ENSAYOS
DE LA LITERATURA FRANCESA
ORÍGENES DE
LA LITERATURA FRANCESA
El latín introducido
por los romanos de la conquista de la Galia era un idioma supremamente rústico,
hablado por los soldados y el pueblo. Sujeto a las más diferentes influencias
del elemento de diferentes lenguas galesas y la corrupción natural de esa
época, este idioma ya híbrido perdió cada vez más sus características
originales. A partir del siglo VII, asumió en nombre de romano”, diferente y particular
proyectándose siempre más en los dialectos de él se originaron. Las dos ramas
principales de este idioma fueron el romano valón o lengua de oíl, propio de
las provincias del norte del Loira; y el romano provenzal o lengua de oc. De
las regiones meridionales. Al lado de estas dos lenguas, que se mantuvieron
vivos gracias a su antagonismo histórico que duro tres siglos, permanecieron
otros dialectos menores (el bourguignon, el picard, el normand, el francais)
que dominaron en el norte. Después el triunfo de la dinastía de los Capetos, el
francés o idioma de la Ile de France, pudo predominar y competir literalmente
con los dialectos meridionales (el languedocien, el cascon, el limousin, el
provencal), dando origen a la lengua nacional de Francia. Dejando de lado los
primeros actos públicos escrito en la primera lengua de oíl (como los
juramentos de Estramburgo del ochocientos cuarenta y dos, entre Carlos y el
Calvo y su hermano Luis el Alemán contra Lotario), normalmente se consideraban
como los primeros documentos literarios la Secuencia de santa Eulalia
(Cantilene de ste Eulalie), de la cual se conservan catorce versos, la Vida de
San Lége y una pasión de acaristo, poco posteriores. La vida de San Alexis, que
pertenecen al mismo ciclo de relatos religiosos, ya es de mil cuarenta. A la
lengua de 0íl se debe, entre el final del siglo XI y XIII, es decir en el
momento más pujante del feudalismo, el desarrollo y la afirmación de la
importancia literaria épica y caballeresca francesa, que se dividio en tres
grandes ciclos de chanson y de romans: el ciclo francés, dedicadas a las
hazañas de Carlomagno y sus paladinos; el ciclo bretón, de carácter amoroso y
heroico, que tiene como protagonista al rey Arturo y a los caballeros de la
mesa redonda; y finalmente el ciclo clásico, llamado también de Alejandro, en
donde se recogen las antiguas leyendas grecorromanas y orientales.
Los poemas del ciclo
francés, llamados chansons de geste (canciones de gesta), están escritos en
versos (decasílabos los más antiguos y endecasílabos o alejandrinos los más
recientes), reunidos en estrofas o laisse que varían de amplitud y rima.
Indudablemente el más bello e importante de todos es el Cantar de Roldán, que
cuenta el trágico fin de Roldán en Roncesvalles. Esta gran epopeya nacional,
expresa el entusiasmo religioso, el amor patrio y la fidelidad caballeresca con
una verdad humana digna de poemas honéricos.
La paternidad de esta
obra maestra de la épica francesa, cuyo texto autentico fue hallado solamente
en mil ochocientos treinta y siete por Francisque Michel, se ha atribuido a
cierto Turoldo (o Théroulde), cantor normando que vivió a finales del siglo XI.
Muy probablemente no fue sino el copilador, aunque inspirado y sin dudas con
influencias literarias clásicas, del récit conocido y cantado con muchas
variantes ya en la mitad de ese mismo siglo en las regiones del suroccidente de
Francia. Esta y otras Chansons de geste fueron reunidas en el siglo XIII en
tres grupos principales: las del rey Carlomagno, de sus pares y de sus
vasallos; las de Garin de Montglane y sus descendientes; y finalmente las de
Doon de Mayence; divididas de esta forma han pasado a la tradición.
Un espíritu aventurero
novelesco y erótico rige en cambio en el ciclo bretón. En el deben ser
recordados la leyenda de Tristán y Isolda, una de las más bellas epopeyas de
amor que nunca hayan sido concebidas (Gaston París), y que inspiro el conocido
drama musical de Warner; y otros poemas del rey Arturo (Lancelo, Ivan,
Perceval, etc.), de gran sugestión poética
y religiosa. Junto a las novelas de aventura y a las de argumento
antiguo, a las cuales ya se hizo referencia, esta epopeya courtoise, florecida
en las cortes, manifiesta por primera vez en la Edad Media las inspiraciones
místicas de una sociedad que se inclina ya hacia las más exquisitas finuras de
la vida y de la cultura. Por esta razón este estilo literario alcanzó una gran
influencia sobre toda la literatura occidental.
No fue menor el
desarrollo que alcanzó, en la lengua de occidente, la poesía trovadoresca,
también llamada “gaya ciencia”. Las formas empleadas variaron de la canción al
sirvente, de tenzón a la pastorela, de la aube a la balada. Destinadas a recoger, y no solamente en la
Provenza, las más doctas y refinadas expresiones de amor, estas formas alcanzaron
en los versos de Guillaume de Poittiers 10721126) de Jeufre Rudel, de Bernard
de Ventadorn y, especialmente. De Bertrand de Born (muerto hacia 1210) una
indudable elegancia y una musicalidad. Sin embargo estos autores se sujetaron
demasiado a los caracteres de la escuela, y a cierta monotonía de temas, mucho
antes que la cruzada contra los Albigenses echase a perder a los últimos
representantes del arte trovadoresco.
La lengua de oíl llego
a firmarse en todas las partes de Francia como lenguaje literario, después de
chansons de geste y de los romans courtois, y fue empleada en todo género
literario: en la poesía didáctica y satírica de los bestiarios, los fabliex, de
los poemas alegóricos, en la poesía dramática y en aquella lirica de las
canciones, odas y baladas. Además, como se verá, fue utilizada en la prosa de
las crónicas y de los sermones. Este fenómeno obedece sin duda a la gradual
emancipación de la burguesía, que paralela o casi en oposición a la poesía
caballeresca, promovió desde muy temprano los cuentos satíricos, que caracterizados
por un realismo muchas veces descarado, reflejan los aspectos cotidianos del
mundo feuda, y los grandes poemas alegóricos y didácticos que surgieron en los
siglos XI y XIV, cuyos primeros ejemplos, entre todos fueron la Novela de la
zorra y la novela de la rosa.
Contra el
idealismo místico del tiempo se dirigen
las fechas de los autores anónimos de Roman de Renart, compendio de veintiséis
poemas cuyos personajes son animales. Los héroes son la zorra y el lobo: la
primera es el símbolo del engaño y de la hipocresía, ya difundidos por el
mundo; el segundo, de la violencia que siempre acompaña al fraude. La materia
amorosa y de enseñanza se desarrolla en cambio en el larguísimo Roman de la
rose, que es considerado la obra maestra de la poesía alegórica medieval.
Consta de dos partes muy distintas, tanto por el tiempo en que fueron
compuestas como el espíritu que las animo: la primera (4.000 versos), publicada
alrededor de 1230 es obra de Guillarme de lorris, se presenta como una figura
amatoria, en los cuales se desarrolla todos los percances y las peripecias de
un amor rechazado, en torno al símbolo esencial de la rosa. Menos rica en
imaginación y más cargada de símbolos en la segunda parte, escrita más de
cuarenta años después por Jean de Meung, que moderna: Jean trasforma la novela
amorosa en una especie de enciclopedia y sátira universal. La obra que en su
tiempo tuvo un gran éxito fue utilizada o imitada en miles formas, no solamente
por los poetas satíricos y didácticos, sino también por Dante, Marot, Spencer.
Que las dos partes de la obra sean tan distintas y contrastantes, ha sido
destacado por toda la crítica moderna: Jean de Meung, por ejemplo, “escribe
para una sociedad bien distinta de aquella en la cual había vivido su proveedor
y que se hallaba entonces en formación. Escribe para la rica burguesía del
comercio y de la industria, enemiga de los perjuicios aristocráticos del amor
cortés y de la hipocresía, que pone a su servicio una filosofía materialista y
realista, muy superior a la de los fablieux por su gran fuerza espiritual. Ese
autor es el primero que en la edad media que exalta sobre cualquier otra cosa
la naturaleza: el amor no sigue el gusto cortés y refinado de su autor, sino
que aparece como la potencia generadora por la cual se perpetúa la vida (aquí
se piensa en Lucrecio). Para el todos los hombres son iguales por naturaleza, y
la naturaleza resiste solamente a la virtud.
El más conocido drama
conocido en lengua francesa es la Representación de Adán, a la cual siguen en
el siglo XIII, el Juego de San Nicolás de Jean
Bodel y el Milagro de Teófilo de Rutebeuf. Han quedado además del siglo
XIV cuarenta y tres representaciones dramáticas todas pertenecientes al género
de las Maravillas de la Virgen (los temas como se suponen son extraídos de la
vida de la virgen) y toda esa religiosidad castrante.
LA ÉPOCA DORADA
En especial en la
literatura francesa, el siglo XVII se le describe como la edad clásica. La
admiración por la cultura de los antiguos ya ha alcanzado un grado de
refinamiento y equilibrio tal, que permiten a los más maduros inteligencia del
momento de adquirir un dominio parejo en la acción y en el pensamiento, en la
erudición y el arte. Los valores del espíritu alcanzan una solidez y una fuerza
que lo hacen eminentemente racionales y morales aun en el caso no estén en
juego cuestiones de pensamiento y moralidad. La búsqueda del orden y de la
claridad domina la primera mitad del siglo: desde la muerte de Enrique IV hasta
el reino muy personal de Luis XIV o, si quieren indicar dos momentos literarios
típicos, desde la reforma de Marthere
(1590) hasta la aparición de las cartas provinciales (1656). A esta exigencia racionalista
la acompaña. Sin anularse mutuamente, un espíritu desafortunadamente cristiano
de moralización de verdad, y un espíritu mundano, de dialogo y de intercambio
de pensamiento. Son estos los diversos aspectos que harán de la obra de
Descartes, Pascal y Corneille que abre un panorama, donde es escucharan las
frases más profundas e interiores del ser humano.
Al comienzo del siglo XVII se da un cierto
cansancio por la lengua y la poesía demasiado eruditas de Ronsard y sus
discípulos: Francois Malherbe (15551628), nacido en Caen y guíen vivió hasta
los cincuenta años en Aix como secretario del duque de Anguuleme, y más tarde
en la corte de Enrique IV y María de Médecis, fue el reformador riguroso y
pertinaz que entonces se necesitaba en el arte de hacer versos.
Dijo de él Boileau:” en
fin Malherbe vint…” (Al fin vino Malherbe…) para significar el hecho de su
reforma, basada en la claridad del pensamiento, la simplicidad de la forma y la
pureza del idioma. Malherbe nos dejó, entre muchas odas, estancias, sonetos y
epigramas, algunas auténticas obras maestras de la poesía, como las Estancias en
Du Perier y la famosa Oda sobre la muerte de Enrique IV. Este trabajo de
purificación y de esclarecimiento por la sociedad política, el Hotel de
Rmbouillet y finalmente, con mayor rigor literario, por la Academia Francesa,
fundada por Richelieu en mil seiscientos treinta y cinco. La sociedad polie
tuvo un carácter mundano y aristocrático y el Hotel de Rambouillet (abierto a
los amigos por Catherine de Vivonne, para que se encontraran a discutir), un
exquisito carácter de crítica literaria y de las costumbres. Toco por su parte
a la academia, la singular tarea de dirigir, a través de las cartas, a la
opinión pública y de reunirla en el terreno de la literatura. Tarea realmente
histórica que tuvo como primera etapa la complicación del Diccionario francés,
editada en mil seiscientos noventa y cuatro.
Fuera de los salones y
de la academia, se mueven por su cuenta los seguidores de las distintas
escuelas y doctrinas religiosas. Entre esto lo más ardientes fueron los jansenistas,
que se encontraban en la famosa abadía de PortRoyal. Es por esa época cuando
Blaise Pascal, genio muy precoz de las matemáticas., nació en ClermoFerrand en
mil seiscientos veinte tres, publico bajo seudónimo las cartas Provinciales
contra los jesuitas. Esta es una de las obras más atormentadas de la literatura
cristiana, escrita por Pascal para defender a sus amigos de PortRoyal, con los
cuales se había retirado para pensar el problema cristiano. Medita luego sobre
una apología de la religión cristiana, para la cual recoge un material inmenso:
son las notas, los apuntes y las meditaciones conocidas después de su muerte
bajo el título de Pensamientos (Pensées), una autentica obra de la prosa
francesa en donde se encuentra, al lado del espíritu agustiniano, uno de los
mayores esfuerzos hechos por un alma moderna en la búsqueda de la verdad
pacificadora. Pascal se anticipó no
solo al carácter religioso propio de la modernidad sino al pensamiento moderno
en toda la extensión del término. Su
proverbial capacidad de análisis siempre está dirigida a la búsqueda de
los pliegues que el ánimo humano no muestra íntegramente, Resulta tan singular
esta diversa mezcla de las diversas intervenciones sobre la psicología, que el
significado del adjetivo pascaliano llega a trascender su obra, pese al hecho de
que ella sea en sí misma gigantesca, minuciosa y febril.
Entre la primera y la segunda mitad del siglo
sobresale la obra dramática de Pierre
Corneille de Rouen (16061684). A él se debe indudablemente el descubrimiento y
la consagración del teatro como gran género literario y social. Durante casi
cincuenta años él impone, con la claridad de su estilo y la fuerza de su verso,
una serie de tragedias en las cuales representa con sublimidad las pasiones y
muestra los acentos humanos con una extraordinaria verdad poética y una precisa
conciencia moral. Desde el Cid (1636), su obra maestra, hasta Horace y Cinna
(1640), desde Polieuto mártir (1642), concluye magníficamente este ciclo romano
y cristiano, hasta Rodogune (1644) Y Edipo (1650), cada drama de los héroes
cornelianos, participes de un destino y al mismo tiempo dueños de su propia
voluntad, se impone como un momento inolvidable en la historia del teatro
universal. Se recordara también a Corneille por la gran traducción en versos de
la imitación de Jesucristo, en el cual empleo como seis años de trabajo. Es de
Lugli la siguiente observación, que se refiere al Cid:” Corneille mira el
detalle íntimo, habla de una aguda crisis de las almas mientras, por otro lado,
reduce la acción a lo esencial y la recorta como a veinticuatro horas (como ya
deseaba el gusto francés). Si la aventura es novelesca y vehemente, dando al
escrito una eterna juventud, su vida profunda es la lucha entre el amor y el
deber, el íntimo antagonismo. La vicisitud moral. Así será de ahí en adelante
en la tragedia francesa, ya que en el Cid se encuentra construida definida.
La segunda mitad del
siglo recoge los maravillosos frutos de la primera, sobrepasándola, de cierta
forma, en perfección formal. Luis XIV atrae
a su corte a los mayores genios de su tiempo, los protege, no deja de
ofrecerles ocasiones y pretextos para nuevas obras maestras. Mientras los
arquitectos y escultores de talento decoran salones y jardines, Boileau,
Moliere y Racine celebran literalmente la gloria del rey Sol. Antes de hablar
de ellos, sería correcto mencionar la obra de los escritores que, aunque
diferentes, están muy ligados con el espíritu de la época: La Rochefoucauld y
la Fontaine, ambos llevaron una vida tempestuosa y terminaron sus días
consolándose en la meditación y la poesía. De La Rochefoucauld (16131680) han
quedado sus famosas Reflexiones y Sentencias máximas morales aparecidas en mil
seiscientos sesenta y cinco. Escritas en un estilo limpio, las Reflexiones
desarrollaban los más diversos problemas morales: “una de las obras que más
contribuyeron a formar el gusto nacional y a darle un carácter perspicaz y de
precisión (Voltaire). La Fontaine (16211695) creó con sus fabulas, más que con
sus cuentos y relatos (Contes et nouvelles), un raro y precioso género y lo
jocoso. Detrás de la palabra de los animales se divisa la palabra del ser
humano que cada vez se burla o deplora bondadosamente las costumbres y las
situaciones de su tiempo. Así el cuento ya no es una diversión o una inocente
ficción, sino como dice el mismo autor,” un drama con cien distintos actos, que
tiene por escenario al universo.
Frente a un poeta
ingenuo y cordial como La Fontaine, se levantó un teórico agudo e iluminado
Boileau. Poeta y crítico, trazo en su arte poético (Art poétique, 1674) la
legislación más feliz del espíritu clásico. Se le reprocha haber desconocido la
vieja poesía nacional y haber despreciado a los predecesores de Maltherbe; pero
nadie, en una época tan vasta y compleja como la suya, fue más refinado de lo
bello, más severo en combatir la
afectación o el énfasis, la erudición pedante, la falta de poesía y el
preciosismo; en una palabra, todo lo que se aleja de la humanidad y de la
razón.
En el Art poétique se
reflejan los valores más puros del siécle dór, y por lo tanto también la poesía
de Moliére y de Rcine. Jean Baptiste Poquelin (16221673) llamado Moliére,
parisino, que vivió desde mil seiscientos cincuenta y ocho hasta la muerte en
la corte del Rey Sol, lleva a escena, de una forma incomparable, a los hombres
y las costumbres de su siglo. Sea segundado su juego, sea pintándolos cor
amargo realismo permaneció siempre fiel aún en el abandono propio de la
comedia, a sus canones artísticos, a sus ideas y a su moral. De las treinta
comedias que nos han dejado, algunas son intriga: El burgués gentil hombre, Las
travesuras de Scapin, El enfermo imaginario; otras son costumbristas: Las
preciosas ridículas, La escuela de los maridos, Las mujeres sabias; y
finalmente otras verdaderamente inmortales que deben ser consideradas comedias
de carácter: El misántropo, Tartufo, El avaro, etc. Perfecto de la técnica de
la representación, extremadamente puro y variado en el lenguaje, irresistible
en la caricatura y la bufonería. Moliére se muestra como un contemplador y un
pintor de la naturaleza humana, aún según el decir de sus contemporáneos,
contra los cuales tuvo que combatir bastante para imponer su arte. Fuera de su
siglo es un poeta entre los más genuinos y graciosos, además de ser un guía
inimitable en la búsqueda y el esfuerzo por entender la vida.” Cada hombre que
sepa leer es un lector de Moliére. Él a partir de su conocimiento se supo afirmar
en el género cómico, tanto Racine en el trágico. Pero mientras que la tradición
y los ejemplos de comedia eran hasta entonces pobrísimos o, a lo sumo mediocres
en Francia, la tragedia había tenido poco antes su poeta de la fuerza de Corneille.
El esfuerzo que hace Racine es el de buscar, al lado del primero, un digno
lugar en la comprensión y admiración del público. Proveniente de PortRoyal.
Jean Racine (16391699) llevó al teatro su energía pasional, y el gusto
infalible de un arte atormentado y humano. Enfrentándose así con el estilo de
Corneille, caracterizado por lo sobrehumano y heroico. Racine ganó su batalla,
de la misma forma en que, en la tragedia griega. Eurípides termino por colarse
al lado de Sófocles. Obras como Andrómaca (1667), Britannicus (1673). Ifigenia
(1674) y Fedra (1677) suscitaron cada vez los comentarios más diversos. Fedra
fracasó. Durante largo tiempo, Racine, adolorido, guardo silencio después
regreso al teatro, esta vez de una manera incontrovertible, mostrando la sencillez
y la grandeza de sus últimas obras
maestras (Esther y Athalie).
La adhesión
incondicional que durante toda la juventud mantuvo Racine con el jansenismo,
sirve luego de escenografía ética, como ha sido observado por parte de muchos,
a su obra trágica. De ello es un testimonio una brillante declaración de
Boileau sobre él:” La razón normalmente guía a los otros hacia la credulidad.
Pero es la credulidad que ha guiado a Racine hacia la razón. Y SainteBeuve, por
su cuenta, para valorar la grandeza de Racine, dio ese famoso juicio: Athalie
es tan bella como Edipo Rey, con el excedente del verdadero Dios.
Después de Racine
parece que el arte dramático se agota; se despide de las escenas francesas para
regresar, después de ese alejamiento de la ilustración, en la época romántica.
El lugar del teatro es ocupado como se verá, por la novela, género que ya en el
siglo XVII es cultivado, bajo la forma epistolar, con diferente fortuna. Guíen
lo impuso por primera vez a la admiración de los contemporáneos y de la
posteridad fue Madame de La Fayette (16341693) con La princesa de Cleves.
Siguieron a ella las Historias o Cuentos del tiempo pasado e Perralult, y muchas
otras novelas, bien inferiores sin embargo a la excelente estilística y
psicología de la Princesse.
Cercana, en espíritu, a
la novela y al cuento, la literatura epistolar toca cumbres nunca más logradas
en lo sucesivo, en el arte de Madame de Sévigné (16261696). Escribió una serie
de cartas en las que refleja de forma admirable de la educación y la cultura de
su tiempo. Inferiores literalmente son las Memorias y las Conversaciones sobre
la educación de las niñas de Madame de Maintenon: y excelentes a pesar del
descuido formal son las Memorias de SaintSimon y aquellas del cura (cardenal)
de Retz, ejemplos felices de un género entre histórico y documentalista, que
tendrá grandes desarrollos en la literatura francesa. Se ha dicho de
SaintSimon:” Nadie como él ha hablado de la patria, de los impuestos, del
campo, de campesinos, de artesanos, de comerciantes, de todos aquellos míseros
obligados a desmontar sus casa arruinadas para venderlas a precio de huevo.
Nadie más se ha atrevido a hablar al rey de la salvación del alma, y acusarlo
de dejase seducir por el fasto y la gloria, en cambio del orden y la paz. Eso
hizo de SaintSimon, no solamente el gran
escritor que todos han admirado y que es admitido entre los grandes por su
tenaz capacidad de no guardarse nada y de decirlo todo, sino además un
verdadero personaje social y de la literatura universal.
Aquella época, de
tantas proporciones literarias y artísticas, no encontró en la elocuencia su
campo de lucha más oportuno. Triunfaron, no obstante los oradores sagrados y
entre todos Jacques Benigne Bossuet (16271704). Nació en Dijon, vivió en París,
no lejos de la corte, a la que fue llamado más tarde para educar al Delfin.
Predicador, historiador, polemista ardentísimo, llamado el Águila de Meaux, fue
un docente insuperable por la belleza y la sublimidad de su estilo, así como
por profundidad de su pensamiento y su perfecto conocimiento de la sensibilidad
humana. Sus oraciones fúnebres. De Henriette de France, Annw de Gonzaque, Louis
de Bourbon y del Principe de Condé, tienen el carácter de las grandes obras de
poesía, por el ímpetu emotivo y la disciplina del estilo. El Discurso sobre la
historia universal, ocupa un lugar único no solamente en la historiografía sino
también en la prosa francesa.
EL SIGLO DE LAS LUCES
Anunciada por una
famosa Querelle entre los antiguos y los modernos, en la cual tomaron parte a
favor de los modernos Perraukt, La MotteHoudar y Fontenelle, y a favor de los
antiguos Racine y Boileaau, el siglo de las luces, como fue llamado el siglo
XVIII, centro el gusto y el espíritu literario no ya sobre la búsqueda de la
verdad y la belleza sino por el esfuerzo de alcanzar lo útil. Casi todos los
escritores de este tiempo, que empezaban a alejarse de las cortes para comenzar
a reunirse en los salones, por los cuales fueron subyugados, querían reformar
la sociedad con sus obras. Buena parte de ellos confiados en la razón y el
progreso, se proponen escribir con finalidades más o menos prácticas. En
consecuencia, la originalidad del siglo está en las obras históricas,
científicas, jurídicas y de polémica social. La religión, descuidada por las
clases más elevadas, se vuelve exclusivamente objeto de polémica entre los
intelectuales; y si hacia finales del
siglo estalla la revolución que los espíritus geniales del tiempo está ya se
había hecho a cabo veinte, treinta, incluso cuarenta años antes, a nivel moral
y cultural.
