inicia una actividad que ha de autoafir-marlo: aquí la
novela, semejante a la anterior parte del dialogo entre dos voces y concluye
con un epílogo en forma epistolar.
La lectura de los dos primeros capítulos de LTRH
sumerge al lector en la impresión, en la confusión, acerca de los locutores predomi-nantemente
femeninos. Hay allí una ausencia que ocupa ya su lugar en ese universo
simbólico determinante- El nenito” innominado, Toto- y dos voces masculinas
ahogadas, tapadas, cubiertas, escondidas por el mismo dialogo: el abuelo
materno (capítulo I) y Berto, el padre (capitulo II) en trance de escribir la
carta que, a modo de revelación encontramos al final. Tejido (texto) urgido por
mujeres, la novela se auto representa en sus primeras frases: “Me dio más
trabajo este manual que el juego de carpetas que son ocho pares…(p.7); LTRH
tiene dos pares (partes) de ocho capítulos cada una y lo que teje para destejerlo,
es un ocultamiento, una ilusión apresada en reverberos incantautorios. Lo
femenino, la voz femenina es lo que fascina y, por tanto, promueve la
imitación, pero también, según la ley de auto engendramiento de corpus, la
reproducción es posible ocultamiento, una trampa, una traición, una mentira.
La
copia y la oralidad: principios femeninos
Lo femenino rige el principio de copia y de reproducción
en una escritura consagrada como hábil para registrar los más finos matices del
habla. Puig mismo concibe los orígenes de su actividad novelística en términos
de reproducción; lo que el escritor naciente reproduce en el instante primero
es una voz femenina, recordé la voz de una tía. La voz de ella me vino muy
clara, empecé a registrar esa voz. A lo único que me animaba era a registrar
voces. La orabilidad es una característica insistente en Puig (Maldición, El
beso y Sangre de amor correspondido son fundamentalmente diálogos); LTRH
confirma esta preeminencia de lo oral ligándola con lo femenino en un episodio
que podrí-amos llamar la “representación de una escena de lectura”, por dos
veces se nos cuenta (p. 53, p.85) que Mita lee el diario en voz alta a Berto;
una voz femenina que se lee. Toto reflexiona sobre este principio de la copia
durante o que en el texto es la escena originaria de la escritura, la siesta
parental: sin modelo no sé dibujar, con modelo dibujo mejor yo (p. 73): La
madre es el modelo primero, pero ella misma se rige por la copia: ha elegido a Berto porque se
asemeja, en su belleza, a un artista de cine; Berto es la copia de su primer
modelo/ novio cinematográfico, el actor
Carlos Palau (pp 19-29), ha si como su madre a dibujado para él los
carton-citos, copia gráfica de los films, Toto copiara una película en su
primer intento literario. Mita tiene dos deseos que Toto colmará uniéndolos en
su composición: el cine y las letras (quiso inscribirse en la facultad de
letras y tiene “la locura del cine (pp. 18 y19).
En un
principio Toto, capturado en esta ley repetitiva, solo puede ejercitar una mímesis
sin entenderla del todo: dibujara el aparato digestivo, reproductor como habla
un loro (p.76).Loro que en el mismo convierte, feminiza en loritas, animales fascinados
por la luz, pero no ven ya que son como ciegas (p. 115). Estas loritas se
estrellan contra un cuaderno (la escritura) y muestran el otro principio antagónico
del hablar, repetir; es saber, escribir (leer) es revelar lo oculto. El gran
peligro que LTRH esquiva ese no saber: por la luz que alumbra, que me quede
ciega (p. 279), jura amparo, la sirvienta. Las voces femeninas del comienzo
mencionan su personaje, una actividad y un lugar que funcionan como antítesis
del mundo que ellas representan, se trata de Sofía (sabiduría) Cabalús (luz),
la amiga de Mita que, loca por la lectura y encerrada en la biblioteca, ya no
aparece más por la casa. Por otra parte, por lo menos la menos sabia la anti-Sofía,
la que menos ve (tiene miopía), la de más confusión ya que hace tambalear la
ley paterna (cf. La cara de Berto). Sabiduría y traición son las dos caras “éticas
“del principio femenino.
La verdad, tanto en LTRH estas coordenadas (copia,
oralidad, comportamiento) coinciden con un personaje paranoicamente femenino,
Choli la amiga no letrada de Mita (pero sí espectadora de cine). Es un dialogo
monologo espejo donde la falta de
réplicas de Mita indica que ella misma es la réplica de su amiga, su copia
especular Choli, que habla sola en los hoteles y se mira extasiada en pisos
brillosos y en espejos: miente para disimular una aventura que ha tenido con un
hombre, inventa un doble, otra viuda (“viajaba como yo” p. 69) que al tercer
día que lo conoció le aflojo (p. 68)
Choli vende cosméticos, se pinta, oculta con un vestido cortado que tape los
defectos una mujer que regía, atrae más, parece que oculta un pasado (p.72)
Hollywood cosméticos . el cine TLRH es un reflejo, un brillo que oculta.
Brillo, espejo u ocultamiento cifrado en los objetos que circulan por el
relato, o por mejor decir, un objeto (el cubrecama) y una cualidad ilusoria (el
brillo). El cubrecama que tejen voces maternales (capítulo I) cuando irrumpe el
nenito reaparece en la composición trasformada en un mosquitero. Escribe Toto,
me cuida bien y me observa (la madre) mejor de lo que soy, esfumado por la
trama de un mosquitero. En TLRH lo que se escamotea es el cuerpo, el sexo y la
identidad (Ricardo Pligia), por ello, cubrir, tapar, vestir, velar y ahogar son
acciones homologables al “no ver”. En este mundo novelístico en el que hasta la
mismísimo putas se disfraza (p. 116), rige la ley moral del disimulo, apresado
en esta ley (el sexo desnudo sin el maravilloso ropaje del amor es acto
puramente animal p. 222), Toto hace la entrada en la novela interesado por los
vestidos de unos muñecos, por un acto desde los niños se disfrazan y por una
carrera rosa (color de nenas). Pintura de cartoncitos, cosméticos, máscara rosa
o promotor del anhelo mimético (de la cadena asociativa) en lo femenino se
oculta mejor: Toto que tiene seis años; para esconderse prefiere a los
pantalones paternos las polleras de la madre (p.34). El disimulo femenil o la
propiedad del espejo que oculta no es solamente anecdótico o explicación de
psicologías, tiene una manifestación estructural en el nivel de las personas.
Tete es el espejo femenino (la máscara) textual de Toto (nótese la actitud
fonética de los sobrenombres). En primer lugar, las dos figuras son inversas
y simétricas respecto del eje
mita-Berto: en el discurso de Teté, Mita
sustituye a la madre au-sente y enferma de la niña (es benéfica: le
propor-ciona un buen alimento, la naranja colorada que el monologo pone a los
colores de la fantasía mortuoria. Lo fundamental se esconde en esa especularidad
textual (Toto y Teté), es una relación tanática, Toto celoso de su hermanito,
ha deseado con el pensamiento la muerte de su madre; la relación dual,
destructiva y mortífera se desarrolla o se piensa, en dos monólogos estrechamente
ligados entre sí. El de Mitra (que narra la muerte de su niño) y el de Téte. Terror. Y justificado, pues la novela indica que las
posiciones masculinas son, para su héroe, imposibles para urdir este destino,
dos traiciones se alían: la del padre y la de Mita. Esta última acapara la
mayor cantidad de dobleces: frente a la ley paterna (de lo cual la carta final
es una queja); en sus objetos tiene dos amigas antagónicas que presentan
principios opuestos: Sofía vive encerrada, es la intelectual; Choli la frívola,
vieja y casi ignorante, no sabe dónde queda Londres); en sus objetos-hijos que
divide tajantemente (su) nene-hombre (Héctor) y su nene (Toto), en el lenguaje:
ella que se muestra tan fina- observa Delia, tiene un lenguaje de que recorren
carrero etc. Taimadas, esconde doras, de las mujeres TLRH no se puede estar
seguro. Es lo que Toto descubre en una temprana figura femenina, Alicita;
quiere ser su novio, pero es una imperceptible nadería que le infunde
desconfianza: “no me contesta si le hablo y me dice mentira quiñándome los ojos
(p.87). Moldeada en esta duali-dad imaginaria, la ley paterna bascula entre las
posiciones irreconciliables del todo-nada. En LTRH como en Maldición… su estructura hay que referirla a
lo que se conoce como padre ideal o padre idealizado. Contradictorio rostro de
Jano se presenta como una blanda bondad, o bien como sentencia de aniquilación
total. Tu papá es el más bueno de todos, le dicen a Toto; lo que no invalidad
la amenaza implícita en el otro polo de su ley dual: el día que te ponga la
mano encima te deshago”. O toda bondad o aterrizador poder de destrucción, su
inmediatez des-hace. Perseguido Toto no sabe si es culpable o no, no entiende
la película que cuenta por escrito a su madre. Cuéntame tu vida, cuyo protagonista
con una nube en la memoria” huye por los crímenes que no cometió. LTRH por
entero se muestra como un contar la vida por escrito como quien enhebra todos
sus episodios, para no olvidar y entender los equívocos de una ley que
persigue, cómo el contra-dictorio señor feudal, aquellos mismo que ella ha
engendrado. Lo importante es que la ficción contiene la verdad y que está
refulge en la escritura. (Y la escritura de Toto no es acaso la ilusión y la
ceguera) Ficción en segundo grado, espejo textual, la compo-sición se construye
con los residuos que la novela desplego, códigos de clase, ideologías,
lenguaje, perjuicios, ficciones. Narrar una película es adherir al relato las
proyecciones imaginarias que desnudan al narrador. Están ahí reconocibles en
forma de lenguaje sin dueño, dialogando entre sí porque en realidad, LTRH no
tiene monólogos, toda su estructura incluyendo estos últimos, consiste en
desplegar voces y lenguas que hablan por sí mismas para exhibir las ideologías
en que están encarnadas. La verdad se habla y se escribe y puede tener
estructura de ficción. Sí, como vio Bajtin, la novela es el género dialógico
por excelencia, si la novela se constituye a partir de un dialogo en el
encauza-miento, las alianzas, mezclas y pugnas de la ideología, nadie, entonces,
en la literatura argentina de estas épocas, ejecutó mejor este despliegue de
voces encontradas y desencontradas que Manuel Puig..
En El beso de la mujer araña (1976), Boquitas
pintada (1969), Sangre de amor (1982), La traición de Rita Hayworth (1974),
LTRH (1974) y Pubis angelical (1979).
Dos caras de la misma imitación. TLRH, dice el
autor: que es un poco mi infancia y la explicación de porqué yo estaba en Roma,
a los treinta años, sin carrera, sin dinero. Escribir esta novela fue tratar de
comprender mejor este fracaso. La apertura y cierre de cada parte coincide con eje
masculino-femenino: la primera se abre con las voces femeninas en casa de Mita
y concluye (capitulo VIII) con el monologo de está: la segunda comienza con Héctor
(familia paterna) y concluye con la carta del padre.
Sosnowski cit., p.71. Elsistema Puig introduce una
mutación importante a partir de Pubis angelical: la reproducción de habla se
trueca en traducción. Una argentina dialoga y traduce modismos porteños a una
mexicana, esta hace lo mismo con los mexica-nismos. Maldición y sangre lo
incorpora como proceso genético: estas novelas, en su totalidad, se declaran
traducción del inglés y del portugués (idiomas en que los personajes dialogan).
Parecido principio en Maldición, donde Lary dice: Mi
madre no tenía palabras propias (p. 102). Como señalara para las ciegas de Boquitas pintadas
(Nene y Celina) Josefina Ludmer en su lectura” Boquitas pintadas, siete
recorridos, actual (revista de la universidad de Los andes, Merida. En el primer
capítulo se encuentran significantes que se refieren a la visión de los nombres
de los personajes Berto y Violeta y la citada Caba-luz, unidos al tema de los
anteojos y la vista deficiente de Adela.
El cubrecama, en efecto aparece en el monologo de Paquita
(p.193), en los dos monólogos de Toto (pp.78-94) en el de Teté (p.106) y en la
composición (p.281). Jean Baundrillard trató de establecer una retórica
objetal de la clase media, entre sus características destaca: la proliferación
de elementos que cubren o tapan (indicadores o signos que subrayan la posición
(, y el gusto por lo barnizado, brilloso o esmaltado, que reduplica los
objetos. Redundancia especular en la que puede leerse” la ecuación fundamenta
de la propiedad A es A”. La simetría junto con la higiene y la moralidad,
constituyen la representación espon-tanea que las clases medias tienen en la
cultura (la moral de los objetos, función-signo y lógica de clase). Desde luego, también se esconde o se escara motea el
narrador; una característica constante en la literatura de Puig.
Destructiva y mortífera: un mismo significante,
cuchill, busturi, permiten unir madre-hijo en dos escenas agresivas y
fanáticas: a Toto (p.142) clava un
cuchillo a una sirvienta, acto comentado por Delia¿ si esta siempre pegado a
Milta, dónde se volvió asesino ese chico? Hay la causa seria la respuesta,
Mita, al enterarse de la muerte de su hijo, insistentemente metaforiza su dolor
por medio de un bisturí que revuelven en su cuerpo. Ahogo que tiene un agente productor: el polvo, la
tierra característicos de Coronel Vallejos. Por eso Milta encerrada en mundo de
sueños, ha hecho sellar las puertas para que no entre el invasor (p.144). El
pueblo (la realidad) y su atmosfera son lo asfixiante. El cuerpo escamar otea,
vuelve como lo reprimido, en formas de enfermedades predominan las pulmonares,
que suponen la asfixia. El nuevo bebe de Milta sufre un ahogo (p. 204) Herminia
padece asma y cree estar tuberculosa (p. 291) Celia, tía materna de Paquita,
muere por igual causa (p. 190), se citan novelas cuyos protagonistas padecen de
tuberculosis, María, El loco, La montaña mágica. Max, los dos prototipos de machismo (Héctor Cobito)
están asociados por el agua. Cobito tiene pasión de pescar en el río Paraná (p.
233) Héctor se prepara para ingresar en el colegio naval. El modelo de belleza
masculina se llama Adhe-mar. Asociación que Herminia, la virgen solterona,
confirma: nunca vi el mar (p. 313). Nótese que el protagonista de San-gre de
amor correspondido es Josemar (pelos en el pito, p. 43) que se dice cabello,
pelo es para los hombres o los animales (p. 77). En Héctor, por su pasión por
los animales, estas cadenas se asocian: una forma de desvalorización del
machismo (p. 70).
Dos procesos de trasformación subyacen en TLRH y se
narran, como se convierte la voz en escritura, como un espectáculo predominante
visual se trasforma en un relato oral o escrito.
Los puntos suspensivos pertenecen al texto (Monologo
de Mita), con el del bebe muerto, sí que iba a estar contento Berto, no con este
flojo, con este…gallina de Toto (p. 159).
La figura del padre ideal y sus incidencias sobre la
relación del sujeto con la verdad en estudios sobre Edipo, en ensayos sobre la
simbología. La dualidad de la ley paterna y masculino y femenino, se reúnen en
los dos legados contradictorios del señor Ramírez, un testamento escrito en lo
que deja su verdad a su nombre(Lary) y su donación hecha verbalmente, que tiene
a una mujer como testigo (la enfermera). Una imagen Capital de la vacilación la
encontramos en LTRT cuando Toto solicita a Berto que lo lleve al baño de
varones. Esther es el desarrollo de un estereotipo femenino
que proviene del tango Milongaita (p. 22). Esther tiene su cuaderno manchado de
grasa, esta ilustra el calificativo que
en la Argentina se daba a los obre-ros peronistas, otra equivalencia que la
novela desa-rrollo abundantemente (proviene también del lenguaje familiar) es
la comer-copular-violar (el monologo del Cobito). Quien más come es Toto. La
novela calla este apetito, pero por otro lado trabaja la equivalencia, la
exhibe. Una vez le pregunte al médico sobre esas
sensaciones (sexuales). Me dijo que pensara en una comida muy apetente
(Maldición p. 75). Esther no ira con los demás a la Confitería Adion.
Cabito escribe un anónimo: ha sido expulsado por trasgredir el orden (se burló
de un celador) (p. 256) Berto ha sido excluido de sus estudios por su herma-no,
y queda al margen cuando las dos mujeres confabulan. Herminia está excluida del
sexo y hasta de la vida: aparentemente espiritual, es el exacto negativo de la
materialista Delia; la presencia o ausencia del sexo, el sueño y la comida es
lo que permite oponerlas. Novelas primerizas. LTRH parece conjurar mediante
esta artista fracasada el peligro de un fracaso artístico. En Esther hay
parodia, pero no es el peronismo en si parodiado, sino la sublimación populista
que experimenta la noción del pueblo, otorgándole un alma, un corazón, un
soplo. Una ideología sentimental, paternalista y, finalmente reaccionaria.
SOBRE
EL ESCRITOR DEL PENTÁGONO
La totalidad de la gran obra de Antonio Di
Benedetto, como la del mismo Witold Gombrowicz, un constante asedio a la forma.
Pero mientras que la del polaco delata la impostura del arte, su irrealidad
potenciada, los rituales que organizan la afectación, la escritura de
Benedetto, quien obviamente no era un aristócrata de cuna de su padre solamente
había heredado frasquitos de boticario y una extrema fascinación por la muerte,
traza un camino quizá más discreto pero
no menos ambicioso al extremar las posibilidades semánticas de la forma sin
descuidar, empero su personalidad. Púbico por primera vez en Buenos Aires por
Ediciones Doble P. en mil novecientos cincuenta y cinco y escrito una década anterior, Pentágono
(novela en forma de cuentos) atrae desde hace años la atención de la crítica,
no tanto por poner en jaque ciertas pautas de construcción realista del relato,
sino quizá por tratarse del libro” más misterioso de la literatura argentina”.
Por su voluntad anticipada, no he leído una novela inextricablemente tramada
por el erudito T sui Pén y soñada por Borges en El jardín de sen-deros que se
bifurcan: una novela caótica y laberíntica en donde todas las alternativas
argumentables son posibles puesto que los diversos porvenires proliferan y conviven
simultáneamente en una imagen completa, pero no falsa, del universo; en este
caso, del universo amoroso. Efectivamente, según se anuncia en la introducción,
los relatos que comprenden la novela encuentran su punto de unión el personaje
que obsesivamente los crea y recrea (de acuerdo a las “Épocas”) a modo de
variaciones de un tema clásico, el tema amoroso. De este modo,, la
esquematización pentagonal resulta de la articulación de los cuentos en torno
a los dibujos de los triángulos, que compartiendo un mismo vértice(el yo
narrador), traza a la vez una relación entre los dos rivales (Rolando y
Orlando). En medio de está engañosa simetría se encuentran las mujeres (Laura,
la llamada imposible, y Barba-rita, la esposa infiel) y, en la cúspide, imponiendo
su mayestática presencia. El Yo. En su aparente late-ncia, otro triangulo imaginario,
el edípico, tiene un tanto la infracción culposa como la compulsión a la
repetición en está figuración geométrica de las pasiones.
En mil novecientos setenta y cuatro, ediciones Orión
reedita esta novela bajo un nuevo título Annabella. En el apartado que antecede
a la lectura, el autor advertía entonces cuales habían sido las condiciones de
posibilidad del texto: “Trascurría la década del cuarenta y, saturado de novela
tradicional, sin negarla, antes bien, deslumbrado, apasionado por sus
exponentes clásicos, cometí el atrevimiento en grado de la tentativa, de
encontrar de otra manera. Por lo cual provoqué esta novelas en forma de
cuentos. Escribió Benedetto en una revista literaria.
Si bien es cierto que el dadaísmo se había propuesto
abiertamente dinamitar el arte de la forma, empresa que había sido continuada
por el surrealismo, como una etapa de dislocación y liquidación de fondos, a
fines de los cuarenta comienzan a materializarse ciertas preocupaciones
estéticas comunes ante la disyuntiva fondo, forma que, poco más de una década
después, habrán de explicar el sorpresivo boom que provoco la edición argentina
de Rayuela de Cortázar, al alcanzar con rapidez inusitada altísimos niveles de
venta en todo el ámbito hispano y, a la vez, satisfacer de manera casi ejemplar
el horizonte de expectativas del público de esos años.
En el año de mil novecientos cuarenta y ocho
Benedetto era apenas un joven periodista con más inquietudes que relaciones en
el medio intelectual mendocino, tienen que pasar varios años para que algunos
personajes y la crítica lo reconozcan como el escritor que fue. Eduardo Montes,
asegura en su biografía que Cortázar y Di Benedetto se conocieron en Mendoza en
la época en que el autor de Bestiario coqueteaba con la derecha responsable de
la limpieza ideológica de los cuadros docentes cuyanos (región de Mendoza).
Por su parte, Graciela de Sola, amiga y especialista en la obra de ambos,
aseguro no tener constancia de ese vínculo temprano. Con todo, es oportuno
recordar que la Universidad Nacional de Cuyo fue fundada en el año de mil
novecientos treinta y nueve (fuera del espíritu de la reforma de 1918) y que su
primer rector Eduardo Correas, un liberal progresista con pretensiones revolu-cionarias,
convocó como docentes a prestigiosos personajes de la ciencia y de la cultura
de ese momento, entre los cuales cabe mencionar a Jorge Luis Borges. Pero el
sueño del fulgor andino duraría poco: en mil novecientos cuarenta y tres es
derrocado el presidente Ortiz y el general Farrel, en nuevo hombre fuerte de
la Argentina, ordena las intervención de las universidades y sus autoridades
son remplazados por representantes del movimiento clerical anti reformista.
Mientras tanto en el ambiente cuyano, el nuevo rector Ángel Puchot es
sustituido al poco tiempo por Ramón Doll, hombre de confianza del régimen,
quien a mediados del cuarenta y cuatro le ofrece a Julio Cortázar las cátedras
de literatura francesa y literatura septentrional europea. Entre las nuevas
designaciones de profesores que por ese entonces remplazaron a las expulsadas
figuras, junto a Cortázar, un número de referentes del nacionalismo católico.
En el año de mil novecientos cuarenta y cinco, mientras Cortázar imparte cursos
sobre Baudelaire y Rimbaud y cruza respetuosos saludos por los pasillos de la
academia cuyana con estos personajes, Antonio Di Benedetto, desde una saludable
distancia, comienza a cursar estudios en Bellas Artes a la vez que se inicia en
el periodismo profesional. Es caso posible que se hayan conocido, siendo
bastante probable Di Benedetto supiera de Cortázar y a la inversa. Uno era
profesor, tenía más o menos treinta y un años, relaciones influyentes en Buenos
Aires… el otro era apenas un estudiante que tímidamente bosquejaba algunos
poe-mas. Sin embargo, gracias a la lectura del primer tomo de las caras,
sabemos que cuando Cortázar se instaló nuevamente en la capital argentina, en
el año de mil novecientos cuarenta y seis, redefine desde la distancia su
relación con Mendoza y por supuesto con sus personajes: Se deshace de todo tipo
de formulismos de escritura y libera en las cartas a Sergio Sergi al futuro”
cronopio juguetón, se encuentra en capital federal con estudiantes y ami-gos
que le traen noticias cuyanas, planea
vacaciones a la montaña y, por supuesto recibe los libros que allí se
editaron. En una de esas cartas a Sergio Sergi, dice Cortázar He recibido ayer
un libro de poemas de Calí, aún no he tenido tiempo para leerlo, pero lo leer
con gusto el fin de semana, a esas horas de la siesta donde la poesía entra en
uno más intensamente… . Se sabe que Américo Calí fue un referente ineludible
den la formación de Di Bene-detto, también que su vínculo fue temprano y que se
prolongó hasta la madurez. Sabemos así mismo que Calí, editor de la revista
Egloga, fue quien público en enero de mil novecientos cuarenta y cinco el
cuento Estación de la mano de Cortázar. Por consiguiente, al enviarle su libro
Laurel de estío allá a Buenos Aires no es arriesgado suponer que los artículos
y reseñas críticas del mismo Cortázar fueran también conocidas por Calí, por
Sergio Sergi, por Di Benedetto y por todos aquellos mendocinos que lo
consideraban su contacto, su joven aliado en la gran ciudad.
Antonio Di Benedetto desde ese tiempo se dedicó a
escribir con una pasión desaforada, logrando a través del tiempo publicar
varias novelas y libros de relatos: Mundo Animal (1953), su primera novela el
Pentágono, a la cual ya me réferi, Zanna (1956), Grot (1957); reeditado en mil
novecientos sesenta y nueve con el título de Cuentos claros, declinación y
Ángel (1958), El cariño de los tontos (1961), El silenciero (1964), Los
suicidas (1969), Absurdos (1978) y Sombras nada más (1984). Además de haber
sido un increíble narrador, Di Benedetto fue un excelente periodista trabajando
en destacados diarios de España y de Argentina, guionista de cine. Por esas
diferentes labores recibió varios premios y becas, y sus libros han sido
sucesivamente reeditados y traducidos a otros idiomas. Desafortunadamente para
él fue detenido por la dictadura militar en el año de mil novecientos setenta y
seis, tras un año de prisión se exilió en España, de donde regreso antes de su
muerte. Muy débil por una extraña enfermedad que adquirió en el momento de su
privacidad de la libertad, pereció en Buenos Aires en mil novecientos ochenta y
seis.
UN CONOCEDOR DE LA LITERATURA
Hablar de Jorge Luis Borges, es habar de un gran
lector y de un formidable escritor. Aunque nunca oculto su hostilidad hacia la revolución
cubana, además de otras tristes hostilidades y afinidades, no vale la pena
contar sus objetivos políticos, ya que nunca verdaderamente los asumió porque
siempre tenía su cabeza bien puesta en la literatura.
Les voy a contar una anécdota que el mismo Borges
conto en una de sus conferencias, un día sucedió lo siguiente: uno de esos días
de septiembre, en una tarde húmeda de Buenos Aires cierto personaje se hallaba
en la editorial Hyspamérica con su director, el inteligente generoso Jorge
Lebedev. Una de las principales colecciones de esa editorial es la Biblioteca
personal de Borges, colección dirigida por él con la colaboración de su mujer
María Kadoma. La conversación llena de citas de Borges, giraba en torno a su
necesidad de encontrarse con el personaje, por el hecho aludido con este autor
de Discusión. A las dificultades previsibles se añadía que la presa había estado
publicando con insistencia sobre una supuesta enfermedad que aquejaba a Borges,
impidiéndole inclusive recibir a periodistas. En eso sonó el teléfono. Lebedev
lo tomó, pero apenas pudo hablar unas palabras debido que la comunicación se
cortó debido a un problema técnico. Entonces me miro con rostro sorprendido y
me dijo: es Borges, insistió en volveré a comunicar y al fin lo logró, el mismo
director de la editorial hablo con María Kadoma sobre algunas cuestiones sobre
las publicaciones, y de inmediato, para la perplejidad del personaje, le
añadió: María estoy con el poeta cubano (oh riesgo) Fernández retamar que
conoce y admira la obra de Borges, necesita verlo. Se lo paso. Estupefacto,
tomo el teléfono. No hallando otra cosa que hacer, procedió a recitarle: El
vago azar o las precisas leyes/ Que rigen este sueño, el universo,/ Me
permitieron compartir un terso/ Trecho de curso con Alfonso Reyes. Y añadió, a
continuación: si usted tiene la bondad de facilitarlo, con María Kadoma y Jorge
Luis Borges. Siguió un silencio, y luego la voz dulce de María: voy a
preguntarle. Otro silencio, más largo, y de nuevo la voz: Dice Borges que si
puede venir en este momento. Dígale que ya estoy allí. El poeta se despidió
cordialmente de Lebedev, salió a la calle Corrientes, y tomo el primer taxi que
encontró libre, diciéndole al taxista: A Maipú y Charcas. El deliberante paseo
duro tan solo unos minutos, pero le parecieron demasiados. Al fin el poeta se
encontró ante el número 994 de la calla Maipú. Lebedev le había provisto de una
especie de contraseña que lo franqueó a la entrada del edificio. En el sexto
piso, la propia María Kadoma le abrió la puerta del apartamento, le impresiono
la belleza de María y la sobria austeridad del piso. Un óleo de doña Gloria
Acebedo en un pequeño vestíbulo, entraba la puerta. María cordialmente, lo hizo
pasar al salón, regido por un hermoso cuadro (conocido en fotos) pintado por
Norab Borges, su hermano estaba sentado en un sofá, rodeado por un vehemente
delegación brasileña que lo invito ir a su país. El poeta comprendió que había
llegado bastante pronto, le estrecho la mano a Borges (guíen según pensó, debía
haberlo tomado por un brasilero retrasando), saludo a los demás como pudo, y se
sentó en un butacón, esperando que terminara ese encuentro, lo que ocurrió
pronto. María se levantó para acom-pañar a los visitantes hasta la puerta, y el
poeta se quedó en la compañía de Borges en el salón. Pen-sando que no lo veía y
daba por sentado que también se había ido, quedo en silencio, en la espera
estimulante de María. Pero no: Borges no lo había tomado por brasilero más, y
le dirigió la palabra. Entonces fue a sentarse a su lado, le agradeció que lo hubiera
recibido tan pronto y le expresó su alegría por encontrarlo tan bien de salud,
no obstante los comentarios de la prensa. Tienen que exagerar, si no, ¿Cómo
podrían salir los periódicos todos los días? Tienen que exagerar, tienen que
inventar.
Luego surgió la bella figura de María, les regalo a
ambos el número de Casa de las Américas dedicado a Cortázar, que Maria hojeó.
Borges tuvo palabras amables para Cortázar una selección de cuyos cuentos
aparece en la Biblioteca personal de Jorge Luis Borge, y recordó que había sido
el primero en publicar un cuento de Julio. El poeta le agrego a la cuestión:
Borges, quise verlo a usted en mil noveci-entos sesenta y uno, cuando vine la
otra vez a Buenos Aires. Pero por mala suerte, ya que usted estaba en Texas. Ha
pasado un cuarto de siglo, y el tiempo me ha devastado. Por suerte los dioses,
benevolentes, lo han privado de la tristeza de verme ahora.