En esa atmosfera de
búsqueda y espera, la primera voluntad de poeta es la de servir para algo.
Decae la lírica, sin que se pierda a pesar de todo el gusto tradicional de la
forma. Se adquiere el sentimiento de unión y respecto hacia la naturaleza así
como cierta gracia y levedad bucólica. Se hace cada vez más precisa influencia
del espíritu inglés. Los nombres de los poetas del siglo XVIII han sido casi
olvidados con excepción de Voltaire, quien se impuso con mayor arraigo y fuerza
en los géneros épico, didáctico, satírico. A su lado permanece el nombre de
André Chénier (17621794), que sobresale solitario al final del siglo. Dos
aspectos sobresalientes de su poesía
fugazmente: la inspiración clásica y el sentimiento preromántico. A este genio
maduro arruinado por la revolución. Lo descubrirán más tarde varias
generaciones de poetas franceses, que se sorprenderán por los nuevos ritmos, la
riqueza de símbolos e imágenes y la inquieta sensibilidad del autor de las Elégies y de los Jmbes.
Con el nombre de
Chénier se ha tocado el extremo de una época, también en sentido cronológico. Remontándonos
a sus orígenes, nos encontramos ante la obra de Montesquieu. Sus cartas persas
(1721) muestran las raíces del espíritu filosófico y enciclopédico, del nuevo
aliento de libertad que sucede al espíritu clásico. La sátira contra las instituciones
se alterna con aquella en contra de los principios morales y religiosos. La
originalidad y lucidez de estas ideas no deben haber olvidado la enorme
influencia que ellas tuvieron sobre la conciencia católica de todo el siglo,
animado el escepticismo y materialismos ya listos para establecerse en todos
los sectores culturales. Pero en donde se revelan mejores las cualidades históricas y de
observación de Montesquieu (16981755), que durante buena parte de su existencia
fue un magistrado preciso y escrupuloso, es en las Considerations sur les
causes de la gradeur et de la décadence des Romains (1744) y especialmente en
su Esprit des lois (1748), en donde por primera vez se afirma el principio de
la división de los poderes.
En el espíritu
revolucionario de Montesquieu es asumido, enriquecido, y de cierta forma
enaltecido en la obra basta, valiente y curiosa de Francois Marie Arouet,
llamado Voltaire; ciertamente el genio más sobresaliente del siglo XVIII en
Francia. Nacido en París en mil seiscientos noventa y cuatro, recibió una
contradictoria educación, tras la cual se dedicó a la sátira política y al
teatro. Visito Inglaterra y Prusia, donde fue recibido por Federico II. Se estableció
finalmente, en el ápice de su gloria, en Freney, cerca de Ginebra, sin dejar de
escribir y de interesarse por los problemas y de los hechos más significativos
de su tiempo. Murió en la capital francesa en mil setecientos setenta y ocho.
No existe género literario que Voltaire no haya cultivado: la tragedia (Zaire,
Mérope), la historia (Historie de Charles XII, Le siecle de Lois XIV), la
novela y el cuento (Candide, Zadig, Micromégas,etc), la épica (La Heriade,
Poeme de Fontenoy), la lírica, y sobre todo la filosofía (Letres
philosophiques, Dictionnaire philosophique, Essai sur les moeurs, etc). Mostro
siempre en sus escritos junto a una proverbial irreligiosidad, las más diversas
ideas, las referencias culturales y sociales menos obvias. Ambicioso, lleno de
vanidad, abordando una claridad penetrante en su estilo que no tiene iguales en
su época.
Para aumentar la
influencia de los nuevos principios, y hacer más populares estas nuevas
teorías, no se hizo esperar una obra grupal: L´Encydopédie o Dictionnaire
raisonné des sciences, des arts el des métiers (cuyos primeros volúmenes
aparecieron en 1751). La dirigieron D´Alembert y Diderot, cautivados por
Montesquieu, Voltaire, Rousseaau y por otros famosos escritores de la talla
Buffon, Cordorcet, Cndillac, Helvétius, D’ Holbach, Tugot, Necker Mrmontel.
Verdadera máquina de guerra al servicio de las doctrinas filosóficas del siglo,
como fue definida, la Encyclopédie trajo sin embargo numerosos beneficios en el
conocimiento científico del pensamiento humano a pesar de sus exageraciones,
del fanatismo materialista y de los errores doctrinales que la recorren. En ese
mismo periodo se quedó en la sombra, y es necesario sacarlo hoy en día del
olvido, ese grandioso conjunto de investigaciones históricas llevadas a cabo
por benedictianos de la congregación de Sn Mauro, conocidas bajo en nombre
Histoire littéraire de la France.
Haciendo referencia a
la enciclopedia se han recordado los nombres ilustres de Rousseau y Diderot.
Son ellos quizás los escritores más singulares y genuinos del siglo; dieron a
la literatura francesa nuevas dimensiones lógicas y fantásticas, que es
necesario tener en cuenta, aunque no se pueda siempre subrayar y apoyar,
especialmente en la obra de Diderot, el espíritu escéptico e inquieto que está
la base de su trabajo literario.
De los dos Rousseau es
el más atormentado. Nació en Ginebra (17121778) dotado de un temperamento
bastante fantasioso y soñador, proclive a las autovías, JeanJacques Rousseau
llevo sin duda una vida tremendamente atormentada. Esta zozobra se ve reflejada
en la mayoría de sus obras, donde defendió, como es sabido, el regreso a la
naturaleza, a la que reconoció como la única divinidad a la cual es preciso
obedecer. Son normalmente aisladas en su producción pero de gran importancia
las obras pedagógicas, Julia o la nueva Eloísa (1761) y Emile (1772). Pero
dejando de lado la originalidad de los conceptos que fundamentaron estos
textos, los mejores aspectos de su arte exquisitos, se encuentran con mayor
abundancia en las Confesiones y sobre todo en las Reflexiones de un paseante
solitario, obras que pertenecen a los últimos años de su vida y a las cuales
consideraron más tarde los románticos como precursoras de su propio gusto
Completamente consiente
de la autenticidad de su testimonio humano, en el prefacio de las Confesiones
el mismo autor escribió, para el lector venidero, esta clamorosa afirmación: Entre
el único retrato que existía y que tal vez existiera de un hombre, copiado con
exactitud y con toda la fidelidad. Quien seas, tú a guíen el destino o mi
confianza hacen arbitro de este escrito, te suplico, por mis desgracias, por
tus viseras y en nombre de toda la especie humana, no destruir una obra útil y
única, que puede servir como primera piedra de toque en el estudio de los
hombres; que estudio, sin duda, todavía hay que enfrentar…
De Denis Diderot,
nacido en Langres (17131784), escribió las novelas que vale tener en cuenta por
su dimensión Jacques el fatalista y La Religiosa; algunas sátiras bien logradas
como el Sobrino de Rameau; los dramas El Hijo natural y El padre de familia, en
donde se dejan admirar el gusto por la paradoja, la ciencia de las ideas y la
agudeza de análisis, aunque al mostrar tales cualidades sea un fin de la obra
como tal. Pero es de pronto en la vasta Correspondencia en donde se encuentra
por entero a este increíble hombre, complejo y simple al mismo tiempo,
apasionado y soñador y frio realista, crítico al cual se deben importantes
descubrimientos en el campo de la pintura, de la música y del teatro.
A propósito de los
principios base de la Enciclopedia, Diderot, director del proyecto, quiso decir
iniciado el trabajo, cual importante era la tarea de dar a un nuevo curso de
los conocimientos humanos (sin duda un deber para todos los intelectuales). Son
importantes estas declaraciones suyas a propósito de la razón, autentica alma
de su trabajo y de los resultados definitivos de este: La razón es, para el
filósofo, lo que la gracia es para el alma del cristiano. La gracia empuja
hacia la acción, la razón hace posible al filósofo… Esta fundamenta sus principios cantidad de
observaciones particulares. Por el contrario, la gente común adopta la esencia
de los principios sin pensar en las investigaciones que los produjeron; se cree
que cada principio existe por sí mismo, mientras que el filósofo toma cada
máxima de sus propias fuentes; busca los orígenes; el reconoce su valor en cual
tal, y lo utiliza de la forma que considera más conveniente…
Sin embargo, sobre un
plano de ingenuidad y de abandono naturalista, cualquier obra de Voltaire, de
Rousseau o de Diderot es superada por la novela Paul et Virginie (1787) de
Bernardin de SantPierre (17371814) quien será el primero en hacer escuchar la
nota exótica en la narrativa francesa. Pero no es esta la única obra maestra de
la literatura francesa del siglo XVIII. Cuando no se consagra, como ocurre con
demasiada frecuencia, a la descripción de las intrigas y las frivolidades;
cuando no se abandona a un agudo análisis
de la sociedad (como las relaciones peligrosas) o cuando no llega al
sadismo, como en la obra del Divino Marques de Sade: la novela de esta época
expresa con curiosa anticipación algunos estados de ánimo que se volverán a ver
en el romanticismo y en el naturalismo del siglo XIX.
DobatienAlphonseFrancois,
llamado marqués de Sade (París, 1740CherentonSainMurice, 1814 vivió en medio de
un continuo altibajo de riesgos y de meditaciones intelectuales: entre
violentas experiencias eróticas, huidas y detenciones entre la racionalidad más
fina y los gestos más excéntricos. Fue uno de los poquitos huéspedes que, en la
Bastilla ya casi reducida, llevó la voz para iniciar a los que se aprestaban a
destruir esa infame simulacro del Ancien Régime: Un esfuerzo aún, franceses.
Casi todas sus obras (Justín o las desgracias de la virtud, 1791; La filosofía
en el tocador,1795; Los 120 días de Sodoma, escrito en 1782 al 1785, pero
editado solamente en 1935) fueron compuestos durante su largo cautiverio, solo
algunos nacieron en los raros intermedios de su libertad. No menos interesantes
que su filosofía son más de doscientas cincuenta cartas encontradas por Gilbert
Lely en el castillo de CondéenBrie. Allí habían sido conservadas, sin ser
leídas, por los descendientes de Sade. Mucho se ha discutido
si la novela francesa del siglo XVIII, aunque las obras narrativas de Sade
están allí para desmentir una dependencia tan estrecha, tiene como presupuesto
y al mismo tiempo como medio de su desarrollo, una nutrida inspiración
filosófica. Nunca antes ya se ha mostrado, el pensamiento moral y religioso, la
actividad filosófica y cualquier otra hipótesis teórica han entrado en las
novelas como ocurrió en las de la época. Esto se ha dado, si no en la obra de
Sade sí en las obras maestras de Diderot y Lacios. Incluso a los filósofos
tenían que parecerles curiosas, con más razón a los lectores comunes de la
época intrusiones de ese género.
Es necesario recordar
aquí la obra general Edme Resfit de Bretonne (Sacy, Yonne, 17341806) que
muestra en la autobiografía Monsieur Nicolás, tanto un despreocupado análisis
como un agudo conocimiento de los ambientes populares de la época.
Balzac, como el” pitecántropo”
Balzac, como fue llamado en muchas ocasiones, es realmente el único gran
competidor de Rousseau. Balzac da a las lágrimas de consolación un valor
romántico, Restil está completamente dedicado al alcance de su fin de mostrar
la vacuidad, el horror y el desorden de sus tiempos con relación con la edad de
oro, que precedió por algunas décadas a tal esfuerzo, y dio origen a su
patriarcal visión de la vida. En su carrera extravagante, siempre amenazaba por
el hambre, una profesión se había supuesto a otra; el obrero había subido hasta
los hombros del campesino, y el escritor se sentó sobre aquellos del tipógrafo,
sin lograrlo liberar nunca de su condición más próxima ni de su mentalidad más
remota. Si a esto añadimos las tristes vicisitudes conyugales y a las
obsesiones sexuales que sufrió, sabemos cómo explicarnos aquellas ásperas
oscilaciones, casi de una página a otra, entre la voluntad desarmante y la
voluntad de poder; entre las ambiciones desmesuradas del reformados y de los
compromisos cotidianos que tuvo que aceptar con público. Pero representemos un
momento a una de las obras maestras del siglo, Les liaisons dangerusses de
PierreAmbroiseFrancois Choderlos de Lacios (Amiens, 1741, Tarento, 1803), que
fue oficial de artillería durante la Revolución y jacobino a ultranza. Les
Iisisons ahora citada no son sino los enlaces entre el espíritu de la verdad y
la sátira de las costumbres, a los cuales se abandonaban los jóvenes de la
nobleza francesa, con la compañía de algunas madames de alto copete.
Considerada durante mucho una novela apenas agradable, Les liaisons (publicada
en 1782) adquirió con el tiempo el carácter de una fidelísima representación de
la época; tiempo que tenía que llegar a su definitiva desacralización con la
Revolución.
Para dar unos ejemplos
de extraordinario vigor narrativo, se hará alusión a Manon Lescaut del abad
Prévost, al Obermann de Sénancour (ya perteneciente al siglo XIX), a los
cuentos de Marivaus, y al Gil Blas de Le Sage. Marivaus así com Le Sage tiene
también un puesto apreciable en la producción dramática del siglo XVIII,
Marivaus (16881763) fue el creador de muchas comedias afortunadas, como La
sorpresa de amor, El juego de amor y azar, y Las falsas confidencias, etc.
Obras concluidas con sutilezas y delicado fervor. Le Sge que lleva en Tucaret mucho del espíritu español
anuncia un arte suelto de un genio cómico como Beaumarchais (17421799). El
barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, comedias satíricas, pero también
poéticamente felices, trajeron a su autor un inmenso éxito. Incluso hoy, son
una clave para comprender el espíritu de la época y aquel ímpetu reformador no
falto a ningún escritor francés antes y durante la Revolución.
Los aspectos dramáticos
de la vida y de la sociedad francesa se vuelven a encontrar, más que en el
teatro, en el arte de la oratoria, que en este periodo alcanzo, en algunas ocasiones,
las vetas de la gran elocuencia. Las alcanzo sin duda Mirabeau. La palabra de
Mirebeau es colorida y vehemente, y recoge su tono y su fuerza de las cosas que
tiene que decir, a diferencia de lis precursores del siglo anterior, humanistas
y enfáticos. Aun hoy se la puede admirar en las páginas sobre el Derecho de paz
y de guerra, sobre Sanction royale, etc. Ciontra Mirabeau luchó, a veces con
éxito, el abad Maury, gran defensor de la atorrante Iglesia. Toda esta época
tuvo famosos oradores, de la talla: Vergniaud, Danton, Robespirre, Czales,
Barnave; pensadores que envuelven hombres y masas. Encerrados en el silencio de
las bibliotecas, pero no menos importantes históricamente, están los treinta y
tres volúmenes de la Histoire naturalle de Buffon (17071788), consagrados a la
observación de hechos y análisis de las experiencias naturales. Representa sin
dudas el más grande esfuerzo hecho por un escritor francés, después del
humanismo, de convertir de nuevo la árida materia de la ciencia a la unidad del
pensamiento y al entusiasmo regenerador de la poesía. Son, tal vez, el mensaje
más alto y majestuoso del pensamiento del siglo XVIII.
EL SIGLO XIX ENMARCADO
DEL CLASICISMO AL ROMANTICISMO
Si deseamos comprender
el paso del siglo XVIII al XIX deben tenerse en cuenta muchas condiciones y
estados de ánimo históricos que influirán en el pensamiento y la fantasía de
los escritores. Entre ellos se destaca el ocaso del materialismo y del ideal
cosmopolita del siglo anterior, la experiencia de las utopías sociales y de la
Revolución, el naciente atracción hacia los problemas de cuestión ética y de
índole religiosa. La consolidación del espíritu nacional francés, y el
individualismo burgués e historicismo caracterizan la nueva literatura, aunque
sin tener en cuenta los elementos prácticos derivados de las escuelas y de la influencia de los
grandes espíritus. En el momento que se habla del romanticismo, se tocan los
extremos de esta renovación interior, que a la vez se da en toda Europa, que
sin embargo empiezan básicamente en Francia con las obras de Chataaubriand y de
Madame de Satél. “Dejan de mirar a Grecia y a Roma, dice está última a los escritores
de su época. “ Busquen las fuentes de inspiración en lo que ha sido la historia
nacional, en sus tradiciones, en sus leyendas. Inspírense en la religión, para
que su arte gane en profundidad y en sensibilidad”. Bien consiente del
desarrollo de la filosofía y del arte alemán, Madame de Staél (17661817)
divulgo ese espíritu en los cuatro libros que conforman De Alemania (De l’
Allenmagne, 1810) concluyendo con la afirmación de la supremacía de la
inspiración sobre las reglas, del sentimiento sobre la razón, del
individualismo y la libertad sobre la autoridad. Enemigo de Napoleón, tanto
como Staél, fue FrancoisRené y viajo a América en su juventud, vivió en Francia
durante los primeros años de la Revolución y finalmente, emigró a Londres donde
ya preso de una crisis espiritual, dedico darse completamente a la causa de la
Restauración. Murió en la capital después de haber sido embajador y ministro de
asuntos exteriores bajo el gobierno de los Borbones. Su obra, pasional,
fantasiosa, elocuente, dotada de poder descriptivo y de musicalidad, se dedicó
por completo a la decadente Apología del cristianismo (1809), Itinerario de
París a Jerusalén y finalmente la obra maestra, Memorias de ultratumba, de
publicación póstuma, donde se revela el espíritu de este ser inquieto y tenaz,
verdadero innovador del gusto estético y del sentimiento histórico y sobre todo
religioso cayendo en ese vacío especulativo del cristianismo.
Dejemos a un lado a los
defensores de la autoridad: Louis de Bonald, Joseph de Maistre, muy severo
autor de las Veladas de San Peterburgo, al cual se le deben el brillante Viaje
alrededor de mi cuarto y El leproso de Aosta. Volvamos sobre lo que más nos interesa que es sobre
los románticos, cuyo movimiento conviene dividir en dos cenáculos: el primero
llamado del Arsenal, que tuvo lugar en 18231824, y el segundo que giro en torno
al grande Víctor Hugo, en 1828. En este último se lucho, en mil ochocientos
veintiocho contra los clasicistas, los cuales, después de mil ochocientos
treinta, desaparecen de la escena literaria tras la batalla que se prendió en
ese mismo año al rededor del drama Hernani.
El espíritu romántico
categóricamente se difundió entonces en Francia, con las obras de Lamartine,
Víctor Hugo, de Vigny. Musset, George Sand, Balzac y Dumas padre, dejando de
lado a Stendhal, cuyas obras narrativas no serán apreciadas hasta mucho más
tarde. Con el romanticismo apareció en la literatura francesa la inquietud, y
su ímpetu más añejo, aunque sin consumirse, se desvió hacia nuevos aspectos, a
distancia de apenas veinte años de su
primera afirmación. En la mitad del siglo, se siente ya, con el Parnaso y la novela realista, a una
invocación del romanticismo sobre sus propios motivos, y con ellos a la
liquidación del movimiento mismo.
Víctor Hugo, el más
sobresaliente representante del romanticismo francés, nació en Bersacon
(18021885).Dejo huellas inolvidables en la lírica, el teatro, la novela: desde
las Odas y baladas (1928) hasta los dramas Cromwell (1827), Hernani (1829), El
rey se divierte (1832), y Ruy Blas (1838, y las novelas NotreDame de París
(1831) y la más famosa Los miserables (1862), se puede seguir el influjo
continuo de la fantasía de Víctor Hugo, animada tanto por la leyenda tanto como
las ideas políticas, por la historia o por el fervor sentimental. Pero tal vez,
más que los dramas y en las novelas, para poder entender completamente su
fantasía habría que considerar sus mejores obras líricas: Hojas de otoño, Las
voces inferiores, Los castigos, y La leyenda de los siglos de mil ochocientos
cincuenta y nueve.
Entre muchas obras que
se hicieron populares inmediatamente después de haber sido terminadas, se
destacan una poesía dedicada al Olimpo, especie de alter ego espiritual, en la
cual muestra el autor una melancolía típicamente romántica, imitada luego por
Lamartine y Musset (el primero en Le Lac, y el segundo en Souvenir).”Melancolía”
no debe ser entendida aquí en el sentido moderno, en el cual se acerca a la
depresión; sino más bien como expresión de la interioridad más intensa del
autor, como una especie de fotografía ideal, donde se encuentran también rasgos
de levedad y de fervor humano, que fueron la expresión más típica de Víctor
Hugo
Citamos de Tristeza de
Olimpo este paisaje: Yermo el campo no estaba ni en el firmamento oscuro;/ No,
que sobre la tierra su manto de azul puro al éter desplegaba;/ Lleno de aire de
aroma, las praderas vestidas,/ Cuando volvió
a esos sitios por dos heridas/ Su corazón sangraba. Trad. de Jaime Lanes
Inspiración y riqueza
de sentimiento tampoco faltan en Alphonse Lamartine (17901869), nació en Macon, este hombre exponente del romanticismo
cantó con profunda y dulce melancolía la ebriedad del amor ideal, de la
naturaleza y de Dios, en las primeras Meditaciones. En las Nuevas meditaciones
(1823), Analizo con candor la sensibilidad en la novela Graziella (1851), y
alcanzo incluso temas filosóficos religiosos en Jocelyn y en La caída de un
ángel, aunque estas narran con una mejor fuerza artística. A está vena moral y
religiosa obedeció también la poesía de Alfred de Vigni (19071863) nacido en
Lonches de noble familia, y a guíen la crítica, que poco lo reconoció en su
época, mira hoy como al poeta más significativo y completo de la primera etapa
romántica. La suya es una poesía rica, profunda y dotada de un ímpetu moral y
religioso (ver por ejemplo su texto póstumo de los Destinos o también los
poemas Antiguos y modernos (1825), que se hace a veces desesperado, a veces
resignado: tanta es la soledad de donde parte y a donde llega. Otra es la
naturaleza de la obra de Alfred Musset (18101857). Parisino, autor además de
unos versos famosos en su épica, de exquisitas composiciones teatrales
(Fantasioso, Con el amor no se juega) , y de las originales Confesiones del
hijo del siglo (1836), en las cuales describe, a través de aventuras de pasión y
de ensueño, el así llamado mal du siécle, Musset es ciertamente, entre todos
sus contemporáneos, el poeta que se ha acercado con mayor pasión al amor, a la
melancolía y la muerte, aunque carezca de aquella fuerza moral que a veces
hicieron sentir a Víctor Hugo y Vigny. La poesía de esta época
desarrollo un color melancólico y ebrio, y por lo tanto corre el riesgo de ser
confundida toda en una expresión vaga, algunos poetas, sin embargo (cómo Gerald
de Nerval y Maurice de Guérin), tratan, así sea de forma incierta, de mirar
hacia el futuro; y por eso serán apreciados años después (especialmente el primero,
supremo esteta irracional).