- ¿Qué edad
tiene?- Cincuenta y cinco años- Pero si es un pibe, che. Yo tengo ochenta y
seis.- Si, pero yo vivo en el tiempo y usted está ya en la eternidad, que la
historiado, así como ha refutado el tiempo.- No, también Borges es sucesivo- En
todo caso, de mis cincuenta y cinco años, he pasado unos cuarenta leyéndolo a
usted- me excuso…- Ahora no tiene menor mérito leerlo; ahora usted es famoso
(sea ello lo que fuere), y casi todo el mundo lo hace. Pero entonces, ¿cuántos
lectores constantes tendrá usted? ¿tres mil? Digamos cinco mil, diez mil y un
adolecente que buscaba con fervor los escasos libros de usted que podía conseguir,
y sus colaboraciones en la revista Sur, para leerlo en un barrio orillero
llamado la Víbora- ¿Y dónde está ese barrio orillero? Pensó que después de su
respuesta se terminaría la conversación. Pero tenía que con-testarle- Ese
barrio, está en la ciudad de la Habana, cuyo régimen político yo sé que usted
no aprecia demasiado. Pero ni siguiera eso puede impedir que usted Borges tenga
allí millares de lectores, millares de admiradores. Y por eso he insistido en
verlo, ya que preparo una antología suya y necesito su consentimiento. Le
prometo que me atendré a las más recientes ediciones de sus obras completas y
libros posteriores, y que no incluiré nada de que usted allá prescindido, a
pesar que entre esos materiales se encuentren textos y aun libros completos que
quiero. Por ejemplo, entre los muchos poemas que usted ha eliminado recuerdo,
de Fervor de Buenos Aires, aquel sobre las hermanas: Al salir vi un alboroto de
niñas/ una chiquilla linda/ que mi mirada enceguecida busco/ la conjetural
hermana mayor,/ que abreviando las
prolijidades del tiempo,/ lograse en hermosura quieta y morena/ la belleza
colmada/ que balbuceaba la primera. Ese primer libro era preciso. Y tuvo la
fortuna de encontrar comentaristas de la talla de Gómez de la serna y Sáenz Canelo y merece el interés de Alfonso reyes.-
Ah Reyes. Yo era en Buenos Aires el hombre invisible, y Reyes me descubrió. Me
invitaba almorzar todos los domingos en la Embajada de México- Admiro mucho a
Reyes. Llegue a conocerlo en mil novecientos cincuenta y dos. A María le recité
unos versos de su extraordinaria elegía a Reyes.- pero hay textos que debe
usted poner en su reelección. Por ejemplo, la fundación mítica de Buenos Aires
y El general va en coche a la muerte.- Aunque lo lamento mucho al verlos cambiar
de títulos, Sospeche que el próximo paso sería la eliminación- Y también debe
quitar Hombre de la esquina rosada- Pero Borges- Es que no es creíble. La
verdad de ese cuento está en otro…- Si pero en la antología yo pondré también
ese otro cuento: Historia de Rosendo Juárez. Así se establecerá entre ambos un
dialogo en el volumen, por encima de los años. María Kadoma me pregunta si yo
diré eso en el prólogo, y le afirmo que sí, como lo estoy haciendo. Entonces
Borges accede a que aparezca también en el primer cuento. Complacido, le
añado:- lo que no podremos es mandarle dólares- A mí no me interesa el dinero-
Entonces le mandaremos cuadros y libros antiguos-¿ Y me traerá usted mismo la
antología?- me encantaría poderlo hacerlo.- lo espero.- me voy a sentir más
feliz que usted cuando habla en el Hacedor, de entregarle el libro a Lugones en
la biblioteca, porque será de veras y no un sueño que se deshace en el agua en
el agua.- Si usted lo dice…- Debo añadirle que escrito algunas cosas duras
sobre usted, Borges, pero probablemente no más duras que la que usted escribió
sobre Rubén Darío o Lugones. Y sin embargo… Borges dice como para sí:- Fueron
mis maestros.
Antes de morir
Borges en Ginebra donde se inhumo su cadáver, escribió Borges: vida y muerte la
han faltado a mi vida. Pero además de la copiosa bibliografía pasiva que luego
cayó sobre su obra. Bibliografía a veces esclarecedora, a veces tupida maraña o
vacuo escarceo, a partir de ciertos momentos también su vida se hizo pública, y
de manera no siempre afortunada. Quien había sido un escritor de minorías se
convertiría en pasto de la más diversa prensa, y notoria piedra de escándalo.
Sus declaraciones, donde el vanguardista de ayer solía volver sobre los fueros
de la arbitrariedad, le dieron inusitada nombradía. Como ha escrito, a raíz de
su muerte, Noe Jitrit. Las
declaraciones no estaban previstas en el tímido autor de Historia de la
eternidad; a ellas lo volcó Perón en el momento que lo saco de una biblioteca
para encomendarle la inspección de mercados y de ferias francas. Dio
conferencias, hablo y, milagro, consiguió trasformar su balbuceo y vacilación
en una carta de triunfo que lo envió a la fama mundial: su fama me parece, se
origina en su dominio de la oralidad, no es estrictamente en su escritura,
aunque su escritura lo autoriza; su manejo de lo oral, como forma de penetrar
rápidamente en las capas más amplias de la conciencia colectiva al mismo tiempo
que confirma su comportamiento argentino. Rapidez en la réplica, contundencia
en la afirmación, golpe de sorpresa que derrota al enemigo, impunidad en lo
efímero, manejo de la cita. Le resulta mucho más más que la prosa perfecta de
Ficciones, que, hacia en mil novecientos cincuenta y cuatro, leían tal solo
unos pocos; de ese modo, lo que no consiguió su genio. Aunque se hable de su
genio, su arte menor fue el vehículo que permitió que mucha gente se acercara a
su arte mayor. De ese arte
menor no vamos a ocuparnos aquí, aunque haya sido imprescindible mencionarlo.
Mucho más importante, en todo caso,, y de alguna manera relacionado con aquel,
es el hecho de que Borges, en su fundamental escepticismo, haya estado
sustentado en un pensamiento idealista de fuerte raigambre conservadora.
Recuérdese en sus reitera-das y admirativas alusiones a Berkeley y
Schopenhauer. Pero es bien conocido que la errónea posición filosófica o
política de un autor no invalida necesa-riamente su obra literaria. Para no
insistir en el ejemplo manido de Balzac, creó que a Borges (y también a Auden)
le son aplicables los versos que este último escribió en memorias de W.B.
Yeats, quien había muerto en mil novecientos treinta y nueve:
El tiempo es
intolerable/ con el bravo y el inocente./ indiferente a una semana/ A un
hermoso físico,/ adora el idioma y perdona/ A todo aquel por el cual vive;/
perdona cobardía y presunción, / Pon tus honores a los pies de aquellos./ El
tiempo que con esta extraña acusa/ Perdón a Kiping y a sus criterios, / Y
perdona a Paul Claudel,/ Lo perdona a él, por escribir bien.
Y escribir bien,
fue atribuido de Borges desde muy temprano. Es verdad que ello supuso entre frecuentes cambios de rumbo, al extremo que
pudo llamarse a sí mismo hombre desgarrado basta el escándalo por sucesivas
contrarias lealtades. La primera de esas lealtades, si dejamos de lado sus pre
cosidas o curiosidades infantiles, lo presenta como un tipo abanderado de
vanguardismo hispánico, elaborando, según dijera en mil novecientos cincuenta y
dos frente a la tumba de Macedonio Fernández, áridos y avaros poemas de la
secta, de la equivocación ultraísta. Hay que recordar de inmediato que el
entusiasmo e irónico teórico del ultraísmo (que aprendió en su juventud estancia
española, y a la que llevo huellas de lo que había significado para él el
encuentro en Suiza con el expresionismo alemán) fue también el primer
contradictor argentino, desde su propio seno, de dicha secta, lo que se puso de
manifiesto aparece en mil novecientos veinte tras su libro inicial: Fervor de
Buenos Aires. Con razón Borges conservo siempre apego por esta obra, digno
comienzo de su gran trabajo literario. Quizás los dos libros fundamentales de
la vanguardia poética hispanoamericana sean Trilce, que en mil novecientos
veinte dos publicó Cesar Vallejo, y este de Borges. Acercar a ambas obras puede
parecer artificial, ya que las diferencias son bien apreciables. Pero aparte de
su común origen vanguardista mucho más visible en el libro del peruano que en
el del argentino, algunos elementos se acercan y señaladamente el que para mí
es el rasgo más atractivo de la poesía, de la obra toda de Borges: la
intensidad. Ya de hecho, entre las fuerzas que han peleado constantemente en
esa obra, dos se destacan: la inmensidad y el ingenio. No solo en las mentales
declaraciones donde este último hace de las suyas, sino en la propia labor
literaria de Borges, por su carácter cultural, Fervor de Buenos Aires muestra
muy claramente esta pelea. Pero ella se mantuvo hasta los últimos momentos del
autor de Los conjurados (1985) no sé si intensidad o ingenio basten para
abarcar, por una parte, cosas como el fervor (llama viva parra un temprano
comentarista) la expresión, casi siempre dolorosa del amor, la preocupación de
las razones o de las sinrazones últimas de la existencia (metafísica no vacilo en nombrarla el propio Borges), el
sabor de la patria, por otra, la ironía,
el humor, el escepticismo ( que le hizo ver en la metafísica, avatares de la
literatura fantástica: pido a los lectores que acepten estas equivalencias, no
puede hacerse mucho más en un comentario, especialmente en uno que se escribe
con las características de este. Por otra parte aunque intensidad e ingenio no
siempre combaten en la obra de este prolifero escritor, y a veces se unen con
acierto, por lo general uno de los polos vence sobre el otro.
La poesía de
Borges no cabe duda que es una de las mejores de su generación, y ciertamente a
su frecuente sofistica. Lo de la preterición, a partir de la década del treinta,
lo rectifica, entre otros hechos, que al frente del volumen donde publicara el
conjunto de sus poemas en mil novecientos cincuenta y cuatro ( y en ediciones
que le han seguido) citase estas líneas de Robert Lois Stevenson: no me presento
como un poeta. Sólo como un literato integral: un hombre que habla, no uno que
canta… dispense está escusa; pero no me gusta venir ante gente que tiene una
nota de canción y dejar que se piense que no conozco la diferencia. Recuérdese
que en mil novecientos cincuenta y siete Borges sólo había publicado tres
libros de poesía: Fervor…, Luna de enfrente (1925) y Cuaderno de San Martín
(1929), a los que había añadido unos poemas más en una recopilación de mil
novecientos cuarenta y tres, y aún otros en la edición citada, alguna vez
enmarcada en sus primeras obras completas, de mil novecientos cincuenta y cuatro. Para
entonces se había iniciado ya la irradiación de Borges, pero gracias a sus
cuentos, su próximo libro de poemas no vino aparecer sino hasta mil novecientos
sesenta: El hacedor. Él represento un
verdadero retorno a la poesía en Borges. Según su propia confesión, en eso
incluyó a la ceguera que lo aquejo durante las últimas décadas de su existencia,
y que le permitía memorizar poemas breves de preferencia a textos más amplios.
Borges prestó
siempre una ejemplar atención al instrumento de su escritura. En su poesía aun
cuando no puede señalársele un
denominador común en este ni en muchos otros órdenes, los cambios fueron a
menudo bruscos en él, salvo en su última época, es apreciable su inclinación a
lo que llamo en mil novecientos veintiocho el no escrito idioma argentino (que)
sigue diciéndonos, el de nuestra pasión, el de nuestra casa, el de la
confianza, el de la conversada amistad. Tal inclinación no es extraño que la
lleve asuntos inmediatos, pero nunca, ni aun en el momento de Fervor…, dejo que
tales asuntos excluyeran otros de horizonte más vasto. De hecho, lo que hizo
fue aborda lo inmediato con la hondura que otros reservan para los temas real o
supues-tamente mayores, profundizando así su sentir y su expresión. En el
momento que dejaba atrás la década del veinte, se apartó más de lo obviamente
verná-culo, aquel idioma argentino (que) sigue dicién-donos, limpio de
localismos, conservó su temperatura, sean cuales fueran los asuntos en
consideración. En su prólogo a la Antología poética argentina (1941) observo
Borges cómo se revela el carácter argentino en un autor nasa pintoresco, como
enrique Banchs; y en aquel prologo llamó a Ezequiel Martínez Estrada nuestro
mejor poeta contemporáneo, lo que equivale a toda una decla-ración de
principios. No es extraño muchos de sus poemas últimos (con frecuencia sonetos
y otros también en estrofas de versos regulares) hagan pensar en hombres como
Banchs o Martínez Estrada. Si tempranamente, después de los énfasis
vanguardistas, aseguro que los ultraístas habían vuelto a escribir los
borradores de Lunario sentimental, ya en la vejez, en mil novecientos setenta y
dos, explico: No creo en
absoluto de las literarias, que juzgo simulacros didácticos para simplificar lo
que ense-ñan, pero si me obligaron a declarar de donde proceden mis versos,
diría que el modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas
cuyo instrumento común que es el castellano y que llego, por cierto, hasta
España. He conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y
soberbio; este solía desviar el curso del dialogo para hablar de mi amigo y
maestro Rubén Darío (creo, por lo demás, que debemos recalcar las afinidades
del idioma, no sus regionalismos.
Espero que no
parezca arbitrario que en la sección que corresponde a la poesía, en los libros
de prosa, Borges en algunas antologías personales, separo textos de esa
naturaleza bajo el particular título de prosa, como es bien sabido, no es el
nombre de un género literario, sino una forma o manera del lenguaje. Y aunque
en Obra poética 1923-1977 se prescindió de las prosas de El hacedor (con la
acepción lógica de la dedicatoria) y de Elogio de la sombra, prefiero ser fiel,
por parecerme más hacer-tado, a lo dicho por Borges en el prólogo de este
último libro: En estas páginas conviven, creo que sin discordia, las formas de
la prosa y el verso. Podría invocar antecedentes ilustres…, prefiero declarar
que esas divergencias me parecen accidentales y que desearía que este volumen
fuera leído como un libro de versos.
Poco después de
comenzar a publicar sus libros de poemas, Borges también comenzó a publicar sus
libros de ensayos. Pero los primeros de estos libros serían rechazados más
tarde por su autor. Inquisi-ciones (1925), El tamaño de mis esperanzas (1926) y
El idioma de los argentinos (1928) no aparecen en ninguna edición de sus
singulares Obras completas. Se trata, sin embargo, de libros estimables,
inclusive muy valiosos, con los que, acaso no es exagerarlo decirlo, Borges
hacía dar un giro a la ensayística hispanoamericana. Evaristo Carriego (1930),
por su parte es un libro orgánico que no es aconsejable despedazar. Y varios
otros libros de ensayos, escritos en colaboración (lo que impide su presencia
en un libro de Borges) son relativamente extensos, y de ellos puede decirse lo
que de Evaristo Carriego. El mejor tipo de ensayos es breve, tal como fue el
ensayo de Montaigne y lo es en general entre los ingleses. Borges solía
presentar un aspecto inusitado del asunto que aborda. Tiene razón Jaime
Alazraki cuando afirma:
Como en el
oxímoron, donde se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla, en
sus ensayos Borges estudia un sujeto aplicado teorías que de antemano condena
como falibles y falaces. El oximiron es un intento por superar las estrecheces
racionales del lenguaje, es un mentís a la a la reali-dad reglada
conceptualmente por medio de las pala-bras. Este procedimiento es el que mejor
define la técnica del ensayo borgeano, porque las ideas, lo sustantivo del
ensayo, se estiman o califican con teorías que contradicen a las primeras en el
sentido de despojarlas de todo lo trascendente respecto a la realidad
histórica, pero a la vez (como el oxímoron) devuelven a estas ideas ( a esos
sustantivos que cali-fican) el único valor que las justifica: su carácter de
maravilla o de creación estética, conciliando así (y no otra es la función del
oxímoron respecto al lenguaje).
El relato se
insinuó tardíamente en Borges, en las páginas aparecidas en la revista Martín
Fierro, en mil novecientos veinte ocho, con el título Leyenda policial, y luego
reelaboradas como Hombre pelearon, en El idioma de los argentinos (1928). De
allí surgió después, con otra versión intermedia, de mil novecientos treinta y
tres, su primer cuento el hombre de la esquina rosada recogido en Historia
universal de la infamia (1935). Su ambiente y su lenguaje lo emparientan con
textos de la década del veinte. Pero en grueso de los materiales era bien
diverso. Se trataba, dirá después con su modestia habitual Borges, del
irresponsable de un tímido que no se anima a escribir cuentos y se distrajo en
falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias.
En el prólogo en la primera edición del libro había dicho que son ejercicios de
prosa narrativa, derivan creo, de mis relecturas de Stevenson, de Chesterton y
aun de los primeros films de von Stenberg y tal vez de cierta
biografía Evaristo Carriego. En esta genealogía falta un nombre
decisivo: el de Marcel Showob, de cuyas vidas imaginarias proceden estas otras
vidas. Borges mismo lo reconocerá más tarde. Pero el primer autentico libro de
cuentos de Borges no aparecerá sino hasta mil novecientos cuarenta y uno: El
jardín de los senderos que se bifurcan. Los relatos allí recogidos, junto con
otros nombrados Artificios, volverán aparecer dos años después con el nombre de
Ficciones (1934- 1944). La fama (termino que él deplora) estrictamente
literaria de Borges proviene de allí. Aunque se tratara del último de los
géneros en que incursiono, el cuento decidió la inmensa repercusión de su obra
tendría. Por otra parte la biografía
pasiva sobre este Borges es tan enorme, que parece ocioso el querer
intentar aquí ningún comentario sobre criterios conocidos por el lector. Baste
recordar que es sobre todo su significativo aporte a la literatura fantástica (de
la que Borges copilara una inolvidable antología, parcialmente apócrifa con
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, en mil novecientos cuarenta) lo que llamo
la atención, primero al mundo de habla española y después a los otros mundos,
sobre esa producción que en su línea es francamente alucinante. Uno de los
mejores libros en torno a esta vertiente de su obra (al menos en su mayor
parte) es de Ana María Barrechera. La expresión de la irrealidad en la obra de
Borges (México, 1957: hay una edición posterior, ampliada), El título es harto
elocuente y no requiere nada. Borges en efecto, así como en sus ensayos se
acerca a los asuntos por un costado inesperado, en muchos de sus cuentos revela
a primera vista lo que podríamos llamar la irrealidad de la realidad. Parte con
frecuencia de un hecho verificable, inclusive a veces nombra a personas
vivientes y a quienes involucra en la acción, y nos va llevando a una sorpresa
que es el verdadero núcleo del cuento. No es extraño que le traiga a la
aventura policial, a lo que ha hecho (soló en la compañía de Bioy Casares)
notables aportes. La numerosa mención de criaturas y sitios lejanos no nos debe
engañarnos: se trata de nuestro mundo, cuya rareza Borges se complace en
señalar.
Por otra parte,
aunque Borges profesa un antirrealismo mutilan te, nunca dejó de escribir
cuentos realistas, algunos magníficos. En varios casos el cuento es susceptible
de más de una lectura: quizás el ejemplo arquetipo sea El sur. Más importante
que esta tosa división en cuentos
fantásticos y cuentos realistas es averiguar hasta qué punto la cuentistica, la
obra toda de este escritor no es expresión no ya de la realidad, sino de la
realidad que se contorno. Pues Borges a guíen tanto acabaron molestando los
arrestos nacionalistas de la primera parte de su obra, fue siempre y
profundamente, un escritor argentino inserto en la problemática bien compleja
de su país. Más de un investigador ha intentado rastrear ese fondo de su obra.
No obstante lo positivo que se ha escrito sobre ello, esta tarea, es conjunto,
queda por realizar. No solo que todo
tiene que terminarse, sino en particular en el prólogo, que si bien en algunos
casos, como vio Borges, es una especie lateral de la crítica, y por lo tanto también
un género literario, es acaso el más modesto de los géneros literarios, porque
demora la lectura que realmente se desea. Lleguemos pues a estas líneas
deslavazadas. Ellas preceden (algo tenía que hacerlo) a páginas admi-rables que
no siempre presentan el gusto personal de las mayorías, pero que según lo
espero, son una incitación a seguir penetrando en una obra fascinante (con lo
que Borges rechazó en sus Obras completas sería feliz un buen escritor); ellas
se hicieron a pocos días de la desaparición de Borges. Cuando hace más de medio
siglo falleció Miguel de Unamuno, aquí escribió en un artículo una sentencia
con la que quiero terminar por parecerme justa en ambos casos. El primer
escritor de nuestra lengua acaba de morir.
LA
ESCRITURA DE BIOY CASARES
La liviandad que linda con la conciencia de cuan
pesada puede ser la justificación de una vida para la vida del lector, y el
desorden expositivo que no alcanza a dotar de relieve literario a lo que
convierte, por momentos, en inexplicable catálogo de nombres y recuerdos
(perros de la infancia, avatares del trabajo rural, noviecitas o primitas
primigenias que, desaparecidas, reaparecen como fantasmas del erotismo. El narrador de historias fantásticas que es Bioy Casares
descubre en el espejo de la vida, la fascinación de lo que reduplica en sus
ausencias: una corista reaparece ya algo madura, y una Marcelita infantil
vuelve casada, rica y adultera para decirle al galán también algo maduro” Que
mal coges”. El galán, a continuación nos suelta su confidencia: yo estaba muy
nervioso. O, la búsqueda empecinada del espejo femenino se convierte
siniestramente, en ese portero gallego, Joaquín, que inicia al joven Bioy en
las aventuras de bata clan: Joaquín apareció en mi cuarto, disfrazado de mujer,
con un vestido de gran escote y un sombrero negro. El narrador por las dudas, y
como el caso previo, apela a doxa tranquilizadora de la audiencia. No pude
reprimir el espanto. Decía Walter
Benjamin que las historias burguesas de espanto nacían del espanto por la vida
familiar en las casas burguesas. Bioy, por su parte, insinúa el componente
erótico de toda (su) literatura fantástica. Porque Bioy amo, como sus mayores,
el campo, y las estancias que vuelven en la edad de la razón con no menos
tenacidad siniestra; proyectada escribir (nos dice) un artículo que describe el
campo como erizado de peligros… eficaces para destruir la vida del hombre”. Y
Bioy elige como imagen del escritor de estas narraciones (la imagen que vemos
en una de las tapas de uno de sus libros) a un estanciero típico (campera, bombachas)
montado en su caballo, y como exhibiendo aquello que el relato lamenta: un
amor no correspondido, pues el estanciero es mal administrador de la herencia
familiar y ha fracasado en la impuesta tarea de regentear la estancia. No así
su hija Martha (agrega el narrador), encargada y legataria de tanto amor no
correspondido. Inversamente al espejo disfraz
de aquel Joaquín trasmutado en mujer, las viriles tareas de la estancia
parecen menos siniestras en manos femeninas.
Las memorias de Bioy cometen el insuperable pecado
de la arrogancia, naturalmente implícito en el género y disimulado en la auto
ironía, o con el catálogo de fracasos literarios, amorosos y estancie-ros. La
arrogancia tiene un supuesto básico: todos saben que soy mujeriego, todos saben
que me case libertinamente con Silvina Ocampo, y se manifiesta por medio de
sobreentendidos que excusan al narrador
de insistir sobre lo que se sabe; es decir, Bioy posee la retracción de lo que
se dice sobre las otras personas, si las mujeres de ese Don Juan son amorosas
re velantes, Silvina Ocampo es, en estas memorias aquello que Borges decía de
la pampa en el Martín Fierro o del desierto en el Corán: un implí-cito, una
sombra o fantasma que solo el lector enterado comparte, jamás una presencia
literaria que justifique el sobreentendido.
Una autobiografía consiste en armar con la memoria
una vida que se desarma, Bioy acierta escrupulosamente con la estructura del
relato, con el tono que oscila entre un mundo cotidiano y la ironía que aborda
cada uno de sus cuentos. Bioy elige escrupulo-samente lo integro de la
herencia, que es familiarmente y ya en materia de narrativa, o bien la alegre
disgregación hedónica del fragmentar ismo ochentista, o bien el monolítico
relato decimonico de la novela realista, pero indudablemente unidos y
comunicados por eso, la escritura de
Bioy, por separada y hacia el final, vuelve a contar la misma historia desde
otro ángulo, el de la historia de los libros: la vida de estanciero, de una
ciudad y de ciertas circunstancias puede ser compleja o interesante, pero aún
narradas pueden ofrecer un misterio estimulante.
Esta segunda auto exegesis, desde siempre literaria,
es totalmente convincente. Dejarnos en el recuerdo de la idea de que el amor lo
mueve todo, por la misma literatura, lo que ha llenado sus cálidas páginas, con
esa ofrenda de la memoria deben estar coexistiendo con las pasiones más
directas. Ocurre lo mismo que con los amores femeninos si el pudor no es lo
suficientemente intenso, no se nos trasmite aquello que nos hace existir, la
pasión por el amor o por la misma literatura es una declaración sentida que
trasciende más allá de lo que somos y de las estrellas.
Al hablar de su obra hay que decir que de calidad,
que interviene sabiamente en los sueños. En mil novecientos cuarenta al
contraer matrimonio, también publica su primera novela titulada La invención de
Morel, novela que lo consagra y que al año siguiente es galardonado con el
premio Municipal de literatura de la ciudad de Buenos Aires. Su obra incluye, entre otras: Plan de evasión, La
trama celeste, Diario de la guerra del cerdo, El héroe de las mujeres y Una
muñeca rusa. Su obra se ha traducido a varios idiomas como también ha recibido
varias distinciones: el Premio Nacional de literatura, en dos ocasiones, por El
lado de la som-bra (1963) y El gran serafín (1970); el premio Mondello, en
Italia (1984); el Doctorado honoris causa de la universidad de Cabrielle Don
annunzio, Pescara Italia (1988); el Premio Miguel de Cervantes (1990); el
premio Consagración nacional por el conjunto de su obra (1992); el Doctorado
honoris causa de la universidad de Shendhal, Grenoble (1993); y el premio Roger
Caillois, Francia ( 1995). Su último publicado es De jardines ajenos.
Este maestro en el arte de narrar, creador de
ficciones exactas, Adolfo Bioy Casares construyo una obra que es una
referencia ineludible al momento de evocar los momentos más felices de la
literatura de nuestro siglo. Desde el comienzo de su obra en adelante, cada uno
de sus libros ha dado una vuelta de mundo, sobre esa integridad y la ha
confirmado con creces llevándola a terrenos inesperados. Con pareja maestría
para el cuento o la novela, para lo fantástico o lo satírico, las obras de
Bioy, como sucede con todos los grandes escritores, fundan un género propio.
Allí conviven la perfección de las tramas, los amores desmesurados, la pasión
por la fabulación y la intriga, el límite ligero entre lo real y lo irreal. Fue
un amigo ferviente de Jorge Luis Borges, con guíen escribiera varios cuentos,
incluidas dos guiones de dos películas dirigidas por Leopoldo Torres Nilson en
1973, tituladas: los orilleros, y El paraíso de los creyentes. Bioy murió a la
edad de ochenta y cuatro años en el año 2001, sus restos fueron enterrados en
el cementerio bonae-rense de la Recoleta.
SOBRE SILVINA OCAMPO
Hablar sobre Silvina Ocampo (1903-1994), es
dilucidar sobre una mujer amante de la literatura fantástica. Muy joven realizo
estudios de pinturas con surrealista Georgio Chirico y la vez se vinculó al mundo
literario a través de su hermana Victoria Ocampo y más tarde con su marido
Adolfo Bioy Casares. Se inició con un libro de cuentos no reivindicado, Viaje
olvidado (1937). Y luego cultivo una poesía cercana a las formas del clasicismo:
Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Poemas de amor
desesperado (1945) y Los nombres (1953). Luego de una larga parada, vuelve a la
poesía en mil novecientos sesenta y dos con Lo amargo del dulce (premio
nacional de poesía y en ese mismo año con Amarillo celeste.
Lo más reconciliador de su obra son sus libros de
relatos, donde incursiona con insistencia en la literatura fantástica
(fantasmas, monstruos, figuras persecutorias) mezclada con observaciones
irónicas y de humor negro sobre las costumbres sobre la gente común:
Autobiografía de Irene (1948), La furia (1959), Las invitadas (1961), Y así
sucesivamente (1987) y Cornelia ante el espejo (1988).
Colaboro con su compañero Bioy Casares en una increíble
novela policiaca, Los que aman odian (1946); con Bioy y Borges en antologías de
la literatura fantástica y de la poesía argentina y con Rodolfo Wilcock en el
drama Los traidores (1956).
EN
LOS DOMINIOS DE LA BELLEZA
Hay en la biografía de Mujica Lainez, según se
desprende de sus relatos para la prensa, una suerte de pretexto, que cierra la
novela Sergio y que de algún modo explica el interés que guardan los
acontecimientos allí narrados. En mil novecientos setenta y cinco, en una peculiar entrevista
que al regreso de un extenso viaje que realiza Enrique Raab, desaparecido
durante la dictadura militar que se instaló un año antes, Mojica Lainez ya muestra
inquietud ante la imposibilidad de escapar del encuentro con la violencia
publica: yo siempre he sido un hombre optimista, He creído, sigo creyendo, que
todo iba a terminar bien. Buenos Aires…Ahora, cuando volví en abril, he visto
la ciudad desde el puerto… El carguero iba entrando a la dársena y, ¿sabes?,
todo me pareció una maravilla. Era una mañana de sol, las viviendas, los
rascacielos retumbaban desde el Sheraton. Me sentí feliz de volver, de estar en
mi ciudad de nuevo…Luego, ya pasada la aduana, tuve un sentimiento desagradable…
En el puerto mismo vi a un camionero y de repente, al lado suyo, bajaron cuatro
tipos de un automóvil y lo amenazaron con sus ametralladores. Por supuesto me
desconcertó esa maldita violencia. Le pregunte a mi hijo Diego que estaba
sucediendo. Y me dijo: pero, papá… Eso ocurre acá todos los días… No te alarmes….Le
hice caso. No preguntes más”. En el relato, no solo se pone el optimismo,
idiosincrático del escritor, sino que también se sucede su característica
ironía; en su lugar, Mujica Lainez opta por presenciar su visión de los hechos
políticos como negación o abstención, actitud que parece haber dejado muy atrás,
aquella de aceptar la candidatura a diputado por el conservador Partido
Demócrata para las elecciones de mil novecientos cincuenta y uno. Acaso esa
reacción de prescin-dencia ante una escena que en un principio lo inquieta
explique que, a lo largo de los años siguientes, el optimismo y la ironía
pueden retornar sin conflictos cuando los medios le pide su opinión acerca del
cese de la democracia en mil novecientos setenta y seis o la guerra de Malvinas
en mil novecientos ochenta y dos. Los meses que Mujica Lainez llego a vivir una
vez terminada la dictadura no alcanzaba para borrar la imagen formada en los
años anteriores. En el contexto político de la Argentina de los años de mil
novecientos setenta, la combinación entre optimismo e ironía solo podía
convertirse en el lado oscuro de la frivolidad. Sin embargo, la frivolidad que
al propio Mujica Lainez le gustaba nombrar provocativamente y que sus amigos y
algunos lectores no perdían ocasión de festejar era muy diferente. Era la misma
que sus críticos vendían a denunciar o menospreciar: en esa pose despreocupada
y atrevida que, por momento, servía para aludir a ciertos motivos recurrentes
en sus libros, ciertos motivos vinculados con sexualidad y los deseos, de las
cuales, resulta poco sencillo hablar abiertamente.