En el caso de Stendhal
(Henry Beyle) es singular: viviendo en plena edad romántica (17831842), tuvo
escasos y poco felices contactos con los milieux literarios franceses. Prefirió
su patria y sobre todo su ciudad Grenoble, allí, luego de grandes percances
políticos y literarios, termino por fijar su residencia, fue un escritor rico
en ímpetus y pasiones, escondidas bajo un estilo muy frio, de canciller como se
dijo, es por eso que sus novelas Rojo y Negro, La cartuja de Parma, etc.,
aunque sumamente cargadas de psicología romántica, van hacia otra edad: el
realismo. Especialmente en la última gran novela, que tiene un título diría que
casi enigmático, La cartuja de Parma, el propósito polémico de Rojo y negro,
Julien Sorel, cambia de observación de toda una época. Años azarosos e
inciertos, que casi la imagen misma, a veces casi trasparente del autor. De la
Cruja, escribió Mario Bonfantii, Stendthal fundió todos los ideales del arte y
de vida: él ya lejano espejismo de gloria de la epopeya napoleónica…el amor
profundísimo por la Italia contemporánea y por la codicia italiana del
renacimiento.
El escritor más
representativo del comienzo del siglo XIX sigue siendo a mi gusto Honoré de
Balzac ( 17991850), fecundísimo novelista que escribió Eugenia Grandet, Papá
Goriot, Cesar Birotteau, con una imaginación supremamente vivaz y candorosa, un
insuperable arte caricaturesco, y en el cual siembre vibra un gran conocimiento
de la vida. Se puede considerar a Balzac tanto romántico como realista: el
pertenece, en todo caso, a la gran familia de los creadores de personajes, y
por eso ocupa una posición de primer orden en la literatura francesa del siglo
antepasado. Lo que realmente nos debe impresionar hoy, en la literatura de sus
novelas, es su espíritu de fidelidad
absoluta a la condición social, representada con una energía estilística sin
precedentes, y la capacidad de crear una imagen para cada situación, tal como
el lector la desearía, siguiendo el recorrido de las circunstancias y la
psicología de las personas, impresa por su autor.
Mientras que Balzac
nunca parece narrar para sí mismo, o dirige a un único lector (tuvo decenas de
miles de lectores). Stendhal tiene siempre a si su propio yo escuchando, a
veces divirtiéndose de lo lindo, pero casi siempre conmovido por las intrépidas
fantasías de las cuales el escritor ha preparado y somete. Y no es la última
línea de las razones por las cuales este gran narrador, que hubiera tenido que
ser conocido inmediatamente, fue descubierto muchos años después,
La primera tentativa
por publicar la actividad del movimiento fue hecha por Catulle Mendes, en mil
ochocientos sesenta y uno con la Revue fantaisiste, que duro solamente nueve
meses. Allí aparecieron poesías de Gutier, Banville, Baudelaire, Villeiers de
IsleAdam y del mismo Mendes, entonces muy joven. Más adelante Leconte de Lisle apoyó el movimiento con numerosos
artículos críticos, que precisaban sus finalidades hasta entonces ocultas. En
mil ochocientos sesenta y cinco. Lárt, dirigida por Xabier de Ricard, definía
la poesía del grupo en la necesidad de una factura impecable para los nuevos
poemas, en oposición con los sobresaltos epilépticos” del romanticismo, y en
nombre de una inspiración más firme y serena, Cuando termino la publicación de
L´Art el editor Lemerre recogerá un primer volumen con el título de Le Parnasse
contemporain (1966), lo mejor de la producción literaria de ese movimiento. Al
lado de los maestros ya citados, se recogen los jóvenes poetas: Louis Ménard,
Heredia, Coppée, Mendes, L Dierx, Sully Prodhomme, Verlaine y Mallamé. A la primera serie del Parnasse, acogida con
cierto éxito, siguió en mil ochocientos setenta y uno un nievo volumen, donde
también aparecen unos jóvenes principiantes, como France, Mérat, Plessis,
Charles Cros, y otros no siempre fieles al espíritu parnasiano. Este último se
hizo cada vez más teórico, con un cuerpo e preceptos establecidos: pureza de la
forma, impasibilidad del alma del poeta, a cuyas tribulaciones creadoras el
arte tiene que asociarte de forma viva pero no tumultuosa o disgregadora; y
finalmente el culto de la palabra, que después, con Mallarmé, terminara siendo
divinizada.
Entre el Parnasse,
relacionado especialmente con el nombre de Leconte de Lisle (18141894) y en
donde como se ha dicho, fue adoptado el principio del arte, y decretada la
impersonalidad e impasibilidad del poeta, y el parisino Charles Baudelaire,
(18211867) , existen muchos y fuertes vínculos y afinidades, pero el genio de
Baudelaire (Las flores del mal) (1857), supero los caracteres de la escuela,
situándose en una zona muy personal: su poética, esencialmente anarquista que
sobresale gracias a las raíces del mal y en el desorden, es tal vez la más
plástica, la más trascendental y musical de todo ese siglo.
De su dramática
existencia, y la atormentada vida intelectual del poeta, es vivo testimonio
este soneto, La musa enferma:
Que te ocurre, mi pobre
musa ¡ay! Esta mañana?/ las nocturnas visiones pueblan tus hondos ojos/ y en tu
tez reflejados, alternativamente,/ veo horror y locura, taciturnos y fríos./ ¿El
súcubo verdoso y el diablillo rosado/ te ha vertido de amor y el miedo de sus
urnas?/ ¿Con su travieso y déspota puño la pesadilla/ te ha hundido en lo
profundo de un Minturno quimérico./ Quisiera que exhalando un saludable
aroma/ habitaran tu pecho los fuertes
pensamientos/ y fluyera tu sangre cristiana en ritmos de olas.
Cual los muchas sonidos
de las antiguas sílabas,/ donde alternadas reinan el padre de los cantos/.
Apolo, y el gran Pan de las cosechas.
El lío en la creación
artística para Baudelaire no es solamente un inconveniente de lágrimas como en
muchos otros románticos, no sólo de imposibilidad, o de técnica literaria, sino
de conciencia y de profundo debate interior. Esto se revela no solo en su obra
maestra, Las flores del mal, libro que fue llevado al tribunal por ofensa a las
buenas costumbres, y salió victorioso, sino en los pequeños poemas en prosa (originalmente
Le spleen de París), una de las más grandes anticipaciones poéticas de todos
los tiempos. En efecto, si en las Feurs prevalece, de manera a veces
organizada, el dramatismo de un desacuerdo interior que tiene que ser
comprendido para ser resuelto (el autor pide ayuda al lector” cómplice”); en
los pequeños poemas, extraña mescolanza de representación realista y de
memoria, de nostalgia y de crónica de ese tiempo, el lector es casi
comprometido en una especie de constante y afectuosa alegría, que no siempre
había podido emerger en las Fleurs. Baudelaire, en su madurez y, podemos decir,
en su vejez, se ofrece no ya como un ser desgarrado y adolorido, ni como un ser
humano ofendido, deseoso de rescate, sino como un soñador sutil. Y en ese
sentido el arte sublime de Baudelaire alcanza su triunfo definitivo.
Más constante de escuchar lo interno de su ser y
de describir sus mudables palpitaciones, aunque a veces resulte un poco
artificioso, es Paul Verlaine (18441896). Este poeta tiene en sus vivencias una
vasta producción lírica: poemas Saturninos, Fiestas galantes. Su nombre está,
el segundo gran movimiento está unido al nacimiento del simbolismo, el segundo
gran movimiento de la poesía de esos tiempos. Se podría reflexionar que, dada
la vastedad de su obra, muchas sean las notas que hace resonar el poeta; pero
pronto se descubre que esta sensación es imprecisa. Desde su primera juventud
Verlaine es un poeta de grandes traumas, que se alternan para generar emociones
trágicas a partir de episodios algo terribles. Su capacidad de buscar nuevos
horizontes no siempre corresponde a un real conocimiento íntimo, como en
Baudelaire sino que deriva de la enorme necesidad de crear fantasmas, aun
trágicos, en lugar de auténticas pasiones. Y este propósito se recordara que
inclusive sus efusiones religiosas, y más precisamente católicas, hacen parte
de ese escenario interior. Es grandioso Verlaine cuando no desea demostrar
nada, ni dar de sí mismo representaciones dramáticas, como por ejemplo en las
Fetes galantes.
A Verlaine se une,
durante breves pero intensas experiencias del factor humano y literario, Arthur
Rimbau (Charleville, Ardenne, 1854 Marsella, 1891), al cual muchísimos críticos
han reconocido su corta obra poética, esta poesía de Rimbaud es increíblemente
ardiente llegando alturas del índole de la belleza; pero siendo aún muy joven
abandono definitivamente la poesía, yéndose a África y lanzándose a un destino
destructivo.
De su libertad y el
resto de su vida de viajero demasiado dramática y nos muestra este excepcional
paisaje: Por los senderos iré, la tarde celeste de verano,/ picado por los
granos, a pisar la débil hierbas:/ a los pies sentiré su frescura, soñador/
dejaré el viento mojarme la cabeza desnuda.
No diré palabra, ya que
pensare en nada:/ más infinito me subirá del fondo el amor/ y me iré hacia la
naturaleza, vagabundo/ lejos, como con mujer, felizmente.
Decir brevemente de
Rimbaud ya que prácticamente un azar. Es imposible que haya un poeta en todo su
siglo que haga sentir, la relación siempre viva pero al mismo tiempo supremamente
misteriosa, que hay entre el poeta y la palabra. De que hay que considerar toda
su obra, es como algo así como una estrella fugaz, que conquista los espacios
pero después se fuga, el paso es breve, busquemos en la memoria los títulos de
sus dos únicos libros de poesía: Una temporada en el infierno (1873), y las
Iluminaciones (1886). Este increíble personaje dejo de escribir a los veinte
años, en el momento que se convirtió en agente comercial de una gran compañía
en Abisinia.
El poeta, como se puede
detectar, es insondable; para arrimarse a él sería necesario el mismo propósito
es que la escritura sea la vida misma, sobre todo en un tiempo en donde era
supremamente arriesgado un sueño parecido. De ahí en adelante como comerciante
de armas y de esclavos. Actividad de la cual lo arrastrara por sufrimientos
salvándose únicamente un libro de viajes y unas pocas cartas.
Fue finalmente Mallarmé
(18421898) quien mantuvo ese mismo candor, fría y herméticamente, un una
personalidad y con una fuerza que no tiene iguales en su época. El simbolismo
que llevaba encima que fue más que una escuela literaria, es una forma de
abarcar la poesía. Se ha dicho de él: temperamento lucidamente de la cabeza, la
característica más evidente y profunda de su poética está en el esfuerzo de
recoger la musicalidad alusiva del simbolismo en forma muy original. Mallarmé,
en efecto, se atreve a empujar la palabra hacia espacios inusuales y que nunca
más a ser frecuentadas. Para este poeta es una condición natural habitar lo que
no se puede ver, lo que no se puede imaginar. El misterio como tal juega un
papel primordial y utiliza sabiamente el patrimonio común, el idioma y sobre
esta condición no se vanaglorea. Su yo experimentador empuja al azar hasta el
límite extremo de sus mismas posibilidades, dejando un testimonio claro y
grande que otros poetas no lograran repetir. La palabra añeja sin que haya
cambios va hacia lo inaudito e imaginable, pero eso sí conservando como punto
de regreso la cuna donde nacen las emociones, la virginidad de la visión y el
sueño perfecto.
De una de las obras
maestras, La siesta de un fauno:
Égloga/ El fauno/ Estas
ninfas quisieran perpetuar,/ Que palpite/ Su granate ligero, y en el aire
dormite/ El sopor apretado/ ¿Quizás un sueño amaba?/ Mi duda, en oprimida noche
remota, acaba/ En más de una sutil rama que bien sería/ Los bosques mismos, al
probar que me ofrecía/ Como triunfo la falta ideal de las rosas.
Un lugar para nada
común tiene que ser ocupado por réderic Mistral, este poeta provenzal, nació y
vivió en Maillane (18301914. Discípulo y amigo de Joseph Maillane, el primero
de los poetas provenzales del siglo XIX. Fundó junto con él en mil ochocientos
cincuenta y cuatro el Felibrige, que tuvo como órgano oficial Armana prouvencau.
Está escuela literaria, que se volvió famosa inmediatamente después de su
fundación, se proponía la resurrección, sobre bases artísticas, de la lengua
provenzal y de los distintos dialectos del Languedoc. La tentativa se amplió
luego a los poetas catalanes, llamados a fraternizar con los felibres, para
celebrar las comunes tradiciones románticas. El fervor de Mistral por esa unión
se encuentra en el himno Chant de la coupe, de pura inspiración convival y
trovadoresca.
La actitud poética de
Mistral comenzó en Provencalo, la primera antología de nuevos líricos, en donde
sin embargo es la influencia de Roumanille la que resulta preponderante. Es con
el poema Mirella, aparecido en Aviñón en mil ochocientos cincuenta y nueve,
tomado con fervor por Lamartine, que Mistral dio por completo la totalidad de
su arte, relacionado con los temas rústicos y con las leyendas de la Provenza:
está región revive en un delicado idilio de amor, rico en episodios pintorescos
y pueblerinos, que se entrelazan en la
forma de una epopeya. La obra, que se popularizo rápidamente fue poesía
puesta en música por Gounod, (1864). Los siguientes poemas de Mistral Calendau
(1876), Nerto (1884); Los poemas de la rosa (1897) y su única tentativa teatral
La reina Juana (1890), no lograron alcanzar sino en extraños momentos la simple
emoción y la altura poética de Mireio. En el momento que Mistral se aleja del
candor sentimental y del abandono religioso del cual está impregnada la mayoría
de su obra de la juventud, cae en el artificio literario, hecho más evidente
por el uso de una lengua reencontrada.
Sin embargo, en los
recuerdos de la infancia y la adolescencia, publicados en mil novecientos seis
bajo el título de Moun espelido, y en la feliz antología de las líricas y de
los pequeños poemas (Liz Isclo d´or, 1875; Liz oulivado, 1912) el patético
candor del poeta enlazando frecuentemente con los temas religiosos
tradicionales, llega de nuevo alturas indiscutibles. Finalmente a Mistral se le
debe el grandioso diccionario Tresor dou felibrige (18781886), indispensable
para el conocimiento material lingüístico de la moderna Provenza.
La novela tras las
huellas del realismo característico de Balzac, se enfrenta con demasiadas
dificultades a causa de la actitud predominante que consiste en describir la
realidad sin dominarla desde el interior; pero afortunadamente se salva con la
obra de Flaubert y de Maupassant, así como la de Zola, los Goncurrt y Daunet.
En estos excelentes escritores la novela no solamente, aun cuando quiera
hacerlo, una representación de la frágil naturaleza y de nosotros mismos en
consideración del perfeccionamiento físico y moral de nuestra especie, según la
expresión de Proudhon. En Flauber, como había sido antes del naturalismo en
Mérimee, escritor sobrio, preciso, y cuidadoso, en el momento del arte de
narrar se hace búsqueda interior que sigue una técnica de realismo integral, no
menos artístico y eficaz que en el interior.
Sin embargo, tenemos
que detenernos en lo que fue Flauber para las letras francesas. Dedico la
mayoría de su juventud al ímpetu romántico y a esotéricas huidas de la
fantasía, que posteriormente se tradujeron en un viaje a oriente (octubre de
1849 a mayo de 1851) y en vagos esbozos literarios (Memorias de un loco),
rechazados más adelante se refugió en su ciudad natal, donde se apartó del
mundo social, dedicándose con pasión solamente a escribir. Considero que se
puede seguir el camino del escritor teniendo en cuenta, el alma candorosa y
soñadora que nunca deja de abandonarse, tanto en la literatura como en la
existencia, a las ilusiones románticas; y por el otro lado, una aguda incluso
morbosa conciencia de estos estados de ánimo provisionales que lo conducen
fuera de la realidad.
Es sin duda la
literatura narrativa de la segundad mitad del siglo XIX el sector más híbrido e
inquieto. Historiadores, filósofos, críticos, oradores y dramaturgos, remuevan
y profundizan los esquemas ya dados a suficiencia por el siglo XVIII, y se
aprovechan, cada vez, de las nuevas perspectivas de las costumbres y del
pensamiento, anticipándolas frecuentemente agudeza. Entre los historiadores
podemos destacar la escuela pintoresca de Trierry (17951856) y Jules Michelec
(17981874); de la escuela filosófica, representada por Goizot (17871874),
Mignet y Tine, autor del famoso Origenes de la Francia contemporánea, así como
por Ernest Renan, del cual son conocidos los estudios sobre el judaísmo y el
cristianismo. Verdadero historiador moderno, cuidadoso de la investigación e
imparcial en el juicio es Adolphe Tiers (17971877), cuyo nombre es vinculado a
una optimista historia de la Revolución francesa.
A la crítica literaria
tenía que consagrar lo mejor de su actividad el más agudo, tal vez entre los
intelectuales de la época romántica: CharlesAugustin de SainteBeuve (18041869),
al cual se deben magistrales y vivaces retratos de escritores y los juicios más
sagaces sobre la producción literaria de su tiempo. En un principio estudio
medicina, actividad que pronto abandonaría por la literatura, atraído hacia el círculo
de las nuevas ideas románticas por el entusiasmo hacia Víctor Hugo, a quien
exalto en algunos artículos críticos en el Globe como el mayor representante de
las nuevas ideas.
Debuto como crítico con
un escrito sobre la Visión de la poesía francesa en el siglo XVI, y como poeta (Poésis
de Joseph Delorme, 1929; Consolations, 1830. Fue, durante largo tiempo,
sansimoniano bajo la influencia de Leroux. Luego, después de haberse defendido
del ateísmo del siglo anterior, sufrió la influencia de Lamesnais y del cura
(abad) Gebet. El eco de estos contrastes espirituales se muestra en la novela
Voluptuosidad (1834), con la cual, prácticamente, abandonara su afortunada
carrera de poeta y novelista para reservarse la de crítico.
Su actividad fue
uniforme y renovadora: contra el dogmatismo de los clásicos levanto el
estandarte de la crítica liberal, no ya sobre esquemas moralistas y
tradicionales, sino sobre las nuevas investigaciones históricas y psicológicas.
Devoto de la búsqueda de la verdad, para llegar a ella sobrepasa también el
dato estético. En su pensamiento:” lo verdadero y lo bello y lo positivo llegan
después. Pero cuando más ejercita su curiosidad y su espíritu en la
investigación de la vida y la historia, tanto más se ve obligado a dejar de
lado las ideas para dirigirse al ser humano, al carácter; es decir la única
realidad que realmente le interesa (Histoire de PortRoyall, cinco volúmenes,
París 18401860) dedicado al desarrollo del jansenismo, mientras que sigue el
hilo de la narración histórica, se tiene sin distinciones sobre una u otra
figura. Nos da en definitiva una galería de personaje cuya fisonomía es
retratada de una forma inolvidable. Nacida de una serie de clases dadas en la
Universidad de Lausana en mil ochocientos treinta y siete, y enriquecida con
investigaciones sucesivas, esta historia de PortRoyal pertenece, sin duda, a
los grandes momentos históricos del siglo antepasado. PortRoyal, escribe el
crítico Thibaudet, es el más grande libro de la historia, y de crítica
literaria. Claro está que no halla completamente libre de artificio. Es
evidente el esfuerzo del autor por concentrar todo el siglo XVII en la famosa
abadía, y en los retratos de la gran colección de PortRoyal, puede también
volver a ser hecho como hizo el abab Brémond.”. Su obra unitaria es
Chateaubriand et son groope littéraire (1860), resultado también de un curso de
conferencias dadas en Lieja en mil ochocientos cuarenta y ocho. SinteBeave
permaneció casi durante cuarenta años vinculado al periodismo literario, pasado
del Globe de Constitutionnel donde público la serie de las Causeries de tundi;
del Moniteur del Temps. Los artículos fueron luego reunidos en varios
volúmenes: Retratos literarios, 1846; Charlas del lunes (1851); Nuevos lunes
(1863). Debe ser recordado también su estudio sobre Virgilio (1857).
Como Balzac, al cual se
le puede de alguna manera comparar por la fecundidad que tiene en los intereses
humanos, trato de instaurar no una comedia, sino una historia natural del
espíritu. Pero a tanto esfuerzo programático y científico no responde parte del
espíritu de SainteBeuve, que se revelo siempre contra las catalogaciones,
cuando más trataba de reconocerlas como indispensables. En este mismo sector de
la crítica, inaugurado por Cheteaubriand y Madame de Stael, lograron afirmar
también Girardin, Nisard, Tine y, en un segundo periodo, Paris, Claretie,
Brunietiere, Lemaitre y Faguet.
Conservan todavía
cierto prestigio, una verdadera poética y una fantasía que el tiempo no la ha
debilitado algunos autores dramáticos que promovieron en su tiempo asensos
entusiastas (se hace alusión a Eugéne Scribe, autor de Vaudeville y de otras
sutilesn comedias, a Émile Augier, a Dumas hijo, a Victorien Sardau y
finalmente a Edmond Rostand autor del célebre Cyrano de Begerac. Con Henry Becque,
hacia el final del siglo, el teatro asume su función de crítica de las
costumbres.
CUENTISTAS, NOVELISTAS
Y ENSAYISTAS DEL SIGLO XX
Al pasar los primeros
años de este siglo se observa, más que la perpetuación y el desvanecerse de
ciertos estados de ánimo típicos del siglo XIX, la multiplicación de escuelas
literarias completamente distintas en su espíritu y en sus formas. Francia no pierde su función de productora de
novedosas tentativas técnicas. Y si es temprano para dar un juicio general sobre
la producción literaria de esa época, algunas figuras ya indican, a través de
la variedad de las expresiones y la originalidad del trabajo creador, los
rasgos propios de la época. Consumida por una actividad creadora que no se dio
en ningún otro siglo, se encontró siempre ebria de aclaración en todos los
sentidos y direcciones de la vida literaria.
EL ESCRITOR DE MEAULNES
Alain Fournier, este
seudónimo del escritor HenriAlban Fournier (18861914), nacido en Chapelle
d´Angillon. Su infancia transcurrió en Salogne y Ba Berry, donde sus padres
ejercían la enseñanza. Siendo adolescente se trasladó a París donde realizo los
estudios segundarios. Preparado para ingresar en la Escuela Naval, renuncio por
sus nuevas inquietudes literarias y prefirió trasladarse a Bourges a estudiar
filosofía. Por ese entonces comenzó a leer en demasía y escribir, aunque sus
obras de esta época aparecían publicadas solo después de su muerte: un libro de
versos y prosas titulado Miracle, publicado en mil novecientos veinticuatro y
los fragmentos de una novela inconclusa titulada Colombo Blanchet, que más
tarde apareció en la Nouvelle Revue Francaise en mil novecientos veinte y dos.
Su celebridad se debe exclusivamente a la novela El gran Meaulnes, publicada en
mil novecientos trece. Al estallar la primera guerra mundial Fournier se alisto
en el ejército francés, y pereció en acción de guerra en Les Espargues, dijeron
algunos de sus conocidos en el momento que estaba realizando una entrevista a
un fulano. El gran Meaulnes ha ejercido gran influencia sobre la narrativa
posterior. La experiencia personal del autor, encarna en un conjunto de
personajes provincianos, aparece idealizada, y el mundo de la adolescencia es
evocado con nostalgia y poesía, hasta transformarse en un paraíso perdido.