En la forma de precisar, se puede confrontar la
formula sobre Mojica Lainez que Ángel Puente Guerra redactó para ciertos
diarios a mediados de mil novecientos noventa con su análisis de La casa, que
es diez años anterior y cuya conclusión resulta iluminadora: distinción,
refinamiento, elegancia son términos utilizables con puntería en esas últimas
páginas al estilo de Manuel Mujica Lainez.
Pese a reiterar en la escritura, entre los diversos temas y el estilo
mismo, y asumir la prosa en los dominios de este increíble escritor. Como había
hecho el comen-tarista de Sur, el crítico detecta sabiamente el dictamen
fabulado de sus novelas: esa riqueza estilística, curiosamente ha resultado
insospechable como genuina, a la hora de proceder a la valoración de Mujica
Lainez. En efecto, muchos críticos consideran que su narrativa no es más que un
genuino resultado de un trabajo de orfebrería
como preciosismo, que se ve forzados a reconocer, no reserva mayores
sorpresas; algo así como una pirotecnia verbal deslumbrante que no se puede
ocultar. Cabe preguntarse, eso sí, como leería una chica de
barrio, aquellas novelas donde hay una desnudes hermosa de la mujer como tal, e
inversiones de sexo o androginia, como lo haría en todo caso, con un sentido
refinado. El intrépido escritor convencido de las estructuras de sus libros que
no se conciben como populares, más allá de la falsa modestia que puede encerrar
la frase nos enfrenta al hecho, poco explorado, de qué tanto quienes elogiaban
su obra como quienes la rechazaban. Esto es: la crítica que hace el
protagonista de Respiración artificial explica, en ese concepto la elección de
algunos cuen-tos de Misteriosa Buenos Aires para integrar las antologías
escolares e incluso la incorporación del libro entero como bibliografía de
lectura obligatoria en los programas de literatura. En ese punto razón Renzi:
solo la supuesta elegancia del estilo justi-ficaría, desde una perspectiva
escolar, esa inclusión. Sin embargo, mientras el estilo bien pueda explicar el
éxito de ventas por el supuesto prestigio que el libro le entrega a su
poseedor, no explica para nada la cantidad efectiva de lectores de esos
increíbles libros.
La belleza de la escritura, en sus dominios donde se
agazapa la carga sensual de esa acusación de frivolidad que ninguno de los
grandes temas” adjudicados a su obra logró del todo combatir. En medio de tanta
incomprensión quizás haya sido Borges uno de los pocos que supo ver, ya que en
la ficciones iniciales de Mujica Lainez, una misma persistencia:” cada escritor
siente el horror y la belleza del mundo en cierta faceta del mundo. Manuel los
sintió con singularidad en la declinación de grandes familias antaño
poderosas”. Las mujeres y los hombres, los jóvenes, los viejos, los objetos,
los espacios, los deseos, las pasiones, los placeres, los goces participan,
cada uno a su manera, del dominio de la belleza en la narrativa de Mojica
Lainez. Pero se trata de una belleza que poco tienen que ver con las convenciones
del gusto y que, en el momento que se acerca a ellas, las resquebraja para
siempre. La belleza es el cuerpo joven de Tristán moviéndose en La casa, son
los versos nunca leídos “del poeta perdido o la brillante desnudez de “Lumbi”
en Aquí vivieron, son los souvenirs que guarda El paraíso comenzados en Cecil,
son las villas italianas descriptas en las crónicas de Placeres y fatigas de
los viajes, es el Colón de el gran teatro. Pero la belleza está también en el
hermoso rostro del jorobado duque de Bomarzo y en sus monstruos de piedra, en
el deseo de Sergio por la pareja de gemelos, en la sensualidad entre hermanos
en la “Prisión” de sangre de Aquí vivieron, en la pasión del vampiro de las
Crónicas reales, en los amores travestidos de El laberinto, en la alhaja
carnívora de el brazalete y otros cuentos.
En buena medida, esta concepción lábil y abierta de
la belleza explica que el cineasta Luchino Visconti haya barajado la idea,
hacia fines de mil novecientos sesenta, de filmar Bomarzo¿ No está concepción
de la belleza, acaso, la que permite que los jóvenes efebos de Mujica Lainez se
acerquen a ese Tadzio adolescente que obsesiono a Aschenbach en Muerte en
Venecia, la novela de Thomas Mann que finalmente Visconti, pone en evidencia
que la presencia del joven bello no provoca simplemente un interés estético
sino, sobre todo, un deseo esterilizado
que lleva al abismo. En ese sentido, si algo comparte este escritor con
Visconti es un rasgo frecuente en muchos escritores y artistas de mediados del
siglo veinte: ese rasgo aristocratizante que se acerca, en el terreno de la
moral y las costumbres, a la realidad, mientras se confunde, en el terreno
social con un decadentismo esteticista.
En una entrada del diario íntimo de Adolfo Bioy
Casares se presenta, inmejorablemente, un malen-tendido alrededor de la
concepción de lo bello en Mujica Lainez que, a contraluz, ilumina una cierta
poética de la belleza. “ Manucho le regalo a Silvia una fotografía de su
amante, desnudo. Pudiendo, eso sí, apunta Bioy brevemente Amores ilícitos y
homose-xualidad, exhibicionismo y voyerismo. Junto con el gesto trasgresor, el
episodio descubre también otra cosa: la opción por la pose como medio de
representación. Por un lado, es a través de la pose que el cuerpo se ofrece
múltiples veces (el amante y a la cámara y con don) y que su reproducción
encierra tanto el deseo de mostrar y de ver como el goce de ver y de ser visto.
De ahí la declaración de Bioy- Un cuerpo desnudo” pudibundo, eso así haya que
leer, como el querría, el falso pudor, el recato o aun la estatización, sino la
cifra de una poética de lo bello: en lo pudibundo de esa desnudez, la del
cuerpo del amante varón, está propio de Mujica Lainez, porque lo que hace bella
la desnudez es, precisamente, el pudor del cuerpo que se ofrece al desnudo.
Por la misma decadencia social, también, esa suerte
de conjuro contra el tiempo, de conversión estética del resto que es la
colección termina encontrándose con el vació total. Si en El coleccionista” la
casa encierra un mundo de objetos, una acumulación de sounenirs, lo que se
descubre en “Dominio amarillo, su continuación, es que en realidad se halla
vacía ya que su dueño está en ruinas y debió venderlo todo. En este par de
cuentos, la ruina y el souvenir se asimilan definitivamente: porque la colección,
ya como deseo, ya como ausencia, sólo puede ser una pura nostalgia. La novela Los viajeros, la decadente historia de esa
familia arruinada que solo vive para viajar a Europa y nunca lo hace,
tematizada gran parte de las cuestiones que los cuentos tratan parcialmente.
Los viajeros representa la división sin retorno entre el mundo de las personas
y el mundo de los objetos: mientras la mitad de la casa donde están exhibidos
los objetos valiosos permanece cerrada tras la mu-erte del pariente adinerado,
está casi vacía. El núcleo de la zona de la trama retoma el episodio narrador
del cuento.” La mesa estilo imperio”: la única posesión familiar es un objeto
que se termina perdiendo su aura de originalidad, al revelarse su naturaleza
falsa; y el objeto coleccionable no es auténtico, la colección, que a la vez
hubiera potenciado su valor, resulta imposible. La disyunción representada por
la casa corroe la belleza poni-éndola atrás, en un tiempo y un lugar donde la
conjunción entre objetos y personas configuraba un mundo armónico, de allí que
el desenlace de la novela, con un intencional fuego final que lo destruye todo,
no sea una salida purificadora sino, por el contrario, la posibilidad clausura
total de la posibilidad de armonía. También del saqueo que es víctima la casa
de laca va en dirección: desperdigados los objetos, la colección se hace
imposible. En el coleccionista y en El dominio amarillo, en La casa y los
viajeros, y también en el salón dorado, donde el despojo y el engaño se alían
para exhibir la decadencia, la belleza ha quedado atrás. Si las posesiones han
sido arrasadas o entregadas, si los bellos moradores han muerto o se han
convertido en fantasmas, si la casa está en ruinas o vaciada, la belleza solo
puede estar en el pasado, sólo puede ser nostalgia.
Es que en Mojica Lainez, finalmente, pese a la
proliferación de ruinas y de souvenirs, la única memorabilidad posible es el
relato de viaje (en las crónicas de Placeres y Fatigas de los viajes), el
relato de los propios objetos que exorcizan su extinción narrando su pasado (en
La casa, en Memorias de Pablo y Virginia), el relato de los inmortales o de los
encarnados (en Bemarzo), el relato autobiográfico desplazado a la voz de otro
(en Cecil). Acaso sea “en Memorias de Pablo y Virginia la mejor condensación de
todos estos motivos: el libro que contiene la historia de Saint-Víctor narra su
autobiografía a lo largo de los siglos, hace un relato de viaje que a la vez es
una formidable historia de la lectura y cuenta su paradójica inmortalidad.
Frente a la evitable destrucción de los momentos y los edificios. Frente a la
inevitable desaparición o trasmutación de las personas, el libro es numen al
paso del tiempo. Pero solo lo es, parece decir el cuento, a costa de su
reproducción infinita. Lo que nos lleva al rastro y la réplica.
La nostalgia, entonces retorno con más fuerza. La
convulsión o la copia y la repetición será también la convulsión desesperada a encontrar en ellas la huella,
el vestigio, que condujo perdida y deseada. Como en el imaginero, cuya
protagonista espera encontrar en cada escultura de mujer, casi a modo de
cíclica condena. La imagen de aquella otra mujer que lo ha engañado y a lo que
el mismo le quitara a la vida. Por todo esto en las narraciones que hablan de
rastros y de copias la nostalgia es, con frecuencia sabiduría del engaño. El
engaño está en La viajera Y En la Tormenta en el río, los cuentos que completan
la trilogía que trascurre en la primera mitad del siglo diecinueve incluida en
Aquí vivieron; en La pulsera de cascabeles, donde el engaño es defensa y burla
al mismo tiempo, y en La ropa del maestro, esa historia de una suerte de efebo
frustrado, ambos de Misiá de Buenos Aires está en Invitados al paraíso, novela
que cierra la saga porteña de los años de mil novecientos cincuenta, y en el
gran teatro, novela que parece retomar a fines de la década del setenta, el
interés por una clase social en decadencia en el recinto privilegiado de la
alta cultura: una noche de gala en el Colón donde se presentaba la ópera de
Wagner Parsifal.
Si de manera similar funcionaban buena parte de las
crónicas de viaje, casi a la inversa lo hacen la miniaturización de El hombre
de azulejo, la desmitificación de El ángel y el payador o la humanización de
los relatos de Un novelista en el museo del Prado. Claro que lo sublime, además
de confrontarse, con lo familiar y lo conocido, nos introduce de lleno en la
zona donde lo bello se confunde con lo feo. Es decir: a las relaciones entre
belleza y aberración, entre deseo y apetito.
Tantos relatos de Aquí vivieron. De algún modo, las
aberraciones que constituyen a Vicino Orsini parecen exorcizadas por el arte en
el parque de los monstruos que manda a construir. Es que cuando se lo convierte
en espectáculo, como explica Susan Stewart en un análisis del cuerpo grotesco,
con relación de las miniaturas y del gigantismo. Ese cuerpo grotesco ya no
parece en partes (la jorobada) sino en una totalidad que es otra forma de la aberración
(las figuras humanas representadas como monstruos de piedra).
Algo similar estaba representado en los juegos
eróticos femeninos, que parecen salvar a la protagonista del deseo incestuoso
de su hermano en La hechizada y también en la equivocada pasión de la niña muda
por una muñeca de tamaño natural, que le permite sustraerse al deseo masculino
en Rival (pero no en cuentos como “El cofre o El sucesor). A diferencia de los
relatos en los que el deseo homosexual, si bien es liberador, termina siendo
castigado por alguno de los personajes, Sergio es un relato de iniciación que
en vez de contar el esforzado ingreso a las letras, a la vida pública o a la
vida amorosa heterosexual.
Claro que, quizás, la posibilidad de una iniciación
homosexual liberada de toda trauma y vinculada únicamente con el goce haya sido
posible, en Mujica Lainez, porque justo antes, en los primeros de los capítulos
de la novela El laberinto, había un relato bien frívolo de la belleza y del
deseo. Allí esa sorpre-sa de doña Bonitilla que daba título al capítulo sólo
era descubierta por el atolondrado narrador cuando a punto de poseer a la mujer
deseada:Caí sobre la niña, en el asiento largo, y mis manos
recorrieron su cuerpo con avidez. Se me entregaba y se me escurría, muy joven,
bajo la seda. Entonces se me apretó el corazón; se detuvo en seco mi anhelo y
viril ademán y me incorporé estupefacto. Al instante, rehíce mi exploración a
través de su ofrecido cuerpo, examinando con mayor ahínco la zona que más me
asombraba con su palpable desmentida, y debí ren-dirme ante la evidencia: como
la vez anterior, había tropezado con mi registro con un elemento que
certificaba puja mente que doña Bonitilla era don Bonitillo. Es por eso que además de los cuentos, se ha elegido
algunas crónicas de viaje que permiten comprender mejor ciertos tramos de su
trayectoria e incluso ciertas estéticas (como la Bienal de Venecia y la Hora de
los hornos o Monemvasía). Por otro lado, el hecho de que está antología no
incluya, por obvias razones de extensión y de dificultades para una lectura
autosuficiente, capítulos o fragmentos de novelas, tan importantes en la obra
de este escritor, de ciertos vínculos temáticos del cuento histórico (como las
Estampas de Buenos Aires, La crónica del bufón de Carlos V, El embrujo del rey,
La mesa estilo imperio, El retrato o el pasajero sumado, El ilustre amor, El
hombrecito de azulejos, El brazalete o Narciso) de una calidad que no tiene
límites, que adorna esos mundos de la historia
SOBRE ERNESTO SÁBATO
Tratar de deambular por el mundo de Ernesto Sábato,
es afirmar lo positivo que abordo con su escritura, esa fabulación que nos trae
a la memoria personajes como: María Catel en el Túnel, Martín en El dragón y la
princesa, Alejandra en sobre Héroes y tumbas, Bruno en Abaddón el exterminador.
Estos personajes que están encarnados en sus novelas, atraviesan ciertas
situaciones de locura, melancolía y un sinónimo de otras tantas obsesiones.
Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos
Aires, en mil novecientos once, hizo su doctorado en física y cursos de
filosofía en la universidad de la Plata., trabajo en radiaciones atómicas en el
laboratorio Curie y abandono definitivamente la ciencia en mil novecientos
cuarenta y cinco para dedicarse exclusivamente a la literatura. Escribió varios
libros de ensayo sobre el hombre en la crisis de nuestro tiempo y sobre el
sentido de la actividad literaria, así como El escritor y sus fantasmas (1963),
Apologías y rechazos (1979), y tres novelas cuyas versiones definitivas se
honró en presentar en mil novecientos setenta y ocho: El túnel (1948), Sobre
héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974) premiada en París como
la mejor novela extranjera publicada en Francia. Escritores tan dispares como
Camus y Creene, como Quasimodo y Piovene, como Gombrowicz y Nadeau han escrito
con admiración sobre su obra. En mil novecientos ochenta y tres, fue nombrado
presidente de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas, creada
por decisión del presidente Raúl Alfonsín. Fruto de las tareas de dicha
comisión como resultado fue un sobrecogedor volumen Nunca más, en mil
novecientos ochenta y nueve reúne en un texto sus conversaciones con Carlos
Catania. Sobre el túnel dijo: Ninguno de los episodios fundamentales de esta
corta novela está meramente tomado de la vida real, empezando por el crimen:
hasta hoy no he asesinado a nadie. Aunque las ganas no me han faltado. Y es
probable que esas ganas expliquen en buena medida el crimen de Castel. Porque
en un sentido más profundo, no hay novela que no sea autobiográfica, si en la
vida de un hombre incluimos sus sueños y pesadillas. En tales condiciones ¿cómo
puedo identificarme y cómo no puedo identificarme con Castel? El presenta un
momento aspecto de mí yo, en cuanto otro momento quizá este sugiriendo por María.
Castel expresa, me imagino, el lado adolescente y absolutista, María el lado
maduro y relativizado. Y también Allende representa algo mío, y también Hunter.
Al objetivizar Sobre héroes y tumbas, existe cierto
tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una
obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las
únicas de que se puede escribir. Más todavía, son las incomprensibles historias
que el autor se vio forzado a escribir desde que era un adolescente. Por
ventura fue parco en su publicación y recién en mil novecientos cuarenta y ocho
se decidió a publicar: El túnel. Al pasar poco tiempo siguió explorando ese
oscuro laberinto, que conduce al secreto central de nuestra vida. Una y otra
vez hay que expresar el resultado de las búsquedas, hasta que el desaliento por
los bajos resultados termina destruir los manus-critos. Ahora algunas personas
que leyeron nos han inducido a su publicación. A todos ellos se les debe
expresar el reconocimiento por esa fe y esa confi-anza que debemos tener.
Las primeras premisas revelaron que el antiguo
mirador que servía de dormitorio a Alejandra fue cerrado con llave desde dentro
por la propia Alejandra. Luego (aunque lógicamente, no se puede precisar el
lapso transcurrido) mató a su padre de cuatro balazos con una pistola calibre
treinta y dos. Finalmente, echó nafta (gasolina) y prendió fuego. Esta
tragedia, que sacudió a Buenos Aires por el relieve de esa vieja familia
argentina, pudo parecer en un comienzo la consecuencia de un repentino ataque
de locura. Por ahora un nuevo elemento de juicio ha alterado ese primitivo
esquema. Un extraño Informe sobre ciegos, que Fernando Vidal termino de
escribir a la noche misma de su muerte, fue descubierto en el departamento (apartamento)
que, con nombre supuesto ocupaba en Villa
Devoto. Es, de acuerdo a nuestras referencias el manuscrito de un paranoico.
Pero no obstante se dice que de él es posible inferir ciertas interpretaciones
que echan luz. Sobre el crimen y hacen ceder la hipótesis del acto de locura
ante una hipótesis más tenebrosa. Si esa inferencia es correcta, también se
explicará porque Alejandra no se suicidó con una de las dos balas que restaban
en la pistola, optante por quemarse viva
Sobre El escritor y sus fantasmas. Este libro está
constituido por variaciones de un solo tema, que me ha obsesionado desde la escritura misma: ¿por qué, cómo y
para que se escriben ficciones? Innumera-bles veces este escritor se ha hechos
estas preguntas, o se la han formulado lectores y periodistas. Y en cada una de
las ocasiones ha ido haciendo conci-encia de las oscuras motivaciones que
llevan a un hombre a escribir seria y hasta angustiosamente sobre seres y
episodios que no pertenecen al mundo de la realidad; y que, por curioso
mecanismo, sin embargo parecen dar el más auténtico testimonio de la realidad
contemporánea.
No sé qué valor en la estética o en la antología
pueden alcanzar estas notas, pero sí sé que tienen el valor de los documentos
fidedignos, pues han sido elaboradas al meditar, reiterada y encarnizada-mente,
sobre el destino de este escritor, él mismo habla, pues, de literatura como un
paisano habla de sus caballos. Las reflexiones que él se hace no son
apriorísticas ni teóricas, que se han ido desenvol-viendo con ciertas
contradicciones y dudas (muchas de ellas persisten), a medida que él escribía
las ficci-ones: discutiendo con el mismo y con los demás, en este país o en
estos países en que constantemente hay personas que nos dicen lo que es y lo
que debía ser la literatura argentina. Tienen en suma, algo de diario de un
escritor y se parecen más que nada a ese tipo de consideraciones que los
escritores han hecho siempre en sus confidencias y en sus cartas. Por lo cual Sábato
ha preferido mantener esa forma reiterativa y machacante pero viva, un poco el
mismo desorden obsesivo conque una y otra vez esas variaciones se ha presentado
en su espíritu.
Se escribe un libro por el placer de escribir, con
el fin supremo de aclarar vagas intuiciones sobre lo que hago en mi vida;
luego, porque pienso que ser pueden ser útiles para muchachos que, como yo en
mi tiempo, luchan por encontrarse, por saber si de verdad son escritores o no,
para ayudarlos a responderse qué eso de ficción y como se elabora; también para
nuestros lectores, que muy a menudo nos escriben o los detienen en la calle a
propósito de nuestro libros, ansiosos por ahondar en nuestra concepción general
de la literatura y de la existen-cia; y, en fin para ese tipo de crítico que
nos explica cómo y para que debemos escribir.
En cualquier caso el que leyere puede tener la
certeza de que no está frente a gratuitas o ingeniosas ideas o doctrinas, sino
frente a cavilaciones de un escritor que encontró su vocación duramente, a
través de ásperas dificultades y peligrosas tentaci-ones, debiendo elegir su
camino entre otros que se le ofrecían en una encrucijada, tal como en cierto
relatos infantiles, sabiendo que uno y sólo uno conducía a la princesa encantada. Leerá, en fin, las cavilaciones de
un escritor latinoamericano, y por lo tanto las dudas y afirmaciones de un ser
doblemente atormentado. Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir
el destino del artista, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el
angustioso destino de hombre latinoamericano.
Sobre las novelas, en esta problemática no se
expresa en el vacío, como podría hacerse en un tratado de filosofía de la
literatura. Se expresa a través de una especie de pesadilla, a través de seres
carnales que viven y sufren. Esto no quiere decir que está novela sea
psicológica (le ruego que ponga comillas a esta palabra, para evitar la fácil
ironía de los que creen que para escribir hoy es necesario reírse de esa
palabra). En fin, esta novela es todo caso tan psicológico y sociológico como
las anteriores que publico. Pero solo un candoroso puede creer que el Túnel es una
novela de celos cuando, en rigor, trata de expresar el drama del absoluto y la
soledad, en el hombre alienado de nuestro tiempo. Lo mismo sucede con Héroes
que no es ni psicológico ni sociológico como las anteriores que publicó, aunque
está construida sobre seres carnales que padecen dramas psíquicos y estén inscriptos en una inevitable realidad
social. Pienso que Sábato, que sólo un esquizofrénico de Informe sobre ciegos
es mera psicología y a la vez sociología.
Desde Chestov, por lo menos, sabemos que toda
literatura en esta última instancia autobiográfica. Claro en este caso se expone más fácilmente
a ese malentendido trivial. Pero el que lea la novela comprenderá que es una
idea totalmente equivocada. Creo que es una especie de provocación a esa trivialidad
desde la posición más vulnerable. Además las partes más fantásticas de la
novela son aquellas en que participo “yo”. Eso tan de Sábato, eso y esa especie
de fascinación que siente por exponerse a cualquier ataque, sobre todo a los
más fáciles.
Precisamente. Así como la fotografía libero a la
pintura de la necesidad de reproducir el mundo externo, el periodismo y los
grabadores han liberado de esa tarea inútil. El realismo de la novela, al menos
de lo que se puede considerar la novela en serio, no es ese superficialísimo,
sino la expresión de la realidad entera, incluyendo aquella realidad profunda
que solo puedo darse, como los sueños, mediante el símbolo y el mito.
En el crepúsculo
-Pensaba Bruno-, las estatuas lo contemplaban desde
allá arriba con su intolerable melancolía, y con seguridad empezaba a dominarlo
el mismo sentí-miento de desamparo y de incomprensión que alguna vez había
sentido Castel caminando por ese mismo sendero. Y, sin embargo, esos muchachos,
que comprendían ese desamparo en aquel desdichado, no eran capaces de
sospecharlo en él mismo; no terminaban de comprender de aquella soledad y aquel
sentido del absoluto de alguna manera seguían refugiados en algún rincón de su
propio ser, ocultándose o luchando contra otros seres, horribles o canallescos,
que allí también vivían, pugnando por hacerse lugar, demasiada piedad o
comprensión, cualquiera hubiera sido su suerte en las novelas, mientras el
corazón de S. seguía aguantando en esta turbia y superficial existencia que los
torpes llaman la realidad.
Palabras de Sábato para el homenaje a Jorge Luis
Borges en la Biblioteca nacional de París: Cuando yo todavía era un muchacho, versos suyos me
ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires: en viejas calles de
barrio, en rejas y aljibes de antiguos patios. Hasta la modesta magia que la
luz rojiza del crepúsculo convoca en charcos de agua. Luego cuando lo conocí
personalmente, supimos conversar de Platón y de Heráclito de Éfeso, con el
pretexto de vicisitudes porteñas. Más tarde, ásperamente la política nos alejó.
Porque, así como Aristóteles dijo que las cosas se diferencian en lo que se
parecen, en ocasiones los hombres llegan a separarse por lo que aman.
¡Cuánta pena para mí que eso sucediera! Su muerte
nos privó de un mago, de uno de los grandes poetas de cualquier tiempo. Y todos
los que vinimos después inevitablemente, hemos tomado algo de su tesoro.
EL ESCRITOR DE JUGUETE RABIOSO
El uruguayo Juan Carlos Onetti dijo sobre Roberto
Arlt: quiero aclarar desde el principio que las novelas de Arlt, el Juguete
rabioso, Lo siete locos, Los lanzallamas y algunos de sus cuentos; lo que hay
que darle a este escritor una popularidad incom-parable eran sus majestuosos
crónicas, “Aguafuertes porteñas, que publicaba semanalmente en el
perió-dico El Mundo. Estos Agua fuertes aparecían,
al principio todos los martes fue excesivo para los intereses del diario. El
director, Muzzio Sáenz Peña, comprobó muy pronto que el Mundo, los martes, casi
duplicaba la venta de los demás días. Entonces decidió despistar a los lectores
y publicar Agua-fuertes cualquier día de la semana. En busca de Arlt no hubo
más remedio que comprar El Mundo todos los días, del mismo modo que se persiste
en apostar al mismo número de lotería con la esperanza de acertar. El triunfo
periodístico de los Aguafuertes es fácil de explicar. El hombre común, el
pequeño y pequeñísimo burgués de las calles de Buenos Aires, el oficinista, el
dueño de un negocio, el enorme porcentaje de amargos y descreídos podían leer
sus propios pensamientos, tristezas, sus ilusiones pálidas, adivinadas y
dichas en su lenguaje de todos los días. Además, el cinismo que ellos sentían
sin atreverse a confesión, y, más allá, intuían nebulosamente el talento de
guíen les estaba contando sus propias vidas, con una sonrisa burlona pero que
podía creerse cómplice. Hablando de cinismo, el mencionado Muzzio Sáenz Peña
a quien Arlt entregaba normalmente sus manuscritos para que corrigieran los
errores orto-gráficos. Se alarmo porque el escritor había estado publicando
crónicas en las revistas de la izquierda. Esta inquietud o capricho de Arlt
preocupaba a la administración del diario. Temeroso de perder avisos de prestigiosas
empresas como Ford. Muzzio llámo a Arlt y le dijo, no era pregunta:- ¿te
imaginas en el lío que me estas metiendo?- Por eso? No te preocupes que lo
arreglo mañana. Jorge Luis Borges, el más importante de los escritores de la
época, dijo en una entrevista reciente que Roberto Arlt pronunciaba el español
con un fuerte acento germano o prusiano, heredado del padre. Es cierto que el
padre era austriaco y un redomado hijo de perra: pero yo creo que la prosodia
artiniana era la sublimación del hablar porteño: escatimaba las tres finales y
las multiplicaba en mitad de las palabras como un tributo al espíritu del
equilibrio que él nunca tuvo. Al día siguiente, después de corregir Muzzio los
errores gramaticales, las Aguafuertes dijeron algo parecido a esto: Me acerque
a los problemas obreros por curiosidad. Lo único que me importaba era conseguir
más material literario. La anécdota no debe escandalizar a deudos, amigos ni
admiradores. El problema de Arlt persona en este aspecto es fácil de
comprender. Arlt un artista (me escucha y se burla) y nada había para él que su
obra. Como debe ser. Kostia es una de las personas que he conocido
personalmente, hasta el límite de intimidad que el imponía, más inteligentes en
cuestión literaria. Desgraciadamente para él leyó mi novelón en dos días y al
tercero me dijo desde la cama-Reiterados gramos de ceniza de Player’s Medium en
la solapa- Esa novela es buena. Hay que publicarla. Mañana vamos a ver a Arlt.
Entonces supe que Kostia era un viejo amigo de Arlt, que había crecido con él
en Flores, un barrio bonaerense, que probablemente haya participado en las
aventuras primarias de El juguete rabioso. ¿Pero quién y cómo era Arlt? Lo
imagine como un compadrito porteño, definición que no puede ser traslucida, que
llevaría horas para poder ser explicada y tal vez sin acierto posible. Por
ahora, en la víspera de una entrevista que me parecía inverosímil, supe que
Kostia, por lo menos, conocía a muchos protagonistas de Los siete locos y Los
lanzallamas. Claro que Erdosain continuaba invisible, impasible, porque era el
fantasma hecho personaje del mismo Arlt. Siempre en la víspera, intentaba
sondear mi futuro inmediato.
-
Pero lo que yo
escribo, no tiene nada que ver con lo que hace Arlt ¿Y si no le agrada? Con que
derecho van a imponerle que les lea el libro- Claro que no tiene nada que ver-
Sonreía Kostia con dulzura- Arlt es un gran novelista. Pero odia lo que
podremos llamar literatura ente comillas,. Y tu librito, por lo menos, está
limpio de eso. No te preocupes- Vasos de vino y la solapa aceptando paciente su
misión de cenicero-, lo más probable es que te mande a la mierda. La entrevista
en el Mundo resulto tan inolvidable como desconcertante. Arlt tenía el privilegio,
tan raro en una redacción, de ocupar una oficina sin compartirla con nadie. Por
lo menos en aquel momento. Las cuatro de la tarde saludo a Kostia- Que haces
malandra. Y después de las pretensiones de Kostia se dedicó a divertirse en
silencio y aparte. El original de la novela quedo encima del escritorio.
Roberto Arlt se adhirió a la quietud de su amigo, apenas movió la cabeza para
desechar mi paquete de cigarros. Tendría entonces unos treinta y cinco años de
edad, una cabeza bien hecha, pálida y saludable, un mechón de pelo negro duro
sobre la frente, sus expresiones desafiantes que no era deliberada, y que nunca
abandonaría.