SOBRE JEANPIERRE DUPREY
“¡ Que la tiniebla
sea!” estas palabras con las que se abre el Amor absoluto de Alfred Jarry y es
que toman antitéticamente de la frase del Génesis la más perturbadora y más
súbita eficacia aparecen como el núcleo alrededor del cual se cristaliza la
obra aún de JeanPierre Duprey, del caos primordial, parece el efecto que pudo
salir “la tiniebla” igual que la luz y el hecho es que la noche más sobria está
poblada de animales que no ven más que por ella sin que nada autorice a
atribuirles un rango inferior al compararlos a las bestias diurnas. Esta, por
otra parte, bastante bien establecido que la videncia no conoce nada más
desfavorable que el plano día exterior: la luz física y la luz mental viven en
muy mala compañía. La idea de preeminencia concebida a la luz sobre la
oscuridad puede sin duda ser tenida por una reliquia de la agobiante filosofía
griega. Concedo por esto una importancia capital y una virtud liberadora de las más altas de la objeción hecha por
Stéphane Lupasco al sistema dialéctico de Hegel, mucho más tributario de
Aristóteles de lo que hubiera sido preciso: una dialéctica exactamente inversa
a la suya… es posible y efectiva, aquella en que el valor de negación y de
diversificación, es decir lo que él llama la antítesis, lo que virtualiza,
actualizándose, el valor contradictorio de afirmación y identidad que
constituye su tesis, como también una tercera dialéctica, aquella donde ni una
ni otra pueden respectivamente triunfar y que abre por lo tanto una
contradicción relativa progresiva.
JeanPierre Duprey es
uno de los estandartes y no el menor que sostiene esta perspectiva, siendo esto
el de la intuición pura. Toda época espiritual, vista con retroceso, es
especialmente a la vez por movimiento del pensamiento especulativos de los
cuales los contemporáneos más o menos se cuidan (así, me parece, las recientes
intervenciones de Lupasco) y por fenómenos eruptivos en el plano de la creación
artística que se producen en seres muy jóvenes sin que, está claro, la menor
intercomunicación explique su concordancia. Los años que separan la primera y
la segunda edición de la presente
antología, a pesar del pataleo histórico que hayan marcado, no dejan de ser de
los que cuenta efectovamente al máximo por el hecho de que el porvenir, bajo la
forma más concreta y más simple, se ha convertido en aleatorio. ¿Qué será de
ese porvenir o de ese no porvenir aproximativo? Por una vez, es el pulso de la
especie humana lo que se trata de tomar y ¿Cómo podría hacerse mejor que en
contacto y por la solicitación de una obra que sea hasta hoy más nueva y la más
inspirada?
Sin duda, en la víspera
de mil novecientos cincuenta, esta obra de JeanPierre Dubrey, con ese humor
negro por esa razón el genio suyo siendo un espectro que no cede en diversidad
al espectro solar. No menos secreto que el de Igitur: “abandona la habitación y
se pierde en las escaleras (en lugar de descender a caballo por la rampa) Aquí
el humor incuba bajo la ceniza (“Y fue en el mismo orden que sucedieron los
acontecimientos, después que se hubo agotado al mar y enterrado a la tierra; el
fuego habiendo sido quemado, el aire
desapareció en la humareda del nuevo fuego refrendando La lámpara de la presencia tiende bien a
escondernos al verdadero Duprey, príncipe del reino de los dobles, bajo apariencias
por otra parte muy seductoras. El principal de entre ellos, sabemos por el otro
muy poco, si no es que con su mujer Ueline, la negra, habita una casa situada
en el corazón de un bosque lleno de
lobos.
ALGUNOS ESCRITORES
Hay por otra parte
muchos seres humanos que no han tenido una enseñanza universitaria y para
quienes el ejercicio no es una necesidad profesional; pero, sí lo es vital,
puesto que viven dentro de una cultura, de un mundo cada vez más independiente
y solitario, y en que la cultura como tal es una necesidad cada día es más
general. Ignorar los cimientos sobre los cuales ha podido levantar su
edificación admirable el espíritu del ser humano es permanecer en cierto modo
al margen de la vida, amputando de uno de los elementos esenciales, renunciando
voluntariamente a lo único que puede ampliar nuestra mente hacia el pasado y
ponerla en condiciones de mejor encarar el porvenir. En este sentido, pudo
decir con razón Gracián que “solo vive el que sabe”.
En
ensayo, tal como lo concebimos hoy, está en Montaigne acabado el punto de
perfección. No crea el ese género, lo constituye al fijarse en sus condiciones
típicas, como la forma más holgada y libres de reglas para la expresión natural
del pensamiento y de la emoción.
Susceptible
de tomar cualquier estructura y de alcanzar cualquier dimensión, desde el
aforismo hasta la crónica exhaustiva, según lo que contengan los propósitos del
autor, caben en su texto con idéntica licitud de escolio, el relato. Su mérito
está en la inexpresable flexibilidad con que recibe sin perder su naturaleza
cualquier material según cualquier disposición. En cuanto a esa calidad
elástica, no tiene en la antigüedad que el género epistolar la espontanea
fluidez del coloquio como lo presentaron, bajo los aspectos complementarios,
Cicerón, Horacio; más tarde Apuleyo, genio de la misma heterogénea y vivaz
textura que el de Montaigne, Luciano y Petronio le imprimen un sesgo de mayor autonomía,
reflejan en el las costumbres de la época, en la tesitura de la sátira, con
reflexiones muy sutiles, narraciones populares, diálogos. Adquiere entonces su
cariz incisivo de comentario del día cualquier suceso que es recogido y
expuesto con deliberada finalidad o por simple capricho informativo; y en ese
concepto efectivamente es el predecesor del periodismo actual, que inician el
género Addison y Tteele.
Siempre
mantuvo ese carácter movedizo, en esbozos o apuntes para desarrollar o no más
tarde. Todo dependerá del talento, del temperamento del autor, de su estado de
ánimo, mejor dicho, tal cual Montaigne lo hizo, dándole una plasticidad que
después no ha vuelto a tener. Muy conforme a la índole del espíritu francés,
más tarde serían los ingleses, sin embargo, quienes lo llevaran a sus formas
definitivas, que perduraran a través de diferentes estilos, en Coleridge, De
Quincey y más cercanos a nuestros días Chesterton y Huxley.
Montaige
poseyó personalmente cualidades propias de su género: fue humorístico, grave,
sentencioso, ameno. Conto, divago, medito, se fastidiaba, y todo lo trasmitió
con esa frescura de los gestos y de las palabras que habría empleado ante un
interlocutor. Nada lo contuvo; esta libre dentro de su gran obra como dentro de
su biblioteca; pudo colocarle título y trato de otras cosas; denominarlo capítulo
y supo ser una pieza suelta, donde se atrevió a desarrollar su tema a manera de
una sinfonía o una novela, ceñirlo como un teorema o un sistema abierto. Lo
común es que el ensayo se desarrolle desarrollándose, viviendo, que ande con un
sentido, veloz o parsimonioso, a vuelo de pájaro o a paso de tortuga. El ensayo
no puede ser otra cosa ya que le está permitido serlo todo: él mismo Emerson o
en Simmel, solamente varían el autor, su sentido de la belleza, de las
proporciones y de la responsabilidad. Lo más lindo es que se concluye cuando se
quiere, se comienza de pronto como un in promptu o conforme a una estrategia,
como una sonata. Así Guez de Balzac pudo decir de los ensayos de Montaigne que
cada frase podía ser un principio o un final, y que el autor sabía lo que
estaba diciendo, pero no lo que iba a decir.
Voltaire
hizo de él una obra maestra, tanto en su Diccionario filosófico cuanto en sus
cuentos, cartas y libelos. Fue una suerte para él que ya existiera el ensayo
con sus formas maduras. Porque en realidad era el ensayista nato y por
excelencia que podía escribir en cualquier momento sobre lo que se le
ocurriera, dando a cada escrito los matices más ricos e inesperados por el
ingenio y el humor. Montaigne hizo del ensayo su material fiel, no con su
fisonomía y estatura verdadera, sino con su terrible personalidad. Como él, fue
un ser proteico, amorfo, sustituible de transformarse hasta adquirir la esencia
viva. Su estilo es la equivalencia de su pensamiento.
El
conjunto de sus ensayos parciales tiene únicamente la unidad que les da la
personalidad del autor. Es el documento más completo de la vida intelectual de
un ser humano y, como obra, según opino Brunschvieg, la obra más original, se
le podría titular también: historia universal de un personaje. Es la biografía
de un espíritu nunca satisfecho donde sí se encuentran integras sus páginas
están dotadas de hechos e instantes de una pulcritud y de un mensaje
supremamente vivo.
Todo
lo que le aconteció entre la niñez y los treinta años, edad de su retiro del
mundo, es como un sueño. A los treinta y ocho años se recobra, cansado del
trato de los hombres y de sus funciones públicas. Vuelve a su solitaria
infancia. Por eso no podemos decir en ningún momento que Montaigne sea un
hombre solitario, sino un hombre destinado a la soledad, para guíen permanecer
aislado y en silencio, es más que un gozo y una necesidad de su espíritu, la
plenitud de su segunda naturaleza. No podía evitarlo, deseaba la soledad, la
conversación, la alegría de la tertulia, los lugares concurridos, las cortes,
las asambleas; pero una secreta, invencible tendencia lo reducía a clausura, a
esconderse a volver a la soledad de su latín, a tornarse impenetrablemente como
una torre.
En
sus últimos años no se sabe porque generosa o pasional atracción, esa joven
ingresa a la familia, se hospeda en su casa y se convierte en un gran consuelo
de su vejez y de su soledad. Ella apenas sabe un poco de latín, pero habla con
él una lenguaje de amor en la casa ya nadie comprende: el idioma que él soñó
toda su vida. Hoy es casi una profanación remover los restos de ese misterio
amor que desalojó del corazón de Montaigne a todos los demás; la figura
angelical para nosotros de ese sueño.
Hay
en Montaigne un conjunto de la belleza musical, en primer término la actitud
sincera hacia la vida, esa humildad del filósofo, de instinto de la verdad que
se empuña como un arma, como el caso particular de Nietzsche de pasión de
libertad que ansia de desprenderse de todo lo que lo rodea; de sensibilidad, de
esa macabra opresión de su época con la rebeldía e incapacidad de valerse por sí
mismo. Su admiración a la antigüedad que a la vez es un desprecio por su época,
veneración por los autores clásicos, que es el desprecio a sus contemporáneos.
Siempre
fue un espectador, un consumado estudiante que aprendió sobre la existencia y
consecuentemente un histrión, si es que sus ensayos para muchas sucesivas
generaciones hicieron pensar. En el momento que decidió renunciar
definitivamente a todo lugar al elenco de las representaciones mundanas y
fingidas, comienza su gran trabajo de actor en una comedia de ideas, con su
fatalidad y su auditorio. Progresivamente entra en un nuevo papel, encarna en
su personaje hasta que él mismo concluye por ser el espectáculo atrayente para
su imaginación. Vive mirándose vivir en una duplicación. Cuando leemos sus
libros entendemos que nos ha dejado su imagen escrita, la imagen que en su vida
se formaba y desvanecía en los espejos. El mismo llega a convertirse en un
objeto de la naturaleza, y como objeto de la naturaleza, libre de cualquier
reproche de inmoralidad. Lo que él dijo y pensó, noblemente, de los animales,
que no se ocultan en sus actos naturales, se le puede aplicar a él. Ha perdido
su condición de ciudadano en cuanto autor, y se ha convertido en obra de
ingenio, en un ejemplar de ese mundo natural de las ideas en que cualquier
pensamiento hermoso que se relaciona con la realidad del mundo o del alma,
adquiere inmediatamente la impersonal objetividad y belleza de una figura
regular de las formas del planeta.
El
educador que fue se aplica más bien a la infancia y a la primera juventud, a
los periodos críticos de la formación de la personalidad. Un maestro, en todo
el rigor y latitud del término. En el momento que el alumno necesita instruirse
y, el adulto, entra en el mundo de las formas complejas de la lucha por la
existencia, de la conquista del poder y de la fortuna. Él escribió que el
hombre aprende poco y recuerda mucho. El ser humano que le intereso como él
mismo, es siempre el joven susceptible de perfeccionamiento, el espíritu es un
proceso interminable de formación. Por eso en sus más conocidos ensayos sobre
la educación de los niños que siempre va a tener validez, mientras la enseñanza
tienda a reducir a la criatura a una pieza humana del mecanismo sin conciencia
de la civilización.
En
otro caso el cuerpo readquiere suficiente potestad para hacer sensible a la
mente donde están los límites de su propio, personal, autentico saber, dónde
las fronteras de ese mundo de conceptos, axiomas, leyes, convenciones y métodos
de pensar que pertenecen a la misma existencia. Montaigne se salva, el único en
todo su siglo, de caer fascinado por la inteligencia, por la mera ilusión del
yo en el mundo crea la conciencia a través, mediante ella. No solamente en su
siglo, sino que es preciso retroceder hasta los pirrónicos y los cínicos para
encontrar casos de clarividencia semejantes; y después será preciso llegar
hasta mucho más aquí de Juan Jacobo Rousseau para encontrar hombres que se
hayan liberado de las fascinaciones del espíritu: Thoreau, Tostoi, Hudson, D.
H. Lawrence y algunos más. Libres de las fascinaciones o tiranías irracionales
del espíritu, de la ceguera de la inteligencia deslumbrada por su propia luz.
Esa es la clave de la perennidad y del avasallador poder que aun en nuestro
tiempo conserva Montaigne: su propia conciencia clara de lo verídico y de lo
apócrifo, de lo metal puro y de lo mental vivo, de lo metal que trasciende
viviendo cuando el individuo muere y de lo mental que sucumbe con el celebro
que lo gesto en el acto mítico de Zeus a Palas Atenea diosa de ese tipo de
inteligencia partenogenética, la de los geómetras.
De
manera que la inteligencia de Montaigne obtuvo de nuevo el don concebido al
primitivo y mantenido a los seres inferiores, de sentir la voz de la naturaleza
hablándole a su cuerpo y de su cuerpo hablándole a su alma con palabras y con
símbolos y por supuesto también con
imágenes metafóricas. A su vez, su vida psíquica adquirió el don de parecerse a
la acción, de ser un acto vital, uno de los signos exteriores de la vida, como
lo es el calor, la respiración y todo movimiento del cuerpo. Otra expresión de
esa misma necesidad, acaso más pura en cuanto más completa y evidente, la
encontramos en Moliere y en Shakespeare. No por su condición de poetas y
actores, sino en cuanto esa misma introspección es transferida a seres del
mundo, distribuida en un elenco y no representada por un mismo yo, en forma de
monologo. Los ensayos equivalen a las comedias (y un poco menos a las tragedias),
y de todos modos comprendemos bien, aunque difícilmente se pudiera expresar
mejor, que había de actor en Montaigne y que significa la comedia de las ideas,
a que se refirió también Valéry. Siempre es una razón de por qué Shakespeare se
inspiró en Montaigne y Moliere lo siguió con tanta fidelidad como Descartes y
Pascal.
La
lascivia de Montaigne no glorifica a la mujer; no es un trovador sino un
sibarita que estima las cosas por la calidad y cantidad del placer que
suministran, juzga de la mujer como un mahometano. Conoce sus secretos, las
tremendas facultades de defensa que la naturaleza y la lucha por la vida propia
y de su prole han desarrollado en ella. No posee ninguna sentimentalidad de
romántico, es un pragmático que examina cuál es su función en la sociedad y el
hogar, en el trato diurno y en la alcoba, la utilidad que su misión y que su
conducta reportan en términos generales y específicos. Su opinión acerca de la
mujer es complementaria a su convicción acerca de los alcances y programas del
sexo. Pascal penetro en ese laberinto: de ahí que su sensualidad sea también
frígida y, más que sensual, lasciva escribe en pensamiento, 63. El uso de las
palabras lascivas es lo menos, a pesar de los reproches de Mile. De Gournay.
En
esto coincide Montaigne con la opinión corriente del pueblo, con la sabiduría
de los adagios y con los cuentos licenciosos. Apuleyo, Luciano, y Petronio
pueden colocarse en la misma jerarquía que Sócrates, Séneca y Marco Aurelio;
cada cual tiene la suma sabiduría en los temas de su competencia. Aunque sepa
reconocer las virtudes que en la mujer resplandecen de verberaciones de lo
eterno y divino, para él no representan más que
variaciones atractivas del tema sexual. Leems en el capítulo V del libro III:
Bien: dejando los libros aparte, y hablando más material y simplemente,
encontró después de todo que el amor no es otra cosa que la sed de ese goce en
un objeto deseado, Ni Venus ni otra cosa que el placer de descargar sus vasos,
que deviene vicioso por inmoderación o indiscreción. Para Sócrates el amor es
apetito de generación por intermedio de la belleza.
La
primacía que les concede por lo general, con ejemplos prolijamente escogidos,
tiene un significado de llamado de alarma al buen sentido de la realidad. Nadie
puede negar que las ciencias viológicas y la antropología hayan tenido que
virar, luego de construcciones académicas, a estas bases sólidas y humildes.
Darwin es el exponente máximo de este punto de vista de la antropología de
Montaigne. Las ciencias naturales despertaban en su siglo. Ulises Aldobrandi
publicaba su Historia natural en trece tomos; Andrés Cesalpino estudia el
estudio sistemático de la botánica, proponiendo un método de clasificación muy
parecido al de Linneo; Jerónimo Fabricio se consagro al estudio del lenguaje de
los animales. Todos son sus contemporáneos en una tierra incógnita, poblada de
suposiciones fabulosas. Contra esos dragones de la ignorancia combatía
Montaigne sin espíritu de combatiente. Las ciencias del espíritu estaban en su
tiempos prehistóricos, aún más atrasadas que las físiconaturales y todavía
sobre ellas pesan las multiseculares cesuras que la mala fama que la ignorancia
entorpece en sus desarrollos. No han avanzado mucho en comparación con las
ciencias físicomatemáticas, además de los prejuicios religiosos gravita sobre
este reino de la naturaleza una incompatibilidad funcional de la mente para
manipular los materiales que estructuran el saber de esa índole. Las dudas y
reproches de Montaigne son graves, pero mucho más graves son las críticas de
los biólogos de nuestros días, que ha especificado Bertalanfry. El gran Bergson
ha podido decir en la evolución creadora “…La inteligencia, tan hábil de
manipular lo inerte, muestra su torpeza desde el momento que toca lo vivo;
trátese de la vida del cuerpo o del espíritu, procede con cierto rigor, la
tiesa y la brutalidad de un instrumento que no está hecho para tal uso, tan solo nos sentimos
cómodos en lo discontinuo, en lo inmóvil, en lo muerto. Caracteriza a la
inteligencia de una falta de comprensión de la vida.
Montaigne
hizo de la lectura un modo de acción, de participación en los acontecimientos
más significativos de la historia. Batallas, raptos, conquistas, expediciones,
reducidos a meros elementos informativos de los libros, le ofrecían hacer a
actor sin riesgos. La total impregnación del alma en las lecturas es lo que
fortifica los elementos del sentir y pensar; la lectura activa es uno de los
secretos del desarrollo y temple de los grandes espíritus. Lectores así fueron
Virgilio, dante, Rousseau, Montesquieu, Carlyle. Lo que ellos pensaron surgió
como un elemento gimnástico. Las lecturas de Montaigne actuaron sobre su
pensamiento formado parte de él, no por yuxtaposición sedimentaria. El mismo
confeso a través de sus libros hasta qué punto temía siempre de sus ideas no le
pertenecieran, que fueran adheridas de lecturas apasionadas. Leía pues como los
infantes que no juegan, sino que son lo que juegan. Lo que Mach llama el
experimento mental es la misma capacidad infantil de identificar acción y
pensamiento, especie de alucinación del raciocinio.
Por
último de decir, el estilo de Montaigne es supremamente personal, pero a la vez
es muy francés. No diría que lo sea como otro ninguno, porque también Racine,
malherbe, Voltaire, Chateaubriand, Hugo, France y Valéry representaron una
porción muy viva y autentica del alma de Francia. Mas hay una forma de pensar,
de vivir, de contar, de creer y hasta de burlarse que es puramente francesa,
que caracteriza al alma de Francia en las letras que es, como cuando se habla
de Shakespeare en Inglaterra, absolutamente evidente y absolutamente
inexpresable. Montaigne esta en esa condición. Recoge, como Boccaccio y
Chaucer, ese espíritu difuso y diseminado, le da forma, una fisonomía, un
acento; recibe esas caracterizaciones germinativas del espíritu de la raza y
los trasmite puros y fecundos. La literatura anterior a él, tanto la popular
como la erudita, contienen ya cualidades de Montaigne; y en lo sucesivo, a
través de él, atravesándolo, las conservará, tanto en el teatro en sus dos
máscaras: Corneille y Moliére, como en la prosa narrativa y en el ensayo.
Intentar especificar cuáles sean esos valores es tarea absurda, porque se los
percibe íntima, intuitivamente, y eso es lo trascendental y lo eterno que
expresan los artistas, los pensadores y los poetas: lo infinitamente variado y
siempre trascendente en lo mismo.
EL ESCRITOR DE MADAME BOVARY
El
diecinueve de septiembre de mil ochocientos cincuenta y uno. En la noche, en la
casa al borde del Sena donde permaneció la mayoría de su existencia, Gustave
Flaubert empieza a escribir Madame Bovari. Prevé unas dificultades estilísticas
que lo espantan, y añade en su carta a Loise Colet: “Ser fácil no es sencillo”.
Su libro escribiéndolo duro un poco más de cuatro años y medio de la más
acentuada labor, registrada casi por él mismo en sus largas cartas. No existe
en la literatura un caso que haga entender el misterio, para Flaubert el
infierno, de la creación. De cierta manera lo han comparado con su contemporáneo
Víctor Hugo ya que en ellos la facilidad de creación es pasmosa. En la objetividad
se puede decir que Flaubert fue un artista consumado en su labor poniendo en su
desmesurado propósito toda una vitalidad normanda y además poseía todo el
tiempo que le permitía su situación acomodada y su enorme ambición por
destacarse siempre. Por eso fue una viva proeza de dimensiones heroicas, no
tanto por el cotidiano, quizás exagerado, sufrimiento cotidiano, sino por la
osadía por la apuesta: apoyarse, dijo Baudelaire, en el análisis y la lógica
para probar” que todos los temas son indiferentemente buenos o malos según la
manera en que sean tratados, y que los más vulgares pueden convertirse en los
mejores”. Hay una paradoja implícita. Para ser sencillo, Flaubert se ve
obligado a ser artificial en grado sumo, a que no haya un solo aspecto del
libro que no surja de una casi fanática deliberación. Todo, hasta el más mínimo
detalle con forzada objetividad. Cada palabra, cada escena, cada personaje,
cada descripción debía contribuir de
modo igual o paralelo a la totalidad, de manera que no quede ningún cabo
suelto, que no hubiera nada superfluo, lo que hace que todas las frases
individuales como las escenas,
personajes y descripciones estén cargadas de significado, imbuidas de lo que
podrán llamar simbolismo.