Una vez ingreso
al café Rivadavia y Rio de Janeiro, haciendo cruz con el edificio de El mundo.
Era un hombre alto y por aquellos días jugaba a la gimnasia y a la salud. Acaso
fuera aquel él mismo cafetín donde la mujer de Erdosain espiara el perfil
inmóvil y melancólico de su marido, a través de los vidrios mugrientos, hundió
en el humo del tabaco y la máquina del café. Hablamos de muchas cosas y,
aquella tarde, hablaba él. Desfilaron todos los escritores argentinos
contemporáneos y Arlt los citaba con precisión y carcajadas que resonaban
extrañas en aquel café de barrio en aquella hora apacible de la tarde.
Una mañana sus
compañeros de trabajo lo encontraron en la redacción (era otro diario. Crítica
donde Arlt estaba encargado de la sección
Policiales) con los pies sin zapatos sobre la mesa llorando, los
calcetines rotos, tenía en frente un vaso con una rosa mustia. A las angustias,
a las preguntas contes-to: ¿pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se está
muriendo? Otra mañana
estaba calzado pero semi muerto, el mechón de pelo en el rostro, negándose a conversar.
Acababa de ver el cuerpo de una muchacha, sirvienta que se había tirado a la
calle desde un quinto o sexto piso. Fue mudo y grosero durante varios días.
Después escribió su primera y mejor obra de teatro: Trescientos millones o cifras
parecidas, basada en la supuesta historia. En aquella época, como hace unos
años, yo vivía apartado de esa consecuente masturbación que se llama vida literaria.
Escribía y escribo y lo demás no importa. Una
noche, por casualidad pura, me mezcle con Arlt y otros conocidos en un
cafetín. El monstro, anónimo de sagrado, no tomaba alcohol. Tarde, cuatro o
cinco de nosotros aceptamos tomar un taxi para ir a comer. Entre nosotros iba
un escritor, también dramaturgo, al que conviene bautizar Pérez Encina, en el
viaje se habló, claro, de literatura. Arlt miraba en silencio las luces de la
calle. Cerca de nuestro destino, una calle torcida, un bodegón que se fingía
italiano- Pérez encina dijo. Cuando estrene la casa vendida… Entonces arlt
resucitó de la sombra y empezó a reír y siguió riendo hasta que el taxi se
detuvo y alguno pago el viaje. Continuaba riendo apoyado en la pared del
bodegón y, sospecho, todos pensamos que él había llegado un muy previsible
ataque de locura. Por fin se acabó de reír y dijo caluroso y serio: a vos Pérez
Encina, nadie te da patente de inteligencia. Pero sos el Premio Novel de la
memoria, sos la única persona en el mundo que se acuerda de la casa vendida! La
numerosa tribu de los maniqueos puede elegir entre las dos anécdotas. Yo creo
en la sinceridad de una y otra y no doy opinión sobre la persona Roberto Arlt.
Qué por otra parte, me interesa menos que sus libros.
Pero Roberto
Arlt había nacido para escribir sus desdichas infantiles, adolescentes,
adultas. Lo hizo con rabia y con genio, cosas que le sobraban. Todo Buenos
Aires, por lo menos, leyó sus libros, los intelectuales interrum-pieron Los dry
martinis para encoger los hombros y rezongar piadosamente.
En El juguete
rabioso Roberto Arlt, planteó un tema que precedería el resto de su producción:
la única alternativa a la miseria de la condición humana es la traición.
Paradójicamente, es la conciencia del traidor, llevado a la última sima de la
abyección, donde se resuelve la incógnita. Silvio Astier, protagonista de la
novela, atraviesa desoladamente una infancia marcada por la pobreza; la
delincuencia y las humillaciones: santo al revés, decide hundirse en la ignominia
para dar un sentido a su vida: el de poder asumir hasta sus últimas
consecuencias el remordimiento. Este autor escribió y se identificó de cierta
manera con Dostoievski.
EL ESCRITOR DE FAMAS Y CRONOPIOS
Si la obra de Julio Cortázar es, como se presume, la
construcción de una figura, estos fragmentos que me ha atrevido a seleccionar
no pueden pretender representarla, sino al contrario ofrecerse como una de las
múltiples de perspectiva para poderla contemplar. Diría que están aquí las
principales líneas de fuerza, las tensiones más habituales en los relatos de
Cortázar, y también una muestra de sus diversos modos de composición, desde el
cuento brece sostenido por una idea brusca como un certero golpe (Continuidad
de los parques) hasta ese intrépido ejemplo de novela en la obra cortaziana
que es el Perseguidor, algunos yo, en principio. Las piezas maestras de sus
textos como las Ménades, Final del juego o Reunión, pero esta forma de escribir
parte de la arbitrariedad de toda notoria antología; de esos múltiples riesgos,
en este caso concreto, de acceder a una obra como la de Julio Cortázar,
antología en si misma por la imposibilidad de dividirla en textos buenos y
menos buenos.
Me gustaría poder trascender la imaginación que, por
momentos, la construcción de la figura escapa de las manos del demiurgo y
admite sobreimpresiones, collages como este; que Cortázar lo sabía y que, más
aún, contaba con ello. Parcializaba y amputaba, desmontando su mágica
organización original, la obra en estos casos no es ella misma, pero ya se
convierte en algo diferente; otra mirada la cristaliza en una secuencia que,
con sus mismas palabras y sus múltiples temas, suenan con diferente ritmo y
predominante melodía. Me parece visualizar al cronopio, absorto frente al
caleidoscopio, uno de sus instrumentos de trabajo, fascinado por las
piedre-citas de diversos colores que realizan su incesante gimnasia
combinatoria; esas frágiles y admirables geometrías que perduran lo que un
estruendo de muñeca, antes de irse solitariamente al olvido. Perdiendo el
tiempo, como siempre, un hombre de su edad y en el deambular de su muerte.
Cronología
Nace en Bruselas (Bélgica), de padres argentinos el
veinte seis de agosto de mil novecientos catorce. Años más tarde los padres de
Cortázar regresan con él a Argentina, instalándose en Bánfield (provincia de
Buenos Aires), donde en paz transcurre la infancia del prometedor escritor. Al
culminar el bachillerato se decide por la docencia y en los primeros años de
la década de los cuarenta ejerce el magisterio en chatas y polvorientas
ciudades (Bolívar y Chivilcoy) que se asemejan demasiado, y por las que entra
la pampa por los cuatro extremos. Muchos años después, uno de sus cuentos
favoritos (El viaje) evocará puntualmente ese espejismo. Con el pasar del
tiempo, en el año de mil novecientos cuarenta y cuatro se traslada a la ciudad
de Mendoza, capital de la provincia del mismo nombre, donde felizmente dicta
clases de lo que le gusta, de literatura francesa. Por su cuenta crea y dirige
un sabio seminario sobre nada menos John Keats en la universidad del Cuyo. En
esos años se perfecciona en el idioma francés lográndolo escribir a la
perfección. La intervención fascista en esa universidad de la región del Cuyo,
Cortázar, se ve obligado a renun-ciar y contradicho tiene que regresar a Buenos
Aires, donde trabaja como gerente de la Cámara del libro a pesar de las
complicaciones y de las dificultades trabaja en esa precaria institución hasta
mediados del año de mil novecientos cuarenta y nueve. De esa época son algunos
memorables trabajos críticos, publicados en diversas revistas literarias como
Sur, Realidad o Verbum, entre los que se destaca el ensayo necrológico que
dedica a ese cran poeta del teatro moderno Antonin Artaud (veinte años antes
que el teatro europeo de los setenta comenzara a hacerle justicia, por su
cambio de un teatro convencional al teatro metafísico); la lucida bienvenida de
Adán Buenosayres, del increíble escritor Leopoldo Marechal (considerado una de
las mejores novelas de la literatura argentina de la primera mitad del siglo,
que pasó inadvertida en ese momento por la increíble miseria intelectual de la
mayor parte de sus contemporáneos), o sea reconoci-miento de la importancia
poética del mexicano Octavio Paz. En otro aspecto, salvando un reducido
círculo, su nombre es desconocido en ese entonces: ya que no ha publicado más
que un solo volumen de poemas, firmado además con seudónimo, del que pocos se
han ocupado. Con esfuerzo y convicción viaja a París con una beca de corta
duración, en el momento que se le termina intenta algunos pintorescos oficios
hasta que por fortuna halla trabajo como traductor en la Unesco. Ya mucho más
tranquilo ya que ese trabajo le da cierta estabilidad económica, alquila un
pequeño departamento en un antiguo barrio de París, solo en ciertas ocasiones
se da el lujo de hacer esporádicos viajes a la Argentina. A sus espaldas, deja
ese mismo año de su partida la publicación de su primer libro de cuentos:
Bestiario donde se encuentran cuentos de la calidad de la Casa Tomada, Lejana,
Ómnibus, Circe, Las puertas del cielo y por supuesto Bestiario. Aquí la
realidad para nada es simple, este texto traslucido, la luna y las baldosas
tienen otra dimensión ya que siempre existe un reverso y todo posee su sombra:
hasta está misma tierra, aunque solo podamos verla fugazmente proyectada en
otros cuerpos celestes, en este increíble libro de cuentos Julio Cortázar:
muestra la sombra de la realidad tan extraña que parece inven-tada, con su
fugaz contacto con la realidad misma. Es así como alcanza a hacernos entrever
la profun-didad real de las puertas del Cielo que todos llevamos cerradas, en
nosotros es algo así como un palíndromo recorre, bumerang de palabras, el
uni-verso para venir a golpearnos en el pecho. Toda casa está tomada por las
presencias oscuras que creamos; en toda vivienda, en cada cuarto existe, algo
así como un tigre que circula incansablemente; y todo ómnibus puede llevarnos al ignorado sitio que
deseamos. Visitar Bestiario es ver atreves de la imaginación el tigre
traslucido, las hormigas y los conejos, y Circe con sus animalitos disfrazados.
Pero el verdadero Bestiario que integramos asechán-donos. Y la perspicacia, la
astucia y la paciencia que se necesitan para sorprender el pudoroso avance de
nuestra fauna civilizada.
Luego de un segundo libro de relatos publicara los
Premios, su primera novela, una obra maestra que es el esplendor de sus títulos
posteriores ha relegado a un segundo plano pero que contiene ya (en clave
realista y por su puesto picaresca) todos los elementos originales que el mundo
intelectual, fantástico y poético de Cortázar a porto a la litera-tura de
nuestro tiempo. En mil novecientos sesenta y dos, por motivos convincentes
viajo a isla de Cuba, experiencia decisiva en su vida que lo marcara
profundamente. A través de años, polémicas y avatares, su fidelidad a la
revolución Cubana y, en general a las luchas de los pueblos por su liberación,
fue indiscutible. Ese mismo año publico sus Historias de Cronopios y de famas,
uno de sus libros más originales e inclasificables (una suerte de ética
disfrazada por el humor, y protegida de la solemnidad y por la ternura), que
genera una extendida mitología.
En el año de mil novecientos sesenta y tres publica
Rayuela, contra-novela de lectura variable, conside-rada por los críticos y por
muchos su obra cúspide y uno de los textos increíbles como fundamentales de la
literatura de estas últimas décadas. De esta desco-munal novela he extraído
esto:- Te das cuenta, dijo Olivera.- Eh, si- Dijo traveler, convencido. –Quod
erat demostraudum, pibe- Quo erat- Dijo Traveler- Y peor es que en realidad ni
siquiera habíamos empezado-¿Cómo?- Dijo Talita, echándose el pelo para atrás y
mirando a Traveler había empujado lo suficiente el sombrero- Vos no te pongas
nerviosa- aconsejo Traveler- date vuelta despacio, estira esa mano, así.
Espera, ahora yo empujo un poco más… ¿No te dije? Listo. Talita sujeto el
sombrero y se lo encasquetó de un solo golpe. Abajo se habían juntado los
chicos y una señora, que hablaba con la chica de los mandados y miraban el
puente.- ahora yo le tiro el paquete de hierba mate a Oliveira y se acabó- Dijo
Talita sintiéndose más segura con el sombrero puesto-. Tengan firme los
tablones no sea cosa- ¿Lo vas a tirar?- Dijo Oliveira-. Seguro que no lo embocas.-
Déjala que haga la prueba- Dijo Traveler-. Si el paquete se escarcha en la
calle, ojalá le peque en el melón a la Gutusso, lechezón repelente- Ah, a vos
tampoco te gusta- Dijo Oliveira-. Me alegro ya que no me la puedo tragar. ¿Y
vos Talita?- Yo preferiría tirarte el paquete- Dijo Talita.- Ahora, ahora, pero
me parece que te están apurando mucho.- Oliveira tiene razón- Dijo Traveler-. A
ver si la arruinas justo al final, después de todo el trabajo.- Pero es que
tengo calor- Dijo Talita-. Yo quiero volver a casa Manú.- No estás tan lejos
para quedarse así. Cualquier creería que me están escribiendo desde Matto
Grosso.- lo dice por la yerba- Informo olivera a Gekrepten, que miraba el
ropero.-¿Van a seguir jugando mucho tiempo?- Pregunto Gekrepten.- Nones- Dijo
Oliveira.- Ah- Dijo Gekrepten- Menos mal. Talita había sacado el paquete del
bolsillo de la salida de baño y lo balanceaba de atrás adelante. El puente
empezó a vibrar y Traveler y Oliveira lo juntaron con todas sus fuerzas.
Cansada de balancear el paquete, Talita empezó a revolcar el brazo, sujetándose
con la otra mano- No hagas tonterías- Dijo Oliveira -. Más despacio ¿Me oís?
Más despacio- Ahí va…- Grito Talita- Más despacio, ¡te vas a caer a la calle!-
No me importa- Grito Talita, soltando el paquete que entró a toda velocidad en
la pieza y se hizo pedazos contra el ropero- Esplendido- Dijo Traveler, que
miraba a Talita como si quisiera sostenerla en el puente con la sola fuerza de
la mirada-. Perfecta querida. Más claro, imposible. Eso sí que fue
demostrandum. El puente se aquietaba poco a poco. Talita se sujetó con las dos
manos y agacho la cabeza. Oliveira no veía si nada más el sombrero, y el pelo
de Talita derramado sobre los hombros. Levanto los ojos y miró a Traveler.- Sí
te parece – Dijo-. Yo también creo que más claro, imposible. Por fin, pensó
Talita mirando los adoquines, las veredas. Cualquier cosa es mejor que estar
así, entre las dos ventanas- Podes hacer dos cosas- Dijo Traveler-. Seguir
adelante que es más fácil y entra por lo de Oliveira, o retroceder, que es más
difícil, y ahorrarte las escaleras y el cruce de la calle- Que venga aquí,
podre- Dijo Gekrepten.- Tiene toda la cara empa-pada de traspiración – los
niños y los locos- Dijo Oliveira.- déjame descansar un momento- dijo Talita-.
Me parece que estoy un poco marcada. Oliveira se hecho de bruces en la ventana,
y le tendió el brazo. Talita no tenía más que avanzar medio metro para tocar su
mano- es un perfecto caballero- Dijo Traveler-. Se ve que ha leído el consejero
social del profesor Maidana. Lo que se llama un conde, Talita- Es la
congelación- Dijo Oliveira- . Descansa un poco Talita. Traqueó el trecho permanente.