Flaubert,
aunque padre putativo del naturalismo, que es el realismo llevado al extremo,
en cierto modo más afín a los poetas simbolistas que a sus contemporáneos
realistas. Su percepción del lenguaje, su obsesión por el libro perfecto, un
libro que trata de vencer el fluido vacío, sin nexos exteriores, que sostenía
por la fuerza interna de su estilo” , de un modo lo acercan Mallarmé, por
ejemplo. El poeta hasta coincide con Emma. “Y he leído todos los libros”, se
lamenta. Emma piensa: “Yo he leído todo”, hacia el fin de la primera parte, en
el colmo del hastío, poco antes de quemar su ramo de bodas, con lo que se
cierra ese tedioso de preparación para el adulterio y el largo análisis de su
vida hasta ese momento, Esté es uno de los tantos incidentes que revelaran el
método simbólico a que apela el escritor una y otra vez en su afán de”hacer
soñar” (o pensar), de exponer y no de discutir. Nunca nos dice, “Emma estaba
lista para el adulterio” o” el adulterio es para ella un escape de la monotonía
matrimonial.
Emma
en esta novela es la más real. La mitad de la primera parte es la historia de
su vida, sus sucesivas decepciones con la religión y el amor. Después la vamos
conociendo como es ella, poco a poco, y y en cierto modo nunca terminamos de
hacerlo. Al contrario de Charles, que queda definido en las primeras páginas,
Su mediocridad se confirma a lo largo de la novela, a través de Emma, de él
mismo únicamente hasta que se casa con ella y al final, cuando se queda solo, y
el dolor lo redime y lo mata.
En
el análisis psicológico de Emma se percibe otro aspecto de la originalidad de
Flaubert. Acumula hechos, ensueños, sensaciones que no tratan de reproducir el
pensamiento tal como funciona. Erich Auerbach anota que” en las conmociones
psicológicas de Emma se ve la confusión de la situación interna en la dirección
que él mismo da, en la dirección de repugnancia hacia Charles Bovary, se trata
de que la situación misma se vierta en palabras que no contengan mezcla alguna.
La
depuración de la prosa con el fin de darle más fuerza al tema es quizás más
difícil, o tan difícil como el método exhaustivo y agobiador de describir a una
persona. Se trata dijo Maupassant, su más fiel discípulo de la época, de mirar
lo que uno quiere expresar, el tiempo que se necesite y con suficiente atención
para descubrir en él un aspecto que no haya sido visto ni dicho por nadie. Y
Flaubert le aconsejaba al joven prácticas como esta:
En
el momento que pase ante un tendero, frente a un portero fumando pipa, frente a
una estación de coches, muéstreme ese tendero y ese portero, su actitud,
conteniendo de tal modo todo su aspecto físico, margada por la exactitud de la
margen, toda su naturaleza moral, de modo que yo no los confunda con ningún
otro portero, y hágame ver con una sola palabra, en que no se parece un caballo
de coche a los cincuenta que le siguen o preceden.
Al
terminar el suicidio de Emma. Su identificación con los personajes y las
situaciones era tal que pudo escribir: “Hoy, por ejemplo, ambos hombre y mujer,
anduve a caballo en un bosque, en una tarde de otoño, bajo las hojas amarillas,
y yo era los caballos, las hojas, el viento, las palabras que se decían y el
sol rojo que las hacia entrecerrar los parpados ahogados por la emoción. “Esto
que sentía, no lo expreso así jamás en la novela, pero el lector puede hacerlo,
lo hace, de acuerdo a su imaginación y a sus sentimientos. Es como la vid, y
como diría Shakespeare, la materia de nuestros sueños.
La
biografía describe todo lo que Flaubert vivió, de forma que no deja dudas sobre
su inteligente existencia. Nace en el mismo año que muere Napoleón en la isla
de Santa Elena, a los tres años nace su hermana Carolina y sucederse el año de
mil novecientos treinta y dos, estudia como interno en el Liceo de Ruán hasta
el año mil ochocientos treinta y nueve, años después funda el periódico escolar
Art et progres. Escribe cuentos y relatos históricos; un año después escribe
varios cuentos como: El perfume del sentir y otros cuentos que ya le otorgan cierto
prestigio entre otros escritores. Conoce a Murice Schelesinger y su esposa
Elisa Fauault, de la que perdidamente se enamora. Este amor platónico que lo
llevo a escribir Mémoires d’ un Fou, que luego hará parte de La educación
sentimental. Al pasar un año La revista Le colibrí publica varios de sus
cuentos y de sus relatos históricos. En mil ochocientos treinta y ocho finaliza
Memoires d´un Fou y escribe La dame des morts y Agonies. Al año siguiente
incentivado de sobremanera escribe Esbozo de la tentación de San Antonio, Los
funerales del doctor Marhurin Rabelais, deja el liceo y prepara solo el
bachillerato. El cual aprueba un año después, de premio viaja a los Pirineos y
a Córcega en compañía de su amigo Jules Choquet. Tiene una bella aventura con
una bella mujer, al terminar el año y empezar otro nuevo ingresa a la facultad
de derecho de París, estudiando comienza a escribir varios relatos y trasforma
de algún modo La educación sentimental haciéndole drásticos cambios y al
terminar el texto viaja a Italia. Al regresar al año siguiente a la ciudad luz
muere su padre y su hermana todo esto hace que se retire en una casa de campo
en las cercanías de París donde escribe una comedia en verso, en una de sus
andanzas conoce Louise Colet. Al año siguiente viaja en compañía de Ducamp a
Turna y Bretaña y esas impresiones estarán en el relato Par les champs et par
gréves. En el año de mil ochocientos cincuenta estando en su casona parisiense
logra terminar la primera parte Madame Bovary y empieza un periodo de correspondencia
con Víctor Hugo. Al pasar un año rompe definitivamente relaciones con Louise Colet pero por fortuna para él aparece
Beatrix Person. En mil ochocientos cincuenta y seis logra termina Madame
Bovary. Un año después es citado por un juzgado de París por agravios contra la
moral cristiana, por su novela se le dicta sentencia absolutoria, pero a pesar
de eso su editor logra sacar al mercado de los libros en dos tomos su novela.
Al pasar dos años empieza a escribir Salambó, su enemiga Louise Colet una obra
crítica de su obra. En mil ochocientos sesenta y dos logra que se publique
Salambó y es un largo periodo de correspondencia con George Sand, conoce a
Turqueniev en una de las tantas reuniones y por quien demostrará profunda admiración.
Al transcurrir siete años de su vida, en ese otro año. Reconstruye la obra
póstuma de Bouilhet. Le Sexe Faible Sirve. Sirve como enfermero de Ruán durante
la guerra Francoprusiana; es nombrado teniente de la Guardia Nacional. Croisset
es tomada por los alemanes, se refugia con su madre en Ruán. Al año siguiente
viaja en compañía de Dumas hijo a Bruselas y Londres. Al volver a la capital
francesa establece relaciones con Léonie Brainne. Al pasar un año cambia de
editor por unos enfrentamientos con Levy a raíz de la publicación de Dernieres
con prólogo de Flaubert. Muere su madre yéndose por esa razón a vivir a
Bagneres de Luchon en compañía de su sobrina. Luego de pasar un año se encierra
en su casa de París donde escribe la novela Le Candidad y hace amistad con Monpassant,
el teatro Vulldeville estrena Le Candidat y un año después queda en la inmunda
ruina. Al pasar tres años vive una situación demasiado precaria, da la autorización
para la adaptación de Salombó para una ópera y proyecta para escribir La
battalle des Thermopyles. En mil ochocientos ochenta se reúne en Croisset con Champentier, Dudet, E de
Goncour, Monpassant y Zola en la casa de este último, el ocho de mayo muere de
un derrame cerebral. Su nueva editorial publica su Publicación póstuma de su
novela inconclusa Bouvard et Pécurchet.
UN
ESCRITOR ENTRE LA LUZ Y LA OSCURIDAD
Este
escritor habido, con seis novelas, más de trescientos cuentos y muchas
crónicas, Guy de Monpassant (18501893) logró responder con muchas expectativas
a las esperanzas de su protector y padre putativo, el gran novelista Gustavo
Flaubert siendo su amigo que considero a Guy casi como su hijo adoptivo, pues
su madre Laura fue amiga de infancia y juventud y hermana de sus mejores
afectos, el sufrido escritor Alfred Le Poittevin, falleció a los treinta y dos
años.
Nacidos
ambos es Normandía, un tradicional lugar francés regado por las aguas del Sena,
en su camino hacia la desembocadura del Canal de la Mancha, Flaubert y
Maupassant con cierta maestría la vida tradicional de la provincia materna, así
como los ajetreos de la vida parisiense en los tiempos de los grandes cambios
económicos, políticos y sociales, sin dejar por supuesto, a un lado lo
fantástico, histórico y tétrico.
Entre
la vida literaria como una estrella fugaz, y con el sentido de un estruendoso
rayo “escribió Monpassant, apuesto y vigoroso joven que amaba el canotaje en
las aguas del Sena, las mujeres, el vino y los burdeles, y sufrió a lo largo de
su poca existencia los estragos de la sífilis, que contrajo al parecer a los
veintiún años, y de locura, que asecho con frecuencia a su familia. Hijo de
madre terriblemente neurasténica, quien varias veces fue internada en el
sanatorio, y hermano de Hervé, a quien tuvo que ingresar en un hospital
psiquiátrico y que murió poco antes que él, paralizado, Monpassant termino sus
días convertido en un desecho humano el seis de julio de mil ochocientos noventa
y tres, en la mítica clínica del doctor
Blanche, situada en el barrio parisiense
de Passy, a donde fue llevado tras un intento de suicidio.
Nació
el cinco de agosto de mil ochocientos cincuenta en el castillo de Mirosesnil,
cerca de Dieppe, en una familia burguesa provinciana, y pronto enfrento, a los
diez años, la separación de sus padres, algo extraño en esa época, así como la
lejanía de un progenitor mujeriego y ambicioso a quien solo veía de vez en
cuando en París. Su infancia transcurrió en diversos lugares de esa región,
siendo un territorio cercano al mar, lleno de esplendorosos castillos y de
particulares ruinas, sitio de prosperas fincas, vacas inmensas, queso muy
variado y de excelentes vinos y de muchas fiestas populares. Y como punto
neurálgico de esa zona figuraba El Havre, el puerto donde salían las
emigraciones hacia América y a donde arribaban todos los viajeros antes de
recalar en París.
De
la capital francesa a El Havre, fue centro de su juventud el río Sena, el mismo
en que se inspiraron tantos paisajes a los pintores impresionistas que, como
Monet, Renoir, Sisley y tantos otros, plasmaron en sus telas crepúsculos encendidos
de Argenteuil, los veranos de pesca, las barcazas, el espejo titilante del
agua, la vida cotidiana en pequeños y agitados malecones. Ligados para bien o
para mal a París, los pueblos y ciudades cercanas al río más famoso de Francia
están llenos de historias que se efectuaron entre lo más provinciano y lo más
cosmopolita, pues sus protagonistas circulan entre la capital y El Havre. En la
adolescencia, Maupassant fue recibido indistintamente por Flaubert e incluso
con más frecuencia por su amigo el poeta Louis Bouilthet, que murió también
joven como el tío Alfred Le Poittevin.
En
casa de Flaubert tuvo la fortuna de conocer a Emilio Zola, Ivan Turgebiev, a
Joris Huysman y a los hermanos Goncourt, con los cuales de temprana edad estuvo
ligado a lo más grande del mundo literario parisiense de la época.
Con
la motivación del escritor de Madame Bovary y la amistad de los mejores inicio
una vertiginosa carrera literaria y mundana de solo una década: publica, una
tras otra, varias colecciones de cuentos como La casa tellier (1885), mademoiselle
Fifi (1882), Yvette (1884); Bel Ami (1885), el mismo año que muere Víctor Hugo
en 1887, cuando publica El Horla, viaja a África del Norte y comienza a
deteriorarse de manera rápida su salud; a finales de ese mismo año va a Argelia
y Túnez y ese mismo año muere loco su hermano Hervé.
Durante
esa década de mil ochocientos ochenta, el joven escritor da lo máximo de sí y
se vuelve una celebridad parisiense por sus artículos en diarios como Gaulois,
Gil Blas o en revistas de renombre. Es también un cronista desde todos los
lugares visitados envía sus crónicas.
Francia
vive en esos tiempos, años de un acelerado desarrollo industrial y tecnológico:
el ferrocarril, surge la fotografía; París es trasformado por el barón de Haussmann,
que destruye los viejos barrios sucios, para trazar múltiples bulevares e
impone un estilo arquitectónico sólido y burgués, en una desbocada carrera
inmobiliaria que plasmo en la capital ese buen estilo francés. Por los lados
de, todas esas increíbles construcciones analizadas por Walter Benjamin, llenos
de curiosidades, mercaderías de lujo y dandis de inspiración británica; llega a
lo máximo el auge de la impetuosa burguesía descritas en las novelas de Balzac;
en barrio La nueva Atenas florecen los cabarés, bares y burdeles pintados
posteriormente por ToulouseLautrec, donde abunda todo tipo derroche, aunque son
fulminados jóvenes por los excesos de ese ambiente de bohemia, los poetas
malditos. Nerval y Verlaine, mueren pobres y vestidos harapientamente, acabados
por la absenta, la sífilis y el éter y una miseria de la que nunca salieron.
Guy
fue un gran escéptico ya que tenía poca esperanza en el género humano. Por esas
historias crueles muestran a los seres humanos en su mezquindad y pequeñez.
Poseyó un ojo clínico para mostrar a los individuos en su propia mentira, y su
forma de ver con una visión de águila la aplica sin piedad a la vejez, a la
juventud, a la enfermedad, a la ambición, a la traición, a la avaricia, a la
mentira, al engaño, al cinismo, a la crueldad, a la estupidez. Entran en escena
el vivo que seduce a la inocente, la estrechez de miras del miserable campesino
o pobre ciudadano; la ridiculez de los pequeñoburgueses, la crueldad del
ricachón y la avidez de la coqueta que lo arruina; el frío cálculo del
arribista o del financiero, y entre todos esos personajes tal vez se salvan
solo aquellos aventureros lucidos que lo dejan todo y recuerdan, ya acabados,
el esplendor de sus viajes o batallas, sus amores o despechos. Y solo queda el
paisaje de nostalgia, ese teatro de la vida efímera que se repite de generación
en generación.
Su
existencia vivida al máximo fue un cuento. Luego de tan corto delirio de toda
una época, circundado de mujeres y de admiradores, todo cae como un juego de
cartas. Como narrador omnisciente y omnipresente que vio crecer y morir a sus
pobres criaturas de folletín. En enero de mil ochocientos noventa y uno,
Maupassant dice” me estoy volviendo loco, y los efectos de la sífilis siguen
tan raudos en este cuerpo que reduce el ritmo de mí trabajo, aspiro en ese
momento solo dedicarme a la novela y abandonar para siempre las historietas.
Se
instala en Cannes en un chalé, redacta su testamento y escribe en su última
carta a finales del año:” Estoy absolutamente perdido. La muerte es inminente y
estoy bastante loco”. El primero de enero de mil ochocientos noventa y uno
intenta suicidarse y es traslado urgentemente el siete del mismo mes a la
clínica del doctor Blanche, donde habla todo el tiempo con personajes
imaginarios, únicamente banqueros, corredores de bolsa y gente de dinero, según
el diario de los hermanos Goncourt. Se le paralizan las piernas, sufre convulsiones
y muere, es enterrado en el cementerio de Montparnasse, donde reposa también Charles
Baudelaire, otro hijo de un siglo que fue y será siempre muy antiguo y muy
moderno.
UN ESCRITOR DESCONOCIDO
La
imagen resulta enigmática para quien no haya leído a Immanuel Bove para los que
nunca hemos abandonado una mano de los cálculos de un guantero. Lo cierto es
que nosotros los lectores que nos asomamos por primera vez al universo bobiano,
este escritor está recogido en un sentímiento casi físico, del que difícilmente
saldrá inmune. Edmond Jaloux, un crítico comemporaneo de Bove, abunda en el
sentido de Rilke, explicando el cifrado testimonio del poeta: Apenas si se
detiene la impresión de estar leyendo. Uno cree que está viviendo el flujo de
los acontecimientos que pasan y vuelven a pasar ante la mirada, sin que ninguna
sorpresa en particular detenga la atención y, de pronto, uno tiene el corazón
inexplicable acongojado, por lo que uno ve y parece semireal, semiobservado y
semisoñado, coincide con la verdad y la exactitud despierta angustia. La
minucia de Bove es tal que no escatima un solo detalle, al menos en apariencia,
porque prácticamente todo lo que utiliza esta bien registrado y escogido con
sabiduría. Pero, las enumeraciones de pequeñas pinceladas lo perseguirán como
una alucinación; los personajes realmente viven para el lector, que acaba
conociendo de ellos todo lo que se debe saber. Él toma partido por ellos y
cuando la desgracia los aflige, siente una herida en su sensibilidad, como si
algo supremamente desagradable le hubiera sucedido a uno de sus amigos.
Por
su lado, en diciembre de mil novecientos veinte ocho, Max Jacob le escribe a
Emmanuel Bove: pasa el domingo leyendo sus dos libros. Me siento poco
habilitado para comentárselos, ya que me conmovieron con una violencia que me
impide juzgarlos. Se diría que es la imagen misma de la existencia humana lo
que esbozo, sobre todo en Mesamis. La coalition es un libro, un verdadero
acontecimiento. Concibió usted una empresa que nadie más pudiera llevar a cabo.
Pero en su caso, el poder de evocación, la elección de detalles tan
significativos, el dolor y el amor del novelista, la verosimitud de los
caracteres a un tiempo minuciosos y sobradamente humanos, resultan más atractivos
que una intriga balzaniana o que un drama a lo Dostoievski. No he dejado de
hablar de sus libros y pongo en mis comentarios el fuego de una aventura
personal, tan grande es el parecido con Nicolás, que es toda mi juventud. Hasta
el suicidio me pertenece, pues que en dos ocasiones lo intente. Tenga la
seguridad de mi completa admiración y permítame enviarle mi más viva y amistosa
simpatía.
Por
lo que he leído toda la obra de Emmanuel Bove está sellada por el trauma
inicial de la miseria y por los complicados nudos de la culpa para quien
intenta liberarse de ella a través del efecto compensatorio del arte. Los
estudios de Bove fueron aleatorios por decisión propia y causas de continuos
debacles materiales de la familia. La vocación por lo que he leído apareció
temprana, misteriosa y como instintivamente, en la Austria de la primera guerra
mundial, donde el joven recluta mataba más ansias que enemigos. Colette fue guíen
descubrió el talento inédito y publico su primera y más predispuesta novela:
Mes amis, en julio de mil novecientos veinte cuatro, cuando Emmanuel Bove
acababa de cumplir los veintisiete años. La reacción de la crítica fue inmediata,
pero se dividió entre el asombro, el rechazo y una rendida admiración. En mil
novecientos veinte ocho, Bove fue galardonado con el premio literario más
cotizado de la época: el premio Figuiere, sobrepasando a escritores de la talla
André Malraux (Les conquérants) y Drieu La Rochelle (Bleche).
Aunque
la mayoría del tiempo se ganaba la vida como periodista, en los años siguientes
a su temprano éxito. Emmanuel Bove se dedicó a escribir casi de tiempo
completo, con una desenfrenada pasión que se podía interpretar como una muerte
prematura. Sus novelas y relatos fueron ganando cada vez más espacio en los
escaparates de las librerías y en el interés de los críticos y de los
comentaristas, mientras el escritor se iba diluyendo en la sombra, el silencio
y el anonimato de su creación.
Perece
poco después de la Liberación de Francia, a consecuencia de una pleuresía mal
curada, la víspera de los festejos del catorce de julio de mil novecientos
cuarenta y seis.
La
gran problemática de la novela es poder pasar del análisis de los sentimientos
a la exposición. Cuando un personaje sale para ir a cualquier sitio, la escena
solo se justifica si ilumina el carácter del protagonista. Estoy casi seguro
que las escenas en las que los diferentes personajes viven, actúan, no deben
ser muchas. En resumen, los temas es imposible que existan; solo se importa lo
que se siente. Por ejemplo percibo muy vivamente la falta de acción, que será
la acción de un libro determinado.
Se
puede convertir a Bove en un precursor de muchas corrientes literarias, pero
siempre su obra que dará renuente a las expeditivas asimilaciones. Antes que un
astro que ilumine fugitivas constelaciones, habría que ver su obra como una
piedra preciosa, resistente a la usura del tiempo y de las modas, original
desde su nacimiento hasta nuestro días, que brilla por si sola e
inexplicablemente, dada la opacidad del universo que recrea. Si tal piedra
existiera, la obra de Bove sería algo así como un diamante negro.
Afirmar
acertadamente sus biógrafos Raymond Cousse y JeanLuc Besson. El universo
Boviano es de una negrura casi total, sino fuera por el humor que lo
contrapuntea y curiosamente proviene de un exceso de lógica en el candor. Así
zanjaba Bove los reparos al pesimismo de su creación. Un pesimista es un individuo
que vive entre optimistas. En mil novecientos setenta y siete, e periódico Le
Monde desplego a ocho columnas la peyorativa que habría de marcar la segunda
vida editorial del escritor: ¿Ha leído a Emmanuel Bove? En Las novelas
literarias, JeanLouis Ezine festejaba la exhumación propiciada por Flammrion y
Le Castor Astral, con la idealización: La Bove generación acaba de nacer. “Una
formidable empresa editorial se propuso la reedición de las obras completas de
los más grandes de los escritores franceses desconocidos”. Durante diez años,
dos devotos de la primera hora: Rymond Cousse y JeanLuc Bitton, se abocaron a
una investigación que se antojaba imposible: reconstruir la vida fantasmal de
Emmanuel Bove. El resultado: Emmanuel Bove, La vida como una sombra (Le Castor
Astral, 1994) es, a un tiempo, una proeza y un riesgo: gracias a sus biógrafos,
el escritor y el personaje de Bove se agiganta en el misterio de su revelación
y amenaza en convertirse en una leyenda más atractiva aún que la obra. Un solo
fragmento de la biografía permite calar al escritor, tan parecido a los
desvalidos que, en las novelas, se debaten entre la levedad de sus virtudes y
la irreverencia de sus vicios, así como la sana distancia de los biógrafos
supieron mantener hacia el blanco de su admirable tenacidad.
A
partir de los ochenta, el fervor por la obra de Emmanuel comienza a traspasar
las fronteras. Raymond Cousse intenta caracterizar a este nuevo público en un
artículo titulado: “Bovianos de todos los países…”: Aunque no son escandalosos
a menudo son tan discretos como su modelo los lectores de Bove son
incondicionales. Cuando se anunció alguno de ellos que se conoce la obra de
Bove, esto significa algo más que un simple pasaporte. Se trata de un verdadero
rito de reconocimiento entre los miembros de una cofradía ligeramente secreta.
Desgraciadamente, como está escritura llega a lo más íntimo, el boviano es lo
contrario a un proselitista. Para aquellos que la aprecian, la obra es ante
todo un refugio. “Entre los bovianos más famosos se encuentra su traductor
alemán: el novelista Peter Handke, que supero su paralizante admiración por
Bove gracias a una labor de una activa difusión de la obra en el ámbito
germánico.
Todas
sus novelas son igualmente representativas del conjunto. La última noche
considera la obra maestra de este escritor, la novela fue escrita en mil
novecientos veintisiete y se publicó hasta mil novecientos treinta y tres con
el título: Un suicidio, más tarde otra famosa editorial la publico con su
título original
Un
fragmento de esta novela:
Por
desgracia, la realidad era menos romántica. Despeinado, con el cuello
desabrochado, el chaleco semiabierto, Arnold estaba tendido en el piso de su
cuarto, De una vez cuando, su cuerpo se sobresaltaba de una manera terrible. El
gas había invadido incluso el interior de los armarios. Los labios del joven se
tornaban violáceos; sus rasgos se hinchaban. Sin embargo, no sentía ninguna
dificultad para respirar. Era indiferente a la agonía del cuerpo, como si el
alma estuviera liberada. Vivía por si sola. Tenía conciencia de no correr
ningún peligro. Flotaba sobre la escena miserable como un extraño.