No le hagas caso, ya se sabe que la nieve hace delirar antes del sueño
inapelable. Pero Talita se había enderezado lentamente, y apoyándose en las dos
manos traslado su trasero veinte centímetros más atrás. Otro apoyo, y otros
vente centímetros Oliveira, siempre con la mano tendida, parece el pasajero de
un barco que empieza alejarse lentamente del muelle. Traveler estiró los brazos
y calzo las manos en las axilas de Talita. Ella se quedó inmóvil, y después
hecho la cabeza hacia atrás con un movimiento tan brusco que el sombrero cayo planeando
hasta la vereda. Como en las corridas de toros- Dijo Oliveira- La de Gutusso se
lo va querer portar vía. Talita había cerrado los ojos y se dejaba sostener,
arrancar del tablón, meter a empujones por la ventana. Sintió la boca de
Traveler pegada a la nuca, la respiración caliente y rápida.- Volviste murmuro
Traveler-, Volviste, volviste- Si – Dijo Talita, acercándose a la cama-. ¿Cómo
no iba a volver? Le tire el maldito paquete y volví.
Hasta finales de los años setenta escribe cinco
libros más entre los que se destaca 62.Modelo para armar. Surgió de uno de los
costados de la interminable propuesta de rayuela, acaso su novela más honda y
perfecta (y, sin duda, una de las tentativas extremas por tocar los límites de
lo narrativo), que la crítica recibe con desconcierto, sin saber en general por
dónde agarrar ese clavo ardiente martillado sobre el abismo.
Viaja a chile para asistir a la toma de posesión de
salvador Allende, en el momento que la traición del general Pinoche acaba con
el gobierno de Unidad popular y con la vida del presiente, Cortázar pasa a ser
uno de los más activos denunciadores de la trágica situación chilena, empresa
en la que siguió empeñado. Por esos años estuvo como miembro del Tribunal de
Russel, y publico varios libros el más sobresaliente fue el Libro de Manuel, su
cuarta novela. No desde luego de las bizantinas y provin-cianas polémicas que
desató, sino por el signo humanismo que se levantó de él, que completo la parábola
de la creación cortazariana, agregando secreciones y de detritus, sexualidad y júbilo,
horror y esperanza, a un corpus cuya perfección intelectual y estilística
estaba ya afuera de toda dimensión. Otros títulos Los reyes (1983), Final del juego
(1964), Todos los fuegos el fuego (1966), La vuelta al día en ochenta mundos
(1967), Último round (1969), Octaedros (1974), Los relatos (1974) y Alguien que
anda por ahí (1977).
Sobre Divertimento
Cortázar escribió Divertimento, en el verano del
cuarenta y nueve. Aquí abre un capitulo muy aparte de su anterior escritura,
chispeante, más lábil, más laxa, más permisiva, dispuesta a acoger cualquier
incitamiento que la active, toda ocurrencia movilizadora. Ahí su incesante
discursiva que se atreve a mover todos los hilos de la existencia. Que anda del
fluido de la flor negra a lo Joyce hasta las sumersiones de Lewis Carrol,
pasando arbitraria-mente por el lunfardo y por la lengua anarca con ese fluir
que juega malabarmente con las frases hechas. Caza nuevos sentimientos
pasmosos, duelos de inventiva, improvisaciones poéticas, cascadas de metáforas
que enciende el humor cohabitado por los estereotipos más generativos y nuevos.
Divertimento se expresa con montaje dúctil, que entra disparmente para
encontrarse una narración de entonación fantástica poniendo a su merced los
poderes de la ficción. Divertimento consigna los trazos de la historia de ese
peligroso periodo de peor Argentina de la época más oscura llevada por los
militares, acantonamientos, jaleo estudiantil, peronismo. Son el atropello
directo que fuertemente determina la conducta del grupo protagónico. Esta
pandilla vive encerrada en su propio mundo y acoge lo suficiente ese fuego que
arde en la magia. Un fragmento: Al terminar la exploración de caballito, pedí a
Marta dos días de descanso que me otorgo gruñendo. Jorge quiere que le copie a
máquina los poemas de Movimientos- Dijo- Mañana a la tarde los tendré listos,
de modo que vení a buscarme a la hora del té y nos vamos en seguida a Devoto.
Dormí diez horas seguidas, más por principio de conservación de la energía por
la necesidad, trabajé un rato en mi ensayo sobre Mantegazza y telefoneé a
Susana para saber cómo andaba él Vive como Puedas. Susana para saber cómo
andaba él Vive como Puedas.- Extrañándolo- me dijo burguesamente Susana-. Se
han perdido, ustedes. Me molesto que me asociara en bloque con los Vigil, y se
dijo- Por Dios, insecto, son ustedes tan amigos que Bueno, yo ya extrañe estos días-¿
De veras, su…’- dije, ya idiotizado-, Pero es que tanto qué hacer. Sú¿ cómo
está Renato?- Hace dos días que no duerme aquí- dijo Susana, un poco a
desgano.-¿ dos días? Bueno eso será frecuente en él- No es frecuente. Yo
quisiera hablar con usted, insecto.
De modelo para armar se podría decir que las
diferentes partes del relato, separadas por blancos, se proponen como piezas
permutables. Si algunas lo son, el armado a que se alude es de diferente
naturaleza, sensible ya que en el nivel de la escritura donde recurrencias
buscan liberar de toda fijeza casual, sobre todo en el nivel del sentido donde
la apertura a una combinatoria es más insistente e imperiosa.
DE LOS CÓMICS A LA ESCRITURA
Roberto Fontanarrosa (1944-2007), se destacó por su
talento ya que al pasar los años fue un reconocido humorista y escritor de un
potencial enorme. Nació en la bella ciudad de Rosario donde se hizo como un
buen ser humano que supo trasmitir sus conocimien-tos a otras personas, con el
transcurrir del tiempo se dedicó con cierto hacer guiones y dibujos de cómics y
de curiosos chistes gráficos, protagonizados por personajes emblemáticos de la
cultura local, el más importante fue el gaucho Inodoro Pereyra. Publicado desde
mil novecientos setenta y dos, en revistas de humor y, regularmente en el
diario el Clarín, las historias de Pereyra y de su perro Mendieta fueron
recopiladas en más de quince volúmenes. Una versión de dichas aventuras fue
llevada al teatro por una famosa compañía en Buenos Aires en mil novecientos
noventa y ocho con un enorme éxito de público y de crítica.
Fontanarrosa con el tiempo se hiso escritor de
increíbles novelas (Best seller área dieciocho, La gansada y de innumerables
cuentos de exente calibre (Los trenes matan a los autos, El mundo ha andado
equivocado, A veces he sido claro, El mayor de mis defectos y La mesa de
galanes), así como colaborador del conjunto de música informal Les Luthiers,
cuyo humor se basaba en los juegos de palabras; los malentendidos lingüísticos;
los anacro-nismos; el absurdo y la fábula mezclados con increí-bles
instrumentos fuera de lo común que cuyo resultado era una música con mucho
argumento, de índole clásica y de otros géneros latinoamericanos y europeos. El
perro que habla; la parodia de celebres héroes, Boogie el aceitoso, Caricatura
de Harry el sucio, la Sorpresa. El chiste- Había dicho Fontanarrosa:
generalmente apunta a un lado y pega en otro. Creo que ese es un componente
fundamental de la comicidad. Por lo menos eso es lo que me hace reír.
Aquejado de una enfermedad neurológica, en enero del
dos mil siete Fontanarrosa anuncio a sus lectores que está situación le
impediría continuar dibujando con su
propia mano, por lo que a partir de aquel momento, contaría con la colaboración
de otros dibujantes como Negro Crist (Cristóbal Reynoso) u Oscar Salas para
poner sus ideas en imágenes.
El diecinueve de julio Fontanarrosa falleció, en
consecuencia de esa enfermedad.
Del aforismo de Ernesto Esteban Etchenique. El rayo
no cesa: Si bien el creador nos admira y sobrecoge con la vivida centella de su
talento, no es menos cierto que, asimismo, nos emociona y conmueve con lo
laborioso de su esfuerzo. Referido esto, obvia-mente, a los costados casos que
ambos dones, talento y esfuerzo, crecen mancomunados cual predilectos
habitantes de un mismo ser. El caso de Ernesto Esteban Etchenique, conspicuo
colaborador de la revista Recua. Si bien su impronta, su genio repentino, nos
deslumbra a veces como el ramalazo del intemperante rayo en la borrasca,
también su tenacidad, su consecuencia, su terco vigor obsesivo afloran en él
como como una eruotela cutnea de interminable escozor.
Solamente así, conociendo este empecina-miento que
impulsa su talento en un alarido constante, podremos entender la porfiada
persistencia del poeta. Persis-tencia que lo mantuvo, por ejemplo, aguardando
largamente así, advertidos de ese soplo interno e inextinguible que alimenta un
fuego creativo, puede explicarse el centenar de llamadas telefónicas que el
vate realizara a Recua advirtiendo el nacimiento de un puñado de aforismos.
Pequeños vibachos que abren el nácar de su coraza a la mirada de mis hermanos y
liberan, apenas, una perla pura, como los califica él mismo, con sincera
humildad. Y aquí a continuación, está el premio de su constancia, el preciado
lauro a su tesón. Una vez más Racua, orgullosamente, abnegadamente, presenta
nuevos aforismos de Ernesto Esteban Etchenique. Disfrútalos amigo lector.
UN NUEVO ESCRITOR
Este sobresaliente escritor, de la época más actual
escribe con ese dominio de las letras que tiene todo buen escritor su narrativa
la ejerce tanto en cuento como en la novela y la poesía. Nació en Buenos Aires
donde a pesar de no ser un buen estudiante, termino la primaria y la segundaría
en un reconocido colegio público, de ahí se fue a vivir un tiempo a España
viviendo en Granada, en cuya universidad se licencio en filosofía Hispánica e
impartió clases. Con veinte dos años escribió su primera novela, titulada
Bariloche (Anagrama de mil novecientos noventa y nueve), por esos años fue
finalista del premio erralde y elegido entre los mejores del año por El
Cultural del diario, por esa misma época escribió dos novelas La vida en las
ventanas (con la cual fue finalista del Premio Primavera) y la otra Una vez
Argentina; además ha publicado los libros de cuentos El que espera, El último
minuto y Alumbramiento y poemarios como El tobogán (premio Hiperión), El
jugador de billar o La canción del antílope; como también el libro de aforismos
y ensayos El equilibrista. Coordino pequeñas resistencias, retrato logia del
cuento en lenguaje español editado por Páginas de espuma. Ha sido incluido en
antologías de poesía y relatos publicados en España, Argentina y México y en
otros países europeos
De su obra alguien escribió: Tocado por la gracia.
Ningún buen lector dejara de percibir en sus páginas algo que sólo es dable
encontrar en alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos. La
literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de
sangre. Roberto Bolaño dijo sobre él: En este escritor existe una soberana
lección de narrativa comprometida con algunos de los dolores del mundo y con el
rigor artístico. Otro crítico reconocido dijo: Es un escritor supremamente
inteligente y dueño de un idioma preciso, centellante, con energía personal y
pderosa. Mario García Posada escribió: su escritura no cabe duda que es hermosa
y estremecida, llena depoesía y ternura. Ha de ser una de las figuras de
referencia. Dotado de tradición argentina y española y condenado a elaborar una
obra única. Monólogo del monstruo. Uno no decide matar a un niño. Uno jamás decide nada
parecido. Uno decide, como mucho, que apretará los dientes o contraerá los
músculos. Que apuntara a la frente o bajara el cañón. Que abrirá la mano moverá
el dedo índice. Nada más. Pero después las consecuencias llegan todas juntas.
No me parece equitativo. Uno piensa que es capaz de algo y lo hace. Es una
comprobación de sus capacidades, no un acto contra nadie. La gente se equivoca.
La destrucción tiene eso, es un objetivo en sí mismo, algo profundamente
solitario, no tiene qué ni quién. Es algo que se puede hacer y su propia
posibilidad lo persuade. Es tan difícil hacer cosas. Todos queremos hacerlas.
Todos deseamos conseguir lo que nos proponemos. Yo tenía un propósito y lo
cumplí. Quizás me equivoque de propósito, pero no me equivoque cumpliéndolo. Sé
que es una diferencia sutil que no todos entenderán. Aunque yo decidí obedecer
mi impulso. En ningún momento recuerdo haber aceptado las consecuencias de ese
impulso. Encuentro injusto que la realidad nos presente varios hechos al mismo
tiempo, bajo el aspecto de un solo. Lo justo sería que nos solicitase nuestra
afirmación uno por uno. El destino debería preguntarnos: ¿quieres realizar este
movimiento? Muy bien, y ahora, ¿estás dispuesto a que este segundo movimiento
causado por el primero provoquen que estas reacciones? Y así sucesi-vamente.
Como ve, no eludo mis responsabilidades. Sólo distingue sus partes. Una
curiosidad no es lo mismo que una decisión. Un impulso no es lo mismo que una
sentencia. La ansiedad no es lo mismo que el odio. Por no tener en cuenta estos
matices, hice lo que hice. Hablo con el corazón. Si en aquel momento hubiera
sabido que ese niño asustado caería de verdad, jamás habría apretado el
gatillo. De lo demás, insisto, me hago cargo.
COMENTARIO
El autor de este largo ensayo, esboza aquí a partir
de su conocimiento de la gran obra Argentina, ya que conoce bien la
idiosincrasia de este pueblo, su geografía y por supuesto su literatura. Además
ha venido leyendo a la mayoría de estos increíbles autores de poesías, cuentos,
ensayo, crónicas y novela que lo han alimentado también a su obra literaria. Lo
ha hecho con el musitado respeto y con el amor debido a estos escritores, que
con la calidad suprema del mismo Borges, Cortázar, Arlt, Sábato y otros tantos,
tratando de abordar sus estilos, sus notas, sus entrevistas y toda su literatura;
queriendo lograr que otros y otras los conozcan y los lean a su debido
tiempo. Comentario de Carlos
Balbuena.
INDICE
Pag. 1-----------------------------------Sobre el
lenguaje
Pag. 4----------------------La búsqueda de lo
argentino
Pag. 14----------------------El idioma de los
argentinos
Pag, 15-----------------------Sobre la obra de
Facundo
Pag. 18------------------------------Sobre Martín
Fierro
Pag. 28-------------------------Sobre Leopoldo
Lugones
Pag. 35-----------------------------El hombre de la
selva
Pag. 44-----------------------Sobre Leopoldo
Marechal
Pag. 47-------------------La arquitectura de la
palabra
Pag. 53-------------------------------------Ricardo
Pligia
Pag. 68--------------------------------Una gran
escritora
Pag. 78----------La poeta de los trabajos y las
noches
Pag. 91-------------Sobre la escritura de Manuel
Puig
Pag. 109-----------------------El escritor del
pentágono
Pag. 117-----------------Un conocedor de la
literatura
Pag. 142------------------La escritura de Bioy
Casares
Pag. 148--------------------------Sobre Silvina
Ocampo
Pag. 150------------------En los dominios de la
belleza
Pag. 160---------------------------Sobre Ernesto
Sábato
Pag. 170-----------------El escritor de Juguete
rabioso
Pag. 186-------------El escritor de Famas y
cronopios
Pag. 202-------------------De los cómics a la
literatura
Pag. 206--------------------------------Un escritor
nuevo
Pag. 213-------------------------------------Comentario.
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