EL
ESCRITOR EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Los
literatos, los que se han dedicado de lleno a la historia de la literatura y
destacados críticos han dicho que En busca del tiempo perdido no sólo es una
obra cumbre de las letras francesa del siglo XX, sino también una de más
grandes creaciones literarias de todas las épocas, en la que la trasposición en
el relato de Marcel Proust (18711922), así como de personajes y ambientes
sociales de su tiempo, se pone al servicio de un propósito radicalmente
innovador del genero novelístico que por orden son: Por el camino de Swann, A
la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra,
La fugitiva, y El tiempo recobrado.
Proust
nació en París el diez de julio 1871, en el seno de una familia adinerada.
Estudio en el Liceo Concorcet. Comenzó la carrera de derecho pero pronto
abandono sus estudios para relacionarse con la sociedad elegante de la capital
francesa y de dedicarse de lleno a la escritura. Su primera obra una colección
de ensayos y relatos titulada Los placeres y los días (1896), es sólo la
idiosincrasia, pero muestra dotes de observador para reproducir las impresiones
recogidas en los salones de la ciudad. Este material lo emplearía con más
eficacia con sus obras posteriores. Aquejado de asma desde la infancia, a los
treinta y cinco años se convirtió en un enfermo crónico, paso el resto de su
vida recluído en su habitación y con los cuidados de la bella Celeste, donde
escribió su obra maestra en Busca del tiempo perdido.
Esta
obra de Marcel Proust describe con minuciosa escritura la vida física y, sobre
todo la vida mental de un hombre ocioso que se mueve entre la sociedad. Toda la
obra es un largo monologo interior en tercera persona y en muchos aspectos es
autobiografía. La primera parte, por El camino de Swann (1913), cuya primera
edición fue sufragada por el propio Proust, pasó inadvertida. Años más tarde
apareció A la sombra de las muchachas en flor (1919), que resulto un gran éxito
y obtuvo el prestigioso premio Goncurt. Las partes tercera y cuarta, El mundo
de los Guermantes y Sodoma y Gomorra. También tuvieron una suprema acogida, las
tres últimas partes que Proust dejo manuscritas antes de su muerte, se
publicaron después de su muerte: La prisionera (1923), La desaparición de
Albertina (dos volúmenes, 1925) y El tiempo recobrado (1927). La importancia de
la obra de Proust reside no tanto en sus descripciones de la cambiante sociedad
francesa, como el desarrollo psicológico de los personajes, y en su
preocupación filosófica por el tiempo. En el momento que trazo la trayectoria
de su héroe desde la feliz infancia hasta el compromiso romántico de su propia
conciencia como escritor, buscaba verdades éternas, capaces de revelar la
relación de los sentidos y la experiencia, la memoria enterrada que de pronto
se libera ante un acontecimiento cotidiano, y la belleza de la vida, oscurecida
por el habitó y la rutina, pero accesible a través del arte.
Trato
al tiempo como un elemento al mismo tiempo destructor, positivo, solo aprender
gracias a la memoria intuitiva. Percibe la secuencia temporal a la luz de las
teorías de su admirado filósofo francés Henri Berson: es decir, el tiempo como
un fluir constante en que los elementos del pasado y del presente poseen una
realidad igual.
Proust
también exploro con valentía los abismos de la psique humana, las motivaciones
enunciantes de la conducta irracional sobre todo con relación con el amor. Esta
obra traducida a muchos idiomas, hizo famoso al autor en el mundo entero, y su
método de escritura basado en un minucioso análisis de carácter de sus personajes, tuvo
una importante repercusión en toda la literatura del siglo XX. Otra novela
descubierta y publicada tras su muerte, aunque escrita entre 18951899, es decir
anterior a su primera novela es Jean Santevil (3 volúmenes).
UN ESCRITOR LUCIDO
La
obra de Georges Bataille tiene una inusitada coherencia. Los primeros motivos
que animan sus libros de los años treinta parecen resurgir en los últimos
escritos, aunque con diferente intensidad, nuevas premisas. El erotismo, la
risa, el sacrificio, el gasto, la perdida, la ausencia de Dios… ¿Cómo pensar en
lo que esas palabras señalarían peo sobre la cual no dicen nada? Sin embargo,
antes del pensamiento, son términos que aluden a una experiencia. Eso es lo
imposible de pensar, lo imposible de escribir. En ese punto en donde el
pensamiento encuentra su límite, empieza Bataille: una experiencia.
Los
ensayos que él escribió en los tomos XI y XII de las Obras completas de
Bataille, originalmente publicados en varias revistas, nunca se incluyeron en
los libros que por esos años (19441961) compusiera el autor. En ellos pueden
hallarse vías de acceso paralelas a los caminos de sus más célebres volúmenes.
Algunos pasajes de Summa ateológica, de La literatura y el mal, de El erotismo,
de La parte maldita, entre otros, se ven iluminados. Inclusive ciertos motivos
de Bataille trataba plantear en sus proyectos más ambiciosos, como la soberanía
o la pura felicidad, encuentran aquí algunos de sus desarrollos fundamentales.
¡Fue Bataille un filósofo? Heidegger lo mencionaba como lo “mejor cabeza
pensante de Francia en este siglo”, que ya pasó, tal vez para confirmar esa
sentencia. ¿Fue un escritor? Sin dudas, escribió, pensó, pero en la escritura
rechazaba tanto el decoro de la superficie pulida de un discurso “bello” como
la formulación consecuente, el rigor heredado de los sistemas filosóficos. Si
lee a Hegel es para extraer de su sistema, cuyo movimiento depende de la
negatividad, una afirmación soberana. Como Bataille lo expresa acerca de un
libro (¿literario?, ¿filosófico?) de Maurice Blanchot: “El juego del
pensamiento requiere una fuerza, un rigor tales, que a su lado la fuerza y el
rigor que exige la construcción dan la impresión de un relajamiento. El
acróbata en el vacío está sometido a reglas más precisas que del albañil que no
se separa del suelo. Solo llegando hasta el límite del pensamiento claro y
distinto, se podrá ver su más allá, que no es la mera oscuridad, sino el lugar
donde los chispazos del pensamiento hacen visibles sus estelas, en lo que en
ellos era irreductible incluso en el seno de la luz homogeneizadora de la
razón.
Podríamos
decir que Bataille siempre, a través de la filosofía, la antropología o la
reflexión estética, llega a la poesía que no será entonces un género literario.
Se trata más bien de un movimiento que
deja huellas en lo escrito: creación por medio de la pérdida o, en otros
términos, el acto del sacrificio en el lenguaje. Si las palabras parecen de
construir un mundo y de hecho justifican, por medio del pensamiento discursivo,
el mundo de la acción práctica, de los fines útiles, en la poesía se anularía
ese carácter articulado, separando, hechos de conceptos y referencias, y se
haría visible la totalidad continua de lo que existe. El erotismo, la visión
mística, lo poético, la simple felicidad, son retornos fugaces de lo continuo
que niegan la discontinuidad de los seres y sus conciencias separadas. Si la
conciencia humana se separó de la animalidad y de la naturaleza, lo natural y
el cuerpo no dejan de ser aquello que sostiene ese apartamiento y su verdad
última puesto que siguen siendo la manifestación de su ser moral, perecedero.
Ese retorno de lo continuo en la conciencia discontinua y sus distinciones
claras sería la poesía, la afirmación más absoluta, el gran “si” nietzscheano
frente a todo lo que hay. Y esos instantes que se experimenta la continuidad
son el verdadero fin, la meta y el pináculo donde una existencia se justifica
por sí misma.
Bataille
nos enseña, si puede interpretarse de ese modo, que la poesía siempre fue
escrita por todos. No porque todos tengan que cruzar las palabras en papeles
que penosamente ansían llegan a otra parte, sino porque son verdaderamente
ellos mismos en ese punto de felicidad en que ya no son individuos subordinados
a lo que puedan hacer, reducidos a fines remotos. La postergación implícita en
el tiempo del mundo practico cesa cuando se da el goce del presente, por una
voluntad de suerte que tal vez sea el costado afirmativo de la total ausencia
de la voluntad, aunque luego la angustia parezca inevitable, ¿Qué podría
devolvernos la soberanía perdida? ¿No será más bien que la misma angustia es el
principio por el cual saldremos del tiempo y recobraremos el instante presente,
otra vez, esta vez, fuera de toda nostalgia? A esa angustia gozosa y a ese goce
de angustia Batille los reuniría en la imagen de la fiesta, allí donde el sacrificio
prueba su nombre y lo hace lo sagrado. Literatura, erotismo y felicidad son
formas de lo sagrado, al igual que la miseria o la gloria, y permiten intuir lo
sagrado en nosotros, eso que nos impulsa bailando hacia la muerte, la
desaparición definitiva de todo lo que somos, pero que ahora, ya, ya nos eleva
por encima de todo para celebrar que estamos aquí, fuera de la ley y de las
consecuencias ulteriores. Por eso Bataille dirá que lo sagrado no es otra cosa
que la transgresión del profano.
De
allí que cuando la poesía se vuelve una institución, una cristalización de lo
que cierta época instaura como poético, una práctica literaria profana,
repetida, solo pueda continuar por la vía de la profanación de lo poético que,
trasgredido, volverá a lo sagrado de su origen. La poesía será entonces, de
nuevo y en cada ocasión, un hijo, una experiencia gratuita del lenguaje,
aquello que no sirve para nada salvo para liberarnos de la servidumbre: placer
y dolor, naturaleza y prohibición. La verdadera literatura para Bataille
realizaría así, de manera paradójica, el antiguo precepto de imitar la
naturaleza. Extática representación de lo que muere, como ese lujo, ese
derroche de la naturaleza que hace desaparecer al ser individual, el poema
debería abolir en un instante la conciencia culpable de guíen lo anuncia.
Porque podemos anticipar la escena de nuestro propio fin, al menos en la
ilusoria esfera de nuestras palabras, hemos negado el presente absoluto del
animal que muere sin enterarse. Pero no podríamos vivir soberanamente si esa
anticipación no nos devolviera la promesa de anular ahora mismo aquella
separación original, si por medio de la discontinuidad articulada de lo escrito
no se nos abriera las puertas de buena experiencia de lo continuo. La totalidad
es el instante, diría Bataille. Y acaso Walter Benjamin, que le dejo al
entonces bibliotecario francés un paquete de manuscritos antes de emprender el
último viaje para escapar del nazismo, podrá agregar que cada instante
detenido, fuera del curso del tiempo, es el paso que se abre para que el hombre
que trasciende pueda repercutir en la historia. También la poesía, el erotismo,
la felicidad son experiencias trascendentales; vuelven a unir lo separado por
la duración temporal de una oportunidad en lo infinito Yo que voy a morir
accede a la comunicación absoluta. Por eso no se trata de trasmitir un mensaje
que sirva para algo (instaurar una filosofía o proponer una forma de escribir),
sino de una comunicación es la disolución de uno mismo y del otro, es la reunión,
prohibida y alcanzada por el golpe de suerte de una trasgresión involuntaria,
impostergable. Como dice bataille acerca del origen de su método”: es la
invitación al coraje de ser, sin socorro, sin esperanza, en el movimiento feliz
de un hombre que no cuenta con nada, salvo con una audacia suspendida.
Georges
Bataille nació en mil ochocientos noventa y siete en Billon PuydeDome, en mil novecientos
dieciocho ingresó en la Ecole de Chartes. Entre 1920 y 1924 trabajo como
bibliotecario en la Biblioteca Nacional de París y editor y escritor de
crónicas en varias revistas. En sus inicios fue miembro del movimiento
surrealista distanciándose posteriormente de Breton por razones de índole política.
Entre 1931 y 1934 perteneció al Círculo Comunista Democrático, colaborando en
varias revistas importantes, filosóficas y políticas. Luego fundaría junto a
sus amigos Roger Caillois y Michel Leirís, el colegio de Sociología Sagrada,
unos años después fundó la revista Critique, que dirigió y en gran parte
escribió hasta su muerte, de cuyas se opuso fervientemente a la figura del
escritor comprometido que defendía Sartre en Tiempos modernos.
Sus
obras completas, en cuya presentación de mil novecientos setenta Michael
Foucault afirmo que Bataille era uno de los escritores más importantes del
siglo XX, constan de dos gruesos volúmenes donde conviven las novelas, la
crítica, la filosofía, el diario personal, los proyectos, las polémicas y la
poesía. La experiencia interior editada en mil novecientos cuarenta y tres,
señala a la vez el comienzo de su reconocimiento público y un punto de partida
para su pensamiento. Entre sus obras traducidas al español, pueden citarse:
Historia del ojo, Mi madre, Madame Edwarda, El pequeño (obras narrativas), Lo
arcangélico (poemas), El culpable, Sobre Nietzsche (junto a La experiencia
interior componen La Samma Aeteorologíca), el erotismo, la literatura y el mal,
las lágrimas de Eros y la parte maldita. Murió estando en su propia cama en el
año de mil novecientos sesenta y dos.
EL FILÓSOFO DEL EXISTENCIALISMO
Jean
Paul Sartre considerado el padre del existencialismo (19051980), filósofo,
dramaturgo, novelista y periodista político. Nació en París el veintiuno de julio de mil
novecientos cinco, estudio primeramente en la escuela Normal Superior en su
ciudad natal, y en el Instituto Francés de Berlín (Alemania) y por último en el
Instituto de Friburgo (Suiza). Fue durante muchos años profesor de filosofía en
varios liceos desde mil novecientos veintinueve hasta el comienzo de la II
guerra mundial, momento que se incorporó al ejército francés. A partir de mil
novecientos cuarenta fue prisionero de los nazis durando todo ese año,
afortunadamente para él fue puesto en libertad. Dio clases Heville (Francia) y
más tarde en París y colaboro con la Resistencia francesa. Las autoridades
alemanas, desconociendo su actividad clandestina le permitieron la
representación de su obra de teatro autoritario Las moscas (1943) y la
publicación de su trabajo filosófico más celebre El ser y la nada (1943).
Al
finalizar la guerra abandono la actividad docente y fundo con Simone de
Beauvoir y con otros más la revista política Les temps modernes, de la que fue
editor. Se consideró un socialista independiente, después de mil novecientos
cuarenta y siete critico tanto a la Unión Soviética, como a Estados Unidos en
los años de la guerra fría. En la mayoría de sus escritos de la década del cincuenta
están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud
imperialista y violenta del ejército francés en Argelia. A pesar de su
llamamiento a las actividades políticas desde ópticas marxistas Sartre no se
afilio al partido comunista francés, y así como conservo la libertad absoluta
para criticar abiertamente las intenciones militares soviéticas en Hungría
(1950) y en Checoslovaquia (1968). Rechazo
el premio Nobel de literatura que le fue concebido en mil novecientos sesenta y
cuatro, y explico que si lo aceptaba comprometía su integridad como escritor.
Falleció el quince de abril mil novecientos ochenta en París.
Las
obras filosóficas de Sartre conjugan la fenología del filósofo alemán Emund
Husserl, la metafísica de los filósofos
Hegel y sumado a la teoría social de Karl Marx. En una visión única llamada
existencialismo. En su primera obra filosófica el ser y la nada Sartre
convergía con los humanos como crean su propio mundo al revelarse contra la
autoridad y aceptar la responsabilidad personal de sus acciones, sin el
respaldo y el auxilio de la sociedad, la moral tradicional o la fe religiosa.
Al distinguir entre la existencia humana y el mundo no humano, mantenía que la
existencia del ser humano se caracteriza por la nada, es decir por la capacidad
para negar y revelarse. Su teoría del psicoanálisis existencial afirma la
ineludible responsabilidad de todos los individuos al adoptar las propias
decisiones. En su última obra filosófica Crítica de la razón dialéctica (1960),
Sartre traslado el énfasis propuesta en el sentido de la libertad
existencialista y la susceptibilidad por determinación social marxista.
Afirmaba que la influencia en la sociedad moderna sobre el individuo es tan
grande que produce la serelización, lo que él interpreta como pérdida de
identidad y que es equiparable a la enajenación marxista. El poder individual y
la libertad solo pueden recobrarse a través de la acción revolucionaria
colectiva.
Otros
textos de Sartre son las novelas la Náusea (1938) y la serie narrativa Parábola
los caminos de la libertad, que comprenden: La edad de la razón (1945), El
aplazamiento (1945), La muerte del alma (1945); una biografía del controvertido
escritor Juan Genet San Genet comediante y mártir (1944), La puta respetuosa
(1946) y Los secuestradores de Altona; su biografía del autor Gustavo Flaubert,
El idiota de la familia (3vol. 19711972).
LA MUJER DEL FEMINISMO
Simone
de Beauvoir (10981986)), novelista e intelectual, que por su existencia y sus
obras desempeño un papel preponderante en el desarrollo del feminismo.
Nació
en Paris bajo la tutela de una familia burguesa tradicional y católica. Pero
desde muy joven dio muestras de su anticonformismo convirtiéndose en lo
que llamo “una mujer comprometida,
negándose a aceptar su destino como madre y esposa. Su encuentro con Jean Paul
Sartre en la Sorbona donde fueron profesores de filosofía, según ella “el
acontecimiento fundamental de mi existencia”. La verdad en que mantuvo una
relación afectiva e intelectual con Sartre hasta que este murió en mil
novecientos ochenta. Con él llevo a la práctica una serie de principios basados
en su concepción de la mujer y la pareja. Jamás se casaron, ni vivieron bajo el
mismo techo permitiéndose cualquier tipo de relación libre y realizaron fuera
de la pareja e incluso llegaron a mantener una relación triangular con una
tercera persona. Este modo de vida no impedía que Simone realizara a lo largo
de su existencia una reflexión sobre la condición de las mujeres, el compromiso
vital y las relaciones con otros.
Enseño
filosofía hasta mil novecientos cuarenta y tres, fecha en la que entro a
laborar como redactora de la revista Tempos Modernes, dirigida por Sartre.
Intelectual comprometida y curiosa del saber viajo considerablemente visitando
a Estados Unidos, la Unión soviética, China y Cuba. Su filosofía, el
existencialismo y su compromiso político de izquierda a través de la crisis de
la II guerra mundial, tal vez por eso abandono el género de la novela y se
entró más en la autobiografía, que le permitió analizarse a sí misma. La muerte
de Sartre le inspiro la supremacía de los días, ella murió el catorce de abril
de mil novecientos ochenta y seis en París.
La
idea motriz que marco toda la obra de simone de requerir el ideal de la
libertad, tanto para la mujer como para cualquier individuo, y que según ella,
implica la noción de responsabilidad.
En
su primera novela La invitada (1943),
exploro los dilemas existenciales de la libertad, la acción y la
responsabilidad individual. Temas que a bordo de igual forma en las novelas
posteriores como La sangre de los otros (1944) y Los mandarines (1954) novela
por la cual recibió el premio Goncour en ese mismo año. Las tesis
existenciales, según los cuales cada uno es responsable de sí mismo, se
introducen también en una serie de obras autobiográficas, entre las que se
destacan Memoria de una joven de buena familia (1958) y Final de cuentas
(1972). Sus obras ofrecen una visión supremamente reveladora de su vida y su
tiempo.
EL ESCRITOR DEL EXISTENCIALISMO
No
estoy de acuerdo con el premio nobel de literatura, por diferentes razones y
más a un por no ser un premio con la propiedad de la escritura, y unos como el
caso de Borges y de tantos otros no se lo adjudicaron. Bueno sobre el escritor
Albert Camus que si lo recibió dicho premio, del cual se puede decir por su
importantísima producción literaria, que ilumino con clarividente seriedad los
problemas de la conciencia humana del siglo pasado.
Esta
magnífica producción literaria tan reveladora de la problemática de la sociedad
contemporánea es ya bastante extensa, pese a la relativa juventud del autor, en
el momento de serle concebido el premio, Camus contaba con cuarenta y tres años
de edad: solo uno más que el benjamín de los laureados Radyard Kipling que lo
recibiera a los cuarenta y dos, pero aún más importa que por su volumen por su
sostenida calidad y por su condición del libro esencial para la comprensión de
la crisis ideológica del hombre moderno. Se admitan o se repudien obras como:
El mito de Sisifo y El extraño, la Peste y el hombre rebelde, no pueden ser
ignorados por cualquiera que pretenda explicarse la evolución intelectual
operada en la última posguerra, desde la iniciación del existencialismo hasta
su puesta en causa actual.
Camus
ha escrito novelas, teatro, ensayos, artículos, polémicas, crónicas y prólogos
de otras novelas. Para el escritor argelinofrancés, escribir era ante todo,
pensar, en un acto que se desarrolla en el tiempo y emana de la vida, no hay
puras obras de imaginación, esto es, sin un sustrato conceptual, sin una
dimensión filosófica. E, inversamente, no hay puras obras de abstracción, esto
es, sin un sustrato histórico, sin una dimensión humana. Magistralmente ha
desarrollado esta máxima caracterización de la filosofía y de la novela en unas
palabras que, que por su excepcional para la comprensión de la obra entera del
autor, no está de más repetir aquí:
Pensar
es ante todo, pretender crear un mundo (o limitar el propio, lo que viene a
resultar lo mismo). Es partir el desacuerdo fundamental que separa al ser
humano de su experiencia para dar con un
terreno de compromiso según su nostalgia, un universo envarado en razones o
aclarado por antologías que permita resolver el insoportable divorcio. El
filósofo, aunque se trata del mismo Kant, es un creador. Tiene sus personajes,
sus simbolos y su acción secreta. Tiene sus desenlaces, inversamente, el auge
adquirido por la novela sobre la poesía y el ensayo supone solo, y pese a las
apariencias, una mayor intelectualización del arte.
La
posición clásica de que hablaba más arriba se justifica aún menos en este caso
particular. Pudo ser válida en los tiempos que era fácilmente discernir una
filosofía de su actor. Pero hoy, cuando el pensamiento no tiene pretensiones de
universalidad y su mejor historia sería las de sus arrepentimientos, sabemos de
antemano que el sistema, para ser válido, ha de ser inseparable de su autor. En
cierto sentido la propia ética no es sino una larga y rigurosa confidencia. El
pensamiento abstracto se integra por fin
a su soporte carnal. Y, de la misma manera, los juegos novelísticos del cuerpo
y de las pasiones se ordenan un poco más conforme a las exigencias de una
determinada visión del mundo. Ya no se narran historias, si no se crea un
universo. Los grandes novelistas son de cierta forma novelistas filósofos,
significa, justamente lo contrario de escritores de sexis. Así Balzac, Sade,
Melville, Shenhal, Dostoyesski, Proust, Maldraux Kafka, por no citar sino a
unos cuantos.
Ahora
bien: precisamente el hecho en que hayan optado por servicios de imágenes en
vez de raciocinios, devela cierto pensamiento común a todos ellos: la
persuasión de que es inútil todo principio de explicación, el convencimiento de
que existe un mensaje instructivo en la apariencia sensible. Por eso consideran
la obra como un fin y como un principio a la vez. La obra es el remate de una
filosofía a menudo in formulada, su ilustración y su coronamiento. Pero no se
completa si no mediante las tales supuestos filosóficos. Y viene, en suma, a
legitimar esta nueva variante del nuevo principio de que si un poco de
pensamiento aparta de la vida, mucho, en cambio reintegra a ella. Incapaz de
sublimar la realidad, el pensamiento se limita a remedarla. La novela de que se
trate es el instrumento de un conocimiento a la vez relativo e inagotable, tan
semejante al del amor. La creación novelística tiene de común con el amor el
arrobo inicial y la delectación morosa y fecunda.
Camus
que era de ascendencia española por parte de madre, profesó de cierta manera
una ferviente admiración a nuestros clásicos, tradujo a Calderón y a Lope de
Vega, y declaro capital en su obra la influencia de dos de nuestros pensadores
máximos contemporáneos. “Debo confesar, decía en el año de mil novecientos
cuarenta y nueve Que el libro de Unamuno Del sentimiento trágico de la vida ha
obsesionado mi juventud y aún sufro su influjo”. Y en 1957 calificaba a Ortega
y Gasset del más considerable escritor europeo, probablemente después de
Nietzsche”. Estas vinculaciones española, no solo por la sangre sino por el
espíritu del gran escritor francés acrecentarán indudablemente el interés
sustantivo que un numeroso de público ofreció su obra.
Albert
Camus falleció, en un lamentable accidente automovilístico, el cuatro de enero
de mil novecientos sesenta, a los cuarenta y seis años de edad y cuando por
hallarse en la plenitud de sus facultades era aún mucho lo que cabía esperar de
su lúcida inteligencia.
Albert
Camus nació el siete de noviembre de mil novecientos trece en Mondovi, cabeza
de partido del departamento de Constantino, en Argelia. En una ocasión dijo
Sartre que la inspiración y la formación mediterránea de Camus servirán por si
solas para mostrar la diferencia existente entre ambos. Así, pues, la fría
relación de la fecha y lugar de nacimiento cobra una importancia excepcional de
cualquier consideración que sobre Camus haya de hacerse. La fecha y lugar de
nacimiento cobra en este caso tan particular una importancia excepcional en
cualquier consideración que sobre Camus haya de hacerse.
En
el momento en que Camus contaba con un año su padre murió en la batalla de
Marne. En su ensayo Reflexión sobre la pena de muerte nos relata un recuerdo de
él. Era un hombre sencillo y recto que, que una ocasión, contagiado por la
indignación popular contra un asesino, decidió asistir a la ejecución. Se
levantó de madrugada y, efectivamente, la presencio. En el momento que volvió a
su casa no refirió nada de lo que había visto, sino que se enterró en un
mutismo tormentoso y se puso a vomitar. El hecho le fue contado por su madre a
Albert y fue extraordinariamente significativo para él. Tanto que, en su novela
El extraño, lo narra como un protagonista, Meursault.
El
estudio alterna con el trabajo y con la vida deportiva al aire libre. En la
juventud de Camus hay pobreza, miseria incluso, pero la vitalidad lo arrolla
todo. Juega al futbol, va a las playas, pasea al sol, lee y encaminadas hacia
los autores que exaltan y dan rango artístico a esa vida que él prefirió.
Espontáneamente,
Camus se inscribe en el Partido Comunista. Lo abandona en seguida. Desempeña,
mientras prepara su tesis doctoral, una multitud de trabajos mecánicas que
terminan quebrando su salud. La tesis versa sobre las relaciones del helenismo
y cristianismo, a través de Plotino y San Agustín, pese a la inmortalidad del
alma que, generalmente, admite este ideal, y otra, por la dramática busca del
mal.
En
mil novecientos treinta y siete aparece su primer libro Anverso y reverso y al
poco tiempo el conjunto de ensayos poéticos Bodas, expresión de la vida
argelina en todos sus dimensiones. Cuatro años más tarde termina su novela Calígula
que permanecerá varios años inéditos, culme de los tolitarismos, guerra civil
española, víspera de la guerra mundial y fallos en la propia salud
Casi
al mismo tiempo abandona Argelia a causa de su misma postura en los conflictos
norafricanos. Se traslada a París y entra en la redacción del periódico
ParísSoir.
En
mil novecientos cuarenta y dos publica El extraño. Su éxito es prácticamente
extraordinario. Pero como toda su obra de resonancia rápida y extensa, es,
quizá, el libro peor comprendido de Camus. Él convencido toma parte de la
resistencia y allí traba amistad con Rene Leynaud, un poeta católico fusilado
en 1944 (¿es acaso el trasunto de Dugueslin? la conmovedora figura, apenas
entrevista en La caída?). El mito de Susifo, obra que ha servido para
encasillar a Camus, aparece en 1943. El absurdo se une a su integridad, al
parecer inseparablemente. También sirvo para que los más ligeros emparentasen a
Camus con Sartre. Esta última novela es mito, una agrupación de las idas que
giraban en torno a una inquietud radical: la lucha del hombre contra el mal,
contra la falta de sentido de la existencia.
Al
entrar el año público en La Revue libre la primera de las Cartas a un amigo
alemán (la segunda es de 1944 y las dos permanecieron inéditas hasta que fueron
publicadas, todas juntas, en forma de libro)
En
ese mismo año Camus asume la dirección del diario Combat. Los artículos, muchos
de ellos sin firma aparecidos en este periódico entre ese año y 1947. A partir
de su renuncia su vida se hace más intensa. Esta acuciada por las injusticias
que denunciar, las injusticias concretas que existen que combate sobre la
marcha, con objetividad no exenta de apasionamiento.
En
mil novecientos cuarenta y cuatro Camus estrena en el teatro Des Marthurins el
malentendido, que casi pasó inadvertido. Y un año más tarde Calígula, muy
anterior en concepción a la otra.
Los
años de la posguerra ocasionan quizá a Albert Camus una grave desilusión sobre
la inculpabilidad del hombre en la extensión del mal. Pero en mil novecientos cuarenta
y siete publica a pesar de los líos existentes la Peste. La crítica literaria
de ese entonces, siempre voraz, rebaja la Peste. Esta obra de la literatura: se
trata de ahondar en sus resonancias humanas mediante símbolos y, en
colaboración con Barraul, monta el espectáculo El estado de sitio.
No
sé a reparado lo suficiente en la influencia de Simoone Weil, cuya obra
descubrió Camus por aquella época, en las dos obras citadas. Influencia que
tiene lugar por las mismas razones que la de Gide, en plena juventud.
Principalmente por que explica un estadio de los problemas que obsesionan a
Camus.
Entre
1953 y 1956 aparece la historia del señor juezpenitente, Jean baptiste
clamence, instalada La caída. Y en mil novecientos cincuenta y siete una
colección de seis relatos (titulados nouvelles, equivalente a la categoría
española de novelas cortas), agrupadas significativamente bajo la rúbrica
general el exilio y el reino, en cuyos polos una existencia humana puede hallar
sentido a su desenvolvimiento dentro del amor. El primer fruto de tal
recuperación de la antigua poesía fue el verano, aparecido en 1954.
Naturalmente, se falsearía el sentido de la obra de Camus si se le quisiera
encerrar en el marco de una moral laica, Desde luego él quiso abarcar la vida
desde un punto de vista de un observador, que se quiere liberar en la libertad
y se compromete con todo lo que significa desigualdad e injusticia social.
ANDRÉ GIDE
(18691951)
escritor de la vanguardia francesa, cuyas novelas, obras de teatro y textos
autobiográficos se caracterizan por su exhaustivo análisis de los esfuerzos
individuales hacia la autorrealización y por la utilización de los conceptos
estéticos, protestantes; esto, justo con sus trabajos críticos, supone una
profunda influencia en la literatura y la filosofía francesa. Gide nació el
veintidós de nov. 1986 en París en el seno de una familia de estricta
observancia como protestante y estudio en la Ecole Alpacienne, como más tarde
en el instituto Henri IV. En su primer libro Los cuadernos de André Walter
(1891, Gide describió el religioso y Romántico idealismo de un desgraciado
joven). Por esa obra se le considero simbolista, pero en mil ochocientos
noventa y cuatro comenzó a desarrollar un estilo personal y propio. En los
Alimentos terrestres (1897) defendió la doctrina del hedonismo activo. A partir
de ese momento, sus obras estuvieron dedicadas a revisar los problemas de la
libertad individual y de la responsabilidad, desde distintos puntos de vista.
El inmoralista (1902) y Los puertos estrechos (1912) son estudios acerca de los
conceptos éticos individuales en conflicto con la moralidad convencional. Los
sótanos del Vaticano, en la cual Gide ridiculizó la posibilidad de la
independencia personal completa, apareció en 1914 y fue el primero de sus
escritos atacados por anticlerical. El idilio de la sinfonía pastoral (1914)
trata de amor y la responsabilidad, refleja los dilemas morales a los que se
tuvo que enfrentar el autor en su vida privada. Gide examinó los problemas de
la adolescencia y de las familias de la clase media en Si la semilla se muere
(1920) y en la popular novela acerca de la juventud parisina Los falsos
monederos (1925).
La
preocupación de Guide sobre la responsabilidad moral individual le lleva a
ocupar cargos públicos. Después de haber ocupado puestos municipales en
Normandía, se convierte en enviado especial del ministerio para las colonias en
19251926 y escribió dos libros los cuales describía la situación en las
colonias francesas en África. Mediante estos reportages, viajo al Gongo (1928)
y regreso de Chat finalizando ese mismo año, pretendía inducir que llevaran a
cabo reformas en las leyes coloniales francesas que él estaba preparando. A
principios de la década del treinta Gide había expresado su admiración y sus
esperanzas acerca del experimento que se había llevado a cabo en la unión
soviética, al realizar un viaje allí, dejo ver su desilusión y de regreso de
URSS (1936).
Muchos
de los estudios críticos de Gide aparecieron en la Nouvelle Reuve Frncaise, una
revista literaria que contribuyo a fundar en mil novecientos nueve y que se
convirtió en una publicación de gran influencia entre los círculos
intelectuales franceses. Estos ensayos críticos eran, sobre todo unos análisis,
acerca de la psicología de los artistas.
Además
de escribir las obras teatrales en verso Le Roi Condaule (1900) y Saúl (1903),
Gide tradujo al francés Antonio y Cleopatra, y Hamble de Shakespeare. La
publicación de sus diarios (cuatro volúmenes, 19301951), despertó el interés de
la crítica en todo el mundo. Gide recibió el premio Novel de literatura en mil
novecientos cuarenta y siete, murió el diecinueve de febrero de 1951, en París.
UN ESCRITOR AMIGO DE PICASSO
Jean
Cocteau fue un muy inteligente escritor, amigo de Apolinaire y Pablo Picasso,
nacido en el pueblo de MaisonsLaffitte, en mil ochocientos ochenta y nueve. Su
carrera literaria comenzó en el año de mil novecientos once con la publicación
de sus libros de poemas. En una primera etapa alterno la literatura con su
vocación musical. Colaboró con el extraordinario director de orquesta y
compositor Stravinski, con otros músicos como Milhaud y Satie y a la vez fue
promotor de los primeros conciertos de Jazz, como se conoce frecuento la compañía
de Picasso, a cuya obra dedico un ensayo en mil novecientos veinticuatro.
Simpatizo sucesivamente con los movimientos cubista, futurista y dadaísta. Tras
la segunda guerra mundial dirigió varias películas. En mil novecientos
cincuenta y cinco fue elegido miembro de la Academia de la lengua. Murió en
Milly, en las proximidades de París, en mil novecientos sesenta y tres.
Mi
afición Jean Cocteau se ha prolongado durante años, por eso les voy a hablar
sobre de su existencia de una forma bastante minuciosa, de este hombre que fue
capaz de traspasar los espejos: el que no tiene peso y puede gravitar
tranquilamente en lo que más amo, el arte como decía él es un asunto de
velocidad, escribió, “una herida lenta”. La vida, por el contrario, en el
momento de que escribió Los niños terribles que se le antojaba atroz. Mediante
una inmediata superchería, intento “cambiar la velocidad, quiso, así
convertirla en arte, reincidir en la delicia que solo el arte procura: morir de
nuevo.
Era
el invierno de 19281929 y hacia exactamente cinco años que había perecido
Raymond Radiquet. El trece de diciembre ce mil novecientos veinte tres un tifu
absurdo había terminado con una de las mejores realidades de la literatura
francesa, antes de los veinte años, y una de las influencias más determinantes
en la obra de Jean Cocteau, la que lo haría enderezar el rumbo de sus propios
excesos vanguardistas.
Una
vez dijo: “Radiquet tuvo la suerte de nacer después de la época en la que un
exceso de claridad insulsa gobernaba el rayo. Así puede sorprender por su
trivialidad, por la tranquilidad de un genio que se asemeja al mejor talento”.
Así,
puede sorprender por su trivialidad, por la tranquilidad de un genio que se
asemeja al mejor talento.
¡
Un Cocteau de treinta años deslumbrado por un extravagante adolecente de quince
años? Es más: un poeta famoso de guíen André Fraigneau dice: Al escribir su
primera novela La Gran écart, Jean Cocteau debía cuidarse de la más peligrosa
influencia, la del debutante genial que había elegido como mentor. A los quince
usaba bastón, escribe Cocteau. Ya había pasado por ciertas experiencias nada
edificantes narradas en su novela El diablo en el cuerpo y avasallaba con sus
poderosas rodillas la continuación más bien endeble de poeta de moda. Un mentor
sí, pero también un modelo; primero el de su Orfeo, la obra que escribe después
de tres años de luto, tras haber declarado que no escribiría nunca más; luego
del héroe de los niños terribles: el alumno fargelos muerto entonces, en la realidad
fulminado por un tifus en medio de esa realidad intolerable, en que la muerte y
en la campea la velocidad que desespera al poeta: la velocidad de la espera, la
velocidad de la enfermedad, del odio, de la memoria.
Pero
Frente al despojo de Radiquet, solo existe el estupor. Couteau se deja llevar;
aunque sabe, y aquí intenta abrir con desesperación el fruto leñoso y secreto
que los acostumbrados al psicoanálisis llaman depresión, que la única manera de
eludir esa realidad es que pueda transformarla en poesía. Necesita urgentemente
cambiar la velocidad debe rescatar esa muerte: que el Radiquet que ha muerto se
transforme en Dargelos que no muere. Sin embargo, para que esto ocurra deben
pasar aquellos cinco años mencionados antes. Por el momento el luto lo recubre
todo. Como todavía no puede descender directamente a los infiernos para
rescatar al muerto, recurre al opio.
“El
hastió mortal del fumador curado. Todo cuando se hace en la vida, incluso el
amor, lo hace uno en el tren expreso que marcha hacia la muerte. Fumar opio es
bajarse del tren en plena marcha: es ocuparse de otras cuestiones que no sean
la vida y la muerte. (Opio)
Cocteau
recurre al opio a comienzos de mil novecientos veinte cuatro, solo para cambiar
el signo de la realidad que había abatido a Radiquet. Como una planta, se deja
llevar por Diaghilev a Montecarlo, donde todo se bajó del signo de la velocidad
vegetal que se traspasa. En ese mismo año de duelo. Pero debemos recordar que
Cocteau era un poeta, metafísico, por encima de cualquier sucedáneo real está
el arte y más allá el estupor del opio se halla la verdadera repetición que es
la poesía, esa reincidencia insana de los entuertos y torceduras del pasado: su
recreación morbosa y pura.
Así
se aviene a una primera desintoxicación en la Clinica de Thermes a comienzos de
1925. Tras la cual volvió a escribir: los poemas de Opera y El ángel
Herurtebise lo encaminaron a su obra Orfeo en la que por primera vez levanta el
velo de su tragedia: Orfeo, ayudo por la penetrabilidad del opio, desciende al
averno donde hace dos años muere el novelista niño, y ese OrfeoRadiquet que
triunfa de la muerte, un Orfeo que también es Cocteau, al que logra atravesar el espejo y despertar al otro lado,
en el mundo del arte.
Opio
es un texto en que el poeta trata de entender el proceso de recuperación de la
conciencia. Conciencia obnubilada, acepta como embotamiento, como aneja nación.
Anti conciencia, la desintoxicación y el diario que describe son entonces un
retorno a aquel primer momento de dolor, de conciencia trasparente y atenta.
En
los niños terribles Paul no sabe lo peligroso que es la divinidad, el que dios
se yerga sobre los demás e imponga su ley. Iluminado por ese mal impreciso,
intenso, contra lo que no existe ningún remedio, un deseo casto, sin sexo y sin
propósito. Un golpe lo alcanza en pleno pecho. Un golpe de bola de nieve es
como un puñetazo de mármol. Su cabeza se nubla. Divisa a Dargelos sobre una
especie de estrado, con el brazo caído, estúpido, en medio de la luz
sobrenatural.
Comentar
sobre la vida y la obra de Jean Cocteau, es hablar de un gran artista que se
dedicó a lo que se propuso desempeñar: poeta, novelista, dramaturgo, diseñador,
autor de libretos y director de cine. De niño fue un consentido por su madre
que lo adoraba (su padre se suicidó en 1908), fue un pésimo estudiante, anarco
y disoluto como nadie. Con apenas dieciséis a pesar de los ruegos de su madre,
se fue a París, tuvo muy buena suerte ya que al poco tiempo conoció al actor Edovard
de Max, que lo lanzo como poeta, este invita a un grupo de personas selecta que asistieron a una
lectura de poemas de Cocteau, el cuatro de abril de mil novecientos ocho, esto
basto para hacerse conocido en el medio parisiense. En ese mismo año lanza su
primer libro de poemas titulado La lámpara de
Aladino.
En
el momento que Ballets Rusoe, se establece, su gran empresario Sergeí Dinguilev
lo entra a formar parte de su círculo de amistades e hizo que el poeta
participara en el teatro; este además le expresa abiertamente su deseo de que
integre el ballets, y Diaguilev lo desafió: diciéndole, sorpréndeme y lo hizo
ya que él tan emprendedor realizo los libretos del ballet con éxito: Parade
(1917), con música del compositor francés Erik Satie, y Boeuf sur le toit y
luego El buey en el tejado, con música del compositor Darius Milhaud (1920).
Durante
la primera guerra mundial Cocteau sirvió en la Cruz Roja como conductor de
ambulancia. Durante ese mismo periodo tuvo la ocasión de conocer grandes
artistas del medio francés y otros cubistas como Picasso.
Luego
de su experiencia con el opio, luego de una exhaustiva recuperación se asumió
escribiendo el Opio (1923), Orfeo (1927), en el mismo año La máquina infernal.
Más tarde Los niños terribles y la primera película la sangre de un poeta
(1930).
Aunque
nunca perteneció al movimiento surrealista por ciertas diferencias ideológicas,
fue un consumido surrealista, por su visión de los sueños y de otras
posibilidades, aplicó el surrealismo en sus films, de ese modo realizo la
película La bella y la bestia (1945), Orfeo (1950), y los niños terribles el
mismo año que escribió la novela. Él insistió: que era ante todo un poeta y que
todas sus obras eran poesía.
Pereció
el once de octubre de mil novecientos sesenta y tres en MillyLaForet, cerca de
Fontainebléau.
SOBRE EL SURREALISMO
Mucho
se ha dicho sobre este movimiento, voy a comentarlo agarrándome de ciertos
respaldos, como el de la historia misma, de sus componentes ideológicos y por
su puesto de sus talentosos integrantes.
Lo
que fue el surrealismo, los aconteceres como tales no mueren se modifican o
trascienden hacia otras esferas. El comportamiento surrealista va más allá de
la razón, lo es, entendiendo como una cierta disposición a profundizar, y no ya
a diluir una acción. Lo real a tomar en consideración se trata de una
conciencia clara y al mismo tiempo apasionada del mundo sensible, como decía el
mismo André Breton el fin de todas las filosofías cuyo objeto no es meramente
la conservación del mundo tal cual es, sed eternamente impagada en el corazón
del hombre. Él llego a decir que Heráclito es surrealista en la dialéctica,
Baudelaire en la moral, Rimbaud en la práctica de la vida, y en otras cosas.
Sin
embargo, estrictamente hablando, hubo movimiento surrealista cuyo nacimiento
coincide más o menos, con el término de la primera guerra mundial y el final
con el estallido de la segunda. Este movimiento, vivido por seres humanos que
se expresaban por medio de la poesía, la pintura, el ensayo o su particular
modo de vivir, en tanto que sucesión de hechos, pertenecen ya a la historia,
siendo una serie de manifestaciones que se produjeron en aquel tiempo. La
historia de este movimiento es lo que he intentado trazar, no es fácil más bien
complicado por los mismos aparentes hechos. Tratare de dejar la imagen más
exacta pero eso si no deseo para nada que se convierta en una tesis académica;
ya que el surrealismo ante todo fue un movimiento de liberación exaltante: para
también señalar sus límites; para mostrar en el plano del espíritu es
complicado ir más lejos y alcanzar mayor profundidad; y que, si el surrealismo
desemboca a pesar suyo en una magnifica explosión artística, conduce igualmente
a un callejón de Salida ideológica. Debe ser superado y dejando atrás por sus
continuadores.
Mas
¿a través de la dialéctica habrá de producirse este movimiento? Esto es lo que
abra que determinar. Probablemente, no se darán como se acostumbra en ese plano
del arte. Pues este movimiento antiliterario, antipoético y antiartístico
desemboca en un hacer de una nueva literatura, en una nueva poesía y en nuevo
concepto del arte, enmarcado por la visión de Fruid y del inconsciente
colectivo.
El
autor del manifiesto surrealista ha vivido a su manera la vida que el mismo
denominara surrealista. Es inevitable aunque el margen del movimiento, si ha decidido
hablar de él a pesar de todo es porque su posición conlleva también ciertas
ventajas, aunque sea solo la de la objetividad, que supera al mismo testimonio.
No a lo que se refiere el esbozo general (acaso alguien considere molestas las
simpatías y la admiración que se manifiestan hacia lo que es concretamente el
surrealismo y por supuesto a los
surrealistas), pero si en lo que se refiere a las personas, a sus relaciones y
a los hechos que se derivan de ellas. No obstante, el autor ha tenido de aproximarse
a lo que fue Breton y a lo que fueron sus amigos, en el momento que se iba a
desencadenar la tempestad de la segunda guerra mundial. Le ha ocupado la
fortuna de tener por amigo a uno de quienes mucho tuvieron que ver con el
nacimiento del surrealismo y su evolución, se ha interesado a partir de esas
manifestaciones, también gracias a hombres que participaron en el movimiento en
épocas diferentes y que, como Gorges Hugnel y Raymond Queneau, han puesto su
biblioteca y sus documentos, por no decir sus opiniones.
Es
empresa vana involucrarse de cierta manera en un movimiento de ideas
pretendiendo ignorar lo que ha precedido o seguido, haciendo abstracción de la
situación social y política que ha alimentado, sobre todo la cual pudo actuar a
su vez. El surrealismo, en particular se afianzo sólidamente en el periodo de entre guerras. Decir como
hacen algunos, de que no se pasa de ser una pura y simple manifestación en el
plano artístico es de un materialismo poco simple: también es el heredero y el
continuador de los movimientos artísticos que le precedieron y sin los cuales
no hubiera existido. Por tanto, hay que
considerarlo a la vez en estos dos aspectos.
Entre
mil novecientos dieciocho y mil novecientos cuarenta el surrealismo ha sido contemporáneo
de acontecimientos sociales de importancia fundamental. Algunos han dejado con
fuerza ve mente su huella en él, pero otro le supieron dar su propio color.
Nacido en París de una decena de seres humanos, no se ha limitado a Francia, si
no por el contrario ha extendido su alcance a las antípodas. Lejos de ser una
capilla artística parisina, ha tenido adeptos en otros países europeos e
incluso en los demás continentes: África, Asia (Japón) y América (México,
Brasil y Argentina y los Estados Unidos). En la exposición internacional del
surrealismo celebrada en París (enero y febrero de mil novecientos treinta y
ocho) estaban representados catorce países. El Surrealismo había roto los
marcos nacionales del arte, sobrevolaba las fronteras. Ningún movimiento
artístico anterior, incluido el romanticismo,
había tenido una influencia y un auditorio internacional semejante. El
surrealismo ha sido alimento exquisito de los mejores artistas de cada país. El
reflejo de toda una época que también en el plano artístico había de considerar
sus manifestaciones a escala de todo el orbe. Sin embargo, sería erróneo que un
movimiento de esta amplitud ha sido el fruto de unos cuantos celebros aislados.
El auditorio y los seguidores que ha obtenido, la admiración y el odio que ha
suscitado, prueba que respondían a necesidades y aspiraciones ciertamente
eternas pero que cobraron gran agudeza en la época que surgió. Le precedieron,
por otra parte, el cubismo, el futurismo y el movimiento Dada. Las cabezas del
surrealismo, Breton, Aragón, Eduard, Pered, Soupault, Buñuel, Dali y otros más.
En
el momento del armisticio (1918) la situación social y política de Europa es
excepcional. Muy en teoría, hay dos campos el de los vencedores y el de los
vencidos; pero los primeros se hallan en una situación de privación a penas
menos que de los segundos. Ese mundo de intrigas y de traiciones de un régimen
incapaz de disciplinar sus fuerzas y la destrucción continua de matanzas
generalizadas, del perfeccionamiento de la ciencia que sirve a la maquina destructiva.
Los
hombres que vivieron aquella pesadilla nos hablaron de la belleza de las rosas
y de las hojas del árbol, los cuales artistas surrealistas quedaron
profundamente marcados por esa maldición de la guerra. Salen de ella asqueados,
no desean tener nada en común con una civilización que ha perdido su razón de
ser, y el nihilismo radical que les anima no se extiende únicamente al arte
sino a todas las manifestaciones de la civilización, escapan a ella a moral y a
sus religiones Breton en ese entonces dijo: Declaro que lo que la actitud
surrealista ha tenido en común al principio con la de Lautréamont y Rimbaud, y
lo que ha encadenado nuestro destino al suyo de una vez para siempre, es el
derrotismo de la guerra; y añade: A nuestro modo de ver, solo quedara lugar
para una revolución que se extendiera realmente a todos los terrenos,
inverosímilmente radical extremadamente represiva, y, más delante de ignorarse
esa actitud, creo que es absolutamente imposible hacerse una idea de la empresa
surrealista. Y solamente esa actitud da suficiente cuenta de todos los excesos
que se nos puede atribuir, pero que solo cabe lamentar si se supone
gratuitamente que nuestro punto de partida pudo haber sido distinto.
He
aquí unas palabras nada equivocas que explicaron la alegría con que Breton y
sus amigos se precipitan en Dada. Empresa sin precedentes de destrucción de
todos los valores tradicionales y replica ineficaz a las labores de la
restauración de los diplomáticos internacionales reunidos en la capital
francesa de la Conferencia de la paz.
El
mundo se ha reducido a las dimensiones del hombre. Un literato llega a
inscribir de esta esta bola de cuarenta mil kilómetros de circunferencia: nada
como la tierra. Los futuristas ya habían exaltado ingenuamente este aspecto
nuevo del planeta; y algunos como Apollinaire, había hallado incluso una
singular poesía en las “bellezas” de la guerra.
SOBRE ANDRÉ BRETON
Nombrar
a André Breton es hablar sobre una poesía estimulante de una metafísica anudada
en los sueños. Además si Breton no hubiera estado donde estuvo los surrealistas
no hubieran vivido agrupados como si estuvieron, comulgo con la energía
primigenia de Lautréamont, Rimbaud, Sade, Freud y Karl Marx. Gracias a él se
formuló como una exigencia arraigada en la conciencia de la condición humana.
Dijo en mil novecientos veinte dos: “La poesía no tendría para mí ningún
sentido si no esperase que surgiera en algunos de mis amigos y a mismo una
solución particular del problema de nuestra vida. A esa declaración hay que
súmale esta otra de mil novecientos sesenta y dos, cuatro años apenas antes de
su muerte del poeta: “No escribo y no he escrito nunca como profesional. No me
creo en la obligación de escribir un libro tras otro y mi concepción de la vida
no es tal como para que la haya probabilidades como para encontrarme como Guide
o Mauriac, con la pluma en la mano en mi hora postrera. Ante lo que pretendo es
dar la medida ante lo que no me perdonaría ningún desfallecimiento, es ante el
espíritu surrealista. Se trata ante todo de un movimiento existencial, los
vuelcos de la sensibilidad y de la estética que acarreo son consecuencias, no
datos primarios. Lo que busca Breton es cómo hacer de la poética el eje
ordenador de la existencia, como articular con la preocupación poética la
voluntad de revolución social. La ampliación del primero de estos objetivos al
segundo y luego su imbricación estrecha, gobiernan tanto la dirección de la
obra como su tensión difícil pero fecunda.
André
Breton (18961966) poeta y crítico francés, líder como ya lo dijimos del
movimiento surrealista, fue para los miembros algo así como un maestro. En mil
novecientos veintiuno público su primera obra surrealista, en los que exploro
las posibilidades de la hipnosis. Al año siguiente rompió con el movimiento
Dada de Tristan Tsara y estableció la estética del surrealismo Primer manifiesto
surrealista de 1924, la novela Nadja (1928) considerada una de las mejores
obras, está inspirada en un encuentro con una bella desconocida. Con la
publicación del Segundo manifiesto surrealista (1924) llego la polémica. A
partir de sus raciocinios por esa razón no congenio en una segunda instancia
con aquellos personajes que no comulgaban con sus ideales, por esa razón expulso
del movimiento Antonin Artaud y Roberto Desnos en mil novecientos treinta y
siete, en un viaje que realizo a México conoció a Trotski e, influid por el
trostkismo redacto nuevamente el manifiesto con el título de Manifiesto por un
arte revolucionario independiente, y en mil novecientos cuarenta y uno
público a un Tercer manifiesto
surrealista.
La
obra poética, Claro de tierra (1923), El aire del agua (1934), Los vasos
comunicantes y estados generales (1943), Oda a Charles Forinier (1947),
escribió otro poemarios, se caracterizan por los versos libres, dislocando la
sintaxis y una sucesión de sorprendentes manifestaciones que surgen en palabras
del autor, “como imágenes (pero que el nombre no evoca a no ser que se ofrezcan
espontáneamente).
Sus
artículos críticos los reunió en los libros: Pasos perdidos (1924) y Punto del
día (1934). Dejando aparte los manifiestos escribió otras obras de crítica
y, por supuesto polémicas, como Posición
política del surrealismo y Cuando los surrealistas tenían la razón (1935). Su
interés por el lenguaje irracional se refleja en el ensayo Arte de los locos y
La llave de los campos (1953). Además contribuyo al valor genérico de otros
literarios y escritores despreciados o poco conocidos, gracias a la publicación
de la importante Antología de humor negro (1940) y los y los homenajes que
realizaba a poetas como al Marqués de Sade, al Conde de Lautreamont y Arthur
Rimbaud.
JEANPIERRE FAYE
Este
muy controvertido escritor por ciertos asuntos degradantes, nació en la capital
francesa, fue un controvertido filósofo, ensayista y escritor cuya obra expuso
un original análisis de los discursos del totalirismo, y de los vínculos entre
la literatura y la historia.
Tras
escribir una tesis sobre el espacio de la conciencia del tiempo (1948), se
consagro en la poesía (Freuve remuerné, 1959; Cualeva pliées, 1965 Verren, 1978) y a la novela (Hexagramme, por
la cual recibió el premio Renaudat en 1964. Su obra tétrica trata sobre la
estructura del relato, tarea que afronta entre de sus títulos fundamentales: El
relato único (1967), Teoría del relato (1972) y La crítica de la lengua y su
economía (1973). Así misma la Raison narrative (1990) reflexionaba sobre la relación de la razón y el relato su
ensayo los lenguajes solitarios (1972) analiza las relaciones del poder con el
lenguaje y desarrolla una macabra ciencia del fascismo apoyándose en el estudio
de sus diversos discursos doctrinales de reseñas, el misterio de su aceptación
por las masas. Sus novelas, que suprimen las consideraciones temporales y espaciales,
ponen en juego el devenir del ser humano y entre los vínculos entre sus fisuras
interiores y las del mundo. Atípica y compleja, su obra constituye un espacio
de teorías y decisivos sucesos que vivió Europa en la segunda mitad del siglo
XX.
Este
escritor fundó y dirigió el colectivo y la revista Change (1967) así como la
Universidad filosófica de Europa (1985) y también la Universidad europea de la
búsqueda (1986)
LA ESCRITORA DE LO HISTÓRICO
Marguerite
Yourcenar (19031987), hablar de esta mujer es como quedarse corto, ya que fue
una notable lectora sobre todo sobre la historia de las diferentes
civilizaciones, y una escritora consumada en el ejercicio constante de escribir
por lo tanto escribió varios libros, se desempeñó en esta tarea dominando todos
los géneros de la literatura. Su nombre real era Margaeriete de Grayencour,
nació en Bruselas, Bélgica, de padre francés y de madre belga. En mil
novecientos cuarenta y siete adopto la nacionalidad estadunidense, pero siempre
escribió exclusivamente en francés su idioma natural.
Su
primer volumen de poemas, El jardín de las quimeras (1921), pone de manifiesto
su refinamiento increíble como escritora, e interpreta a su manera los mitos
griegos con el único fin el de reinterpretarlos desde su perspectiva moderna.
En mil novecientos veintiuno publicó otra colección llamada Los dioses no han
muerto. Su primera novela Alexis o el tratado del inútil combate (1929), relata
las opiniones de un artista que intenta dedicarse a su obra, pero tropieza con
la oposición de su familia, además de explorar el tema de la ambigüedad de los
sentimientos. Su viaje a Italia inspira su novela El denario del sueño (1934),
donde establece la diferencia entre el sueño y la realidad.
En
mil novecientos treinta y cuatro Yourcenar conoció a la estadunidense Grace
Frick, con guíen establece una profunda relación. En mil novecientos treinta y
nueve tras el estallido de la segunda guerra mundial, Yourcenar se trasladó a
U.S.A, donde vivió dando clases de literatura comparada en el sarat Lawrence
College. Tradujo al francés Las olas de
Virginia Woolf en 1937, y también publico un año después una traducción
francesa de lo que Moisie sabía, del escritor Henry James.
Su
novela más destacada y elegida unánimemente
por la crítica, fue Memoria de Adriano (1951. Versión castellana del
escritor Julio Cortázar), una autobiográfica novela del emperador romano, bajo
la fórmula de cartas escritas por este a su sobrino. De Fuegos la misma
Youcenar escribió: al ser esta obra un producto de una crisis pasional, Fuegos
se representa como una colección de poemas de amor, si se prefiere, como serie
de prosas líricas unidas entre sí por una cierta noción del amor. La obra no
necesita, por lo tanto, ningún comentario, ya que el amor total se impone a su
víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación, al ser siempre el
resultado de una experiencia y uno de los temas más trillados de la literatura.
En esta obra poética en prosa, mezcla la vida y los símbolos del placer
absoluto. La vocación de los grandes mitos de Antígona, Fedra, Maria Magdalena
con la lamentación personal del amor contrario. Otra novela histórica Opus
Nigrom (1968), narra la extraordinaria vida de un medico una imaginativa de
Zeno de brujas, esta novela obtuvo el premio Femenino en mil novecientos
sesenta y ocho. Tres años más tarde publico Teatro, que incluye todas sus
piezas teatrales, de dos volúmenes. También escribió biografías sobre su
primera existencia familiar y Mishima o la visión del vacío (1981), y ofreció
una de entrevistas sobre su vida, y su obra bajo el título de Les yeuxduvets:
entretiens avec Mathier Galey (1980).
El
estilo impecable de Yourcenar se trasforma en cada una de sus obras, aceptando
siempre nuevos retos como escritora. Sin embargo, su literatura se caracteriza
por su conocimiento de las diferentes civilizaciones antiguas, y de la historia
y su afán por comprender cada vez más las situaciones humanas. En mil
novecientos ochenta ella se convirtió en la primera mujer que ingreso en la
Academia francesa de la lengua. En mil novecientos ochenta y seis fue
galardonada con la legión de honor francesa.
De
Fuegos:
Un
corazón que tal vez algo sucio, pertenece a las tablas de anatomía y al
mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.
Por
mucho que yo cambie, mi destino no cambia. Cualquier figura puede inscribirse
en el interior de un círculo.
Lo
mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: ya no
soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne.
No
caeré, he llegado al centro. Escucho el latido de un reloj divino a través del
delgado tabique carnal de la vida llena de sangre, de estremecimientos y
jadeos. Estoy cerca del núcleo misterioso de las cosas así como en la noche nos
hallamos, en ocasiones, cerca de un corazón.
UNA
ESCRITORA QUE NACIO EN CHINA
Marguerite
Duras (19141996), novelista, dramaturga, guionista y directora cine francesa.
Nació en Saigón (en la actualidad ciudad Ho Chi Minh), pero se trasladó a París
a comienzos de mil novecientos treinta. Su padre francés y su madre de
nacionalidad China, paso en Saigón gran parte de su niñez y ya algo más mayor
viajo a Francia.
Su
primera novela importante, Un dique contra el Pacifico (1950) narra la vida de
una familia francesa empobrecida en Indochina. Otras que trascendieron fueron:
Moderato combatible (1958), la novela autobiográfica El amante (1984, El amante
de la China del norte, cuenta la historia de amor y pasión entre una
adolescente francesa y un chino rico en el sofocante ambiente de Saigón
coloniales de finales de los años veinte. Pero el relato abarcara también otras
historias, no menos patéticas ni menos apasionantes. La adaptación al cine fue
dirigida por JeanJacques Arnaud en mil novecientos noventa y uno. El dolor
rehúye toda vaguedad para ofrecerse como una concreta mirada de mujer sobre su
propia actuación, víctima y verdugo, en un trance histórico marcado por una
monstruosidad, la barbarie nazi, mecanismo de horror sólo asumible como crimen
colectivo, como patrimonio común, culpa que precisa de la entera humanidad para
cargar con ella.
Duras
escribió el guión para la película de Alain Resnais Hirochima mon amour. De
tendencia existencialista, en un principio evolución hacia las formas del
noveau romas. Entre sus films cabe destacar India song (1975).
Desafortunadamente un terrible cáncer la consumió
hasta que murió en París en el año de mil novecientos noventa y seis.
UNA MUJER INCREIBLE
Hablar sobre Anais Nin (19031977), es
describir a una integra mujer, que vivió cada momento de su vida plenamente, y
que la escritura era su mayor realización, y el mundo de los escritores como
abrirse a un espacio infinito.
Desde
hace como cincuenta y dos años más o menos el monumental diario de Anais, es
objeto de increíbles rumores, habladurías y especulaciones. Ya a comienzos de
los años treinta, en el momento que su autora mostrara por primera vez
fragmentos de su diario a sus íntimos en París, corrió el rumor de que se
trataba de uno de los grandes documentos literarios del siglo pasado. En un
artículo frecuentemente citado, publicado en mil novecientos treinta y siete en
la revista inglesa Criterion, Henry Miller llegó incluso a decir que este
diario “ocupará un lugar al lado de las revelaciones de San Agustín, Petronio,
Abelardo, Rousseau y Proust”. Otros personajes que vieron crecer el diario con
el paso del tiempo hasta el momento que alcanzo sus ciento cincuenta volúmenes,
que suman un total de quince mil páginas mecanografiadas, que han contribuido a
crear la leyenda que envuelve a esta empresa de toda una vida.
Anais
Nin dijo en muchas ocasiones: que el conjunto de su obra publicada, de su obra
artística, las cinco novelas que forman ciudades interiores, así como sus otros
libros de crítica, poesía en prosa y cuentos, no es más que el florecimiento de
su diario y que en éste se encuentra verdaderamente su vida de mujer y de
escritora. En el diario mi discurso es natural Dijo Anais en un viejo texto Lo
que produzco fuera de diario es la condensación, el mito, el poema. Después de
haber referido en su propio diario a una de sus obras de imaginación, anoto lo
siguiente: “A veces cuando me habla la mente, tengo la sensación de haber hecho
aquí, en el diario, todo lo que piden. Aquí he sido autentica, apasionada,
explosiva, etc.
Gran
parte de las especulaciones en torno a esta obra legendaria procede sin duda al
hecho que Anais, gracias a la vida intensa en numerosos planos, ha sido capaz
de desplazarse libre y a veces misteriosamente por el universo cosmopolita del
arte y la sociedad internacional. Los amigos, los encuentros y los viajes Ha
dicho Anais: son mis mayores placeres. Sea cual sea la ciudad donde he
habitado, mi mundo es el de los escritores, los pintores, los músicos, los
bailarines y los actores.
Anais
Nin nació en Neuilly, en la zona de París, y siguió en sus primeros años a su
padre, el compositor y pianista español Juaguin Nin, en sus triunfales giras
por Europa. Durante su juventud huyó de la pobreza distinguida de la casa que
su madre (danesa de nacimiento) tenía en Nueva York, para refugiarse en los
jardines encantados de sus sueños, y, luego, hacerse modelo y posteriormente
bailarina del ballet español. En los años treinta del siglo pasado es ya una
escritora en ciernes que descubre el clima intelectual y social de la capital
francesa, cautivada e influenciada por Proust, Lawrence y Gidaudoux. En mil
novecientos veintinueve se instaló en un pequeño pueblo muy cercano de París,
Louveciennes, que llego a convivir y como haría tras el comienzo de la II
guerra mundial de su taller junto a Creenwich Village de Nueva York, en un
lugar de citas y encuentros para un gran número de creadores desconocidos,
muchos de los cuales llegaron a ser celebres. Verdaderamente, la lista en el
que aparecen en los diarios de Anais Nin es un impresionante muestreo de la
vida artística y literaria de esos años.
El
verdadero sentido lo que distingue realmente sus escritos, sus grandes
revelaciones, son de otro orden. Ciertamente Anais contribuye con un gran
número de detalles biográficos y autobiográficos a hacernos conocer esta época
y describe a las personas, las conversaciones o acontecimientos que conoce, con
una perspicacia notable. Se hace amiga del poeta atormentado que se le confía
se llamaba Antonin Artaud del teatro de
la Crueldad, su amigo íntimo el escritor Henry Miller, y su psicoanalista el
doctor Otto Rank.
La
sumatoria del diario de Anais Nin, es la vida que ella ha creado, el filtro a
través del cual ha hecho pasar la experiencia con el fin de darle una
estructura coherente. Es también su armadura y su confesionario. El diario
nació al borde del barco que conducía a Anais, a su madre y a sus hermanos, de
España a los Estados Unidos. Con tan solo once años de edad Anais poseería lo
que llamo más tarde una lucidez inmediata, algo a la vez doloroso terrible. Su
padre ídolo de su infancia, había abandonado a su familia y dirigido su
atención hacia otra mujer, una chica joven. Anais trato de volver a conquistar
a su padre, pero al no obtener sino frialdad por parte de él, sufrió pero esto hizo
que recapacitara optando por viajar y de hacerse su propio mundo. La fantasiosa
adolecente llego a convertirse en una joven viva y poseída por un ansia de
saber, de experimentar y crear, al paso que creaba para sí misma una imagen,
una persona, que iba a permitirle hacer frente al mundo. El sentido de la
escena teatral y de la imaginación, se afirmaron instintivamente como
conscientemente cuando fue adulta. Al igual que los personajes de sus novelas,
del mismo modo que Sabina en una espía en la casa de amor, Anais Nin se entrega
a los papeles que creía y que los demás esperaban de ella: la hija, la esposa,
la artista, la seductora, la joven de vida bohemia, la amiga, la protectora
etc.
Anais
Nin escribió un texto en prosa poética la casa del incesto (1936), diversas
novelas cortas (En una campana de cristal, 1944), así como una serie de cuentos
eróticos con el título Delta de venus, cuya versión cinematográfica fue dirigida por Zalman King en 1955; Las
hijas del Albatros, 1947; Una espía en la casa jardín, 1955; El corazón de las
cuatro moradas, 1959. Reunidas todas bajo el título Ciudades del interior,
ejemplifican su gusto por la introspección y por el análisis de los
sentimientos, componen un universo
fantasmal en que cada una de las heroínas es el alter ego de la propia
novelista, de que se buscan así mismas y de encarnar la feminidad frente al
mundo de los hombres; más concretamente con figuras que representan las facetas
de la mujer moderna. Estos personajes femeninos adquieren relieve gracias a determinados mecanismos
narrativos como la focalización, que muestra la realidad y los acontecimientos
a través de las moradas de las mujeres. Además de las obras ya citadas deben
destacarse Pájaros de fuego y Ser mujer. El estilo de Anais Nin se caracterizó por
la búsqueda por una pureza estética que recuerda el procedimiento tales como la
metáfora, pero también por la importancia que concede a las palabras como
pensamientos de los personajes.
Anais
tuvo también experiencia como actriz. En mil novecientos cuarenta y seis
realizo el papel de mujer activa (haughty woman) en el cortometraje Modo
virtual un transfigured time, de quince minutos de duración, dirigido por Maya
Deres en 1954; actuó en inaguration of the pleasure dome, película de una
duración treinta y ocho minutos dirigida por Kenne the Auger.
COMENTARIO
Este
libro de ensayos de literatura francesa, es todo un proceso de lectura de años,
y de nuevas lecturas y releer con ese enjambre de pasión que deberían tener y
mostrar todos los escritores, ya que la escritura como la literatura es todo un
compromiso, así como el de la existencia. Este volumen es el resultado de una
milimétrica expiación sobre esa gran literatura y en donde convergen muchos puntos
de partida ya que el conocimiento de la literatura no es uno solo, pero si
abarca todo un mundo, de personajes y situaciones que valen la pena descubrir y
atesorar.
Comentario Ana Bustamante.
ÍNDICE
Pag.
1Orígenes de la literatura francesa
Pag.
10La época dorada
Pag.
24El siglo de las luces
Pag.
41Del clasicismo al romanticismo
Pag.
71Cuentistas, novelistas y ensayistas del siglo XX
El
escritor e Meaulnes
Pag.
73Sobre JeanPierre Duprey
Pag.
77Algunos escritores
Pag.
94El escritor de Madame Bovary
Pag.
104Un escritor entre la luz y la oscuridad
Pag.
112Un escritor desconocido
Pag.
121El escritor en busca del tiempo perdido
Pag.
125Un escritor lucido
Pag.
134El filósofo del existencialismo
Pag.
138La mujer del feminismo
Pag.
152André Gide
Pag.
155Un escritor amigo de Picasso
Pag.
164Sobre el surrealismo
Pag.
172Sobre André Breton
Pag.
176JeanPierre Faye
Pag.
178La escritora de lo histórico
Pag.
182Una escritora que nació en China
Pag.
184Una increíble mujer.
